Meritocracia, libre mercado y justicia social

 

Tulio Andrade

Artículo publicado originalmente en SFL.org Brasil con el título Meritocracia, livre mercado e Justiça Social. Traducido al español por Agustín Bernabe Navarro, miembro del Equipo de Traductores de Estudiantes por la Libertad Latinoamérica y Coordinador Local Senior de Estudiantes por la Libertad Argentina.
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“Tan dudoso es el mérito, no sólo por su oscuridad natural,

sino también por la soberbia de todo individuo.

Logrando que ninguna norma de conducta pueda salir de él”.

– David Hume

 

Es común, observar en las universidades o en conversaciones políticas entre amigos, que aquellos simpatizantes del libre mercado sean catalogados por muchos como los “defensores de la meritocracia”. Esto es un claro ejemplo de la falacia ad nauseam, que consiste en el supuesto de que si una afirmación se repite varias veces sin ser rebatida, se vuelve verdadera.

   Originalmente el término de la meritocracia fue usado para definir una herramienta de organización para la empresa o alguna asociación, donde los funcionarios serían remunerados de acuerdo con lo que produjeron, al desempeñarse en sus funciones. Sin embargo, tal concepto es inútil cuando se aplica al orden social de mercado, por la sencilla razón de que, la sociedad no se estructura por medio de dirigentes centralizados, es decir, los salarios no se determinan deliberadamente por medio de una mente racional, se equilibran en un proceso de cierto nivel de acuerdo con diversos factores. Ergo, entusiastas del libre mercado o liberales, no defienden la meritocracia.

   El austriaco F.A. Hayek observa de manera inconforme el uso del término “economía” cuando se hace referencia solamente al mercado, ya que cuando surgió en Grecia, dicha palabra significaba “gestión doméstica”, refiriéndose por ejemplo a una granja gestionada por su propietario. Por esta razón, Hayek utiliza la teoría de la “cataláctica” para describir este sistema como “el ajuste mutuo de muchas economías individuales en un mercado”.

   Por ser una organización desprovista de un fin específico, el “juego de la cataláctica” involucra el conjunto de relaciones de intercambio entre los individuos que es ordenado por reglas que buscan orientar y conducir los límites de la conducta de cada agente, sin llegar a realizar fines particulares. Por eso, ideas como “es sólo esforzarse para ascender financieramente” o que “en una economía libre todos tendrán exactamente las mismas oportunidades y prosperidad” no es más que  distracciones.

   Es esperable que las personas sean recompensadas por su empeño y dedicación, pero en realidad, las cosas no funcionan de esta manera. Todos los seres humanos poseen atributos diferentes, unos nacen con mayor aptitud para desarrollar algunas tareas, mientras que otros poseen extrema dificultad para asumir ciertas funciones. Este no es un principio injusto, sencillamente porque no ha sido definido por nadie.

   Lo que determinará el éxito de una persona en el mercado, es lo que produce de valor para la sociedad, ya sea un bien o servicio que cumpla con a las necesidades de ello (necesidad aquí no se refiere restrictivamente a la subsistencia, sino a los deseos subjetivos en general). Un cantante famoso gana más que un profesor, no porque se ha esforzado más o debido a su talento, sino porque él ofrece algo que es de interés para muchas personas, logra una mayor demanda por sus presentaciones. De la misma forma que la diferencia salarial entre dos cantantes del mismo género musical no está determinada por la calidad de cada uno, sino por cuanto uno está dispuesto a pagar por cada show.

   Para la “meritocracia”, como normalmente se entiende, constituye la base estructural del orden económico moderno, el valor de los bienes obligatoriamente debería ser determinado por el “trabajo socialmente necesario”, como fundamenta Karl Marx. En el caso de las mujeres, el autor propone en su obra “El Capital” la tesis de la plusvalía, que sería la diferencia entre el valor final de la mercancía producida y la suma del valor de los factores de producción (mano de obra, máquinas, instalaciones, etc.), esto vendría a configurar la base de la ganancia en el sistema capitalista.

   Esta tesis, sin embargo, ignora el hecho de que el valor final sufre influencias de determinados factores externos, como la demanda por el producto, las circunstancias de competencia, el valor de la moneda, las adversidades naturales, entre otros. El esfuerzo podría ser colocado como el elemento calificador de los salarios individuales, solamente si éstos fueran determinados intencionalmente, o si el valor final de la mercancía fuera determinado únicamente por el costo de producción, retirándose parte de lo que el trabajador tendría “integralmente producido “.

