Este artículo fue publicado originalmente en Diario Altvoz, el 18 de enero del 2016
Desde hace siglos, las personas están preocupadas por la sobrepoblación. Hay un temor bastante difundido de que el aumento del número de seres humanos conduzca a una mayor pobreza. Desde Anahí de Cárdenas que fue apoyada por decir que el planeta está sobrepoblado y que por ello “no necesitamos más gente en este mundo” (sic) hasta el