   En la economía, se llama “retroalimentación negativa” al efecto indeseable que producen ciertas acciones empresariales sobre otros individuos. En otras palabras, la competencia trae algunos perjuicios para intereses particulares, pero ofrece los mayores beneficios para los consumidores. Es en este ámbito donde se presenta la naturaleza del emprendimiento: Un juego que implica a sus participantes el respeto imperativo por las reglas que orientan sus conductas, pero jamás determinarán los vencedores.

   Tal vez sea debido a la incertidumbre y cambios constantes, ascensos y caídas, que la población reclame al gobierno la garantía de “Derechos sociales” o de la “famosa” justicia social. Hablando de esto, Hayek a través de un sesgo antropológico, demuestra la concepción de que la reivindicación de tal “justicia social” se tergiverso de acuerdo al sentido original:

   Se podría encontrar alguna ayuda, en la búsqueda del significado de la expresión ‘justicia social’, si se analiza el significado de ‘social’; pero tal intento conduce pronto a en una marea de confusión casi tan grande como el que rodea el propio concepto de ‘justicia social’.

   En su origen, el término ‘social’ tenía, obviamente, un significado claro (análogo a formaciones como ‘nacional’, ‘tribal’ o ‘organizacional’), a saber, el de pertenencia a la propia estructura como del funcionamiento de la sociedad. En este sentido, la justicia es evidentemente un fenómeno social, y la adición de ‘social’ al sustantivo, se convierte en un pleonasmo, como si habláramos de ‘lenguaje social’ – aunque en usos iniciales ocasionales se pudiera distinguir las concepciones dominantes de justicia de aquella mantenida por ciertas personas o grupos específicos.

   Pero la expresión “justicia social”, tal como es empleada hoy, no es social si se entiende como un conjunto de normas sociales, más bien es  algo que se desarrolló como una práctica de acción individual en el curso de la evolución social, no es un producto de la sociedad o de un proceso social, sino una concepción que se pretende imponer a la sociedad. Fue por referirse al conjunto de la sociedad, sumado a los intereses de todos sus miembros, que el término ‘social’ adquirió gradualmente un significado preponderante de aprobación en la moral.

   Cuando este término se hizo habitual, durante la segunda mitad del siglo pasado pretendía transmitir un mensaje a las clases aún dominantes para casi preocuparse más por el bienestar de los pobres, cada vez más numerosos, cuyos intereses no habían recibido la debida consideración. La “cuestión social” fue propuesta como un llamada a la conciencia de las clases altas para que reconocieran su responsabilidad por el bienestar de los sectores “despreciados de la sociedad, cuyas voces habían tenido, hasta entonces poco peso en los consejos de gobierno. La “política social” (o Social-politik, en la lengua del país que entonces lideraba el movimiento) se convirtió, en la principal preocupación de todas las personas progresistas y bondadosas sustituyendo términos como ‘ lo ético’, o simplemente ‘lo bueno’.

   Es evidente que, el interés de algunas personas por beneficios gubernamentales acompañe al sentimiento de obligación moral en cuanto a los menos favorecidos, que a su vez surge de las micro-relaciones humanas. Sin embargo, tal obligación se disuelve en una sociedad grande y compleja, donde las personas interactúan sin siquiera tener alguna ciencia del interés ajeno presente en los intercambios. Esto no excluye la posibilidad de que el gobierno disponga de una renta mínima para aquellos que no puedan adquirirla a través del mercado. Incluso tal idea es defendida por muchos liberales, como el economista de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, creador del famoso “sistema de vouchers”.

   En las palabras de Hayek,

   Alcanzado cierto nivel de prosperidad, un sistema basado en las fuerzas ordenadoras espontáneas del mercado no es, en modo alguno, incompatible con el suministro por el gobierno, al margen del mercado, da alguna garantía contra la pobreza extrema. Pero el intento de asegurar a cada persona lo que se juzga que merece, imponiendo a todos un sistema de fines concretos comunes hacia el cual sus esfuerzos son dirigidos por la autoridad, como pretende hacer el socialismo, representaría un retroceso que nos privará de la utilización del socialismo, el conocimiento y las aspiraciones de millones de hombres, y, con ello, de las ventajas de una civilización libre.

   En fin, ser liberal no implica creer que “es sólo esforzarse para conquistar tus objetivos”, está claro que la complejidad de los problemas humanos demanda un constante proceso evolutivo de creación, basado en intento y error, ya que el modelo de control autocrático se mostró irresoluble por medio de utopias idealizadas.

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Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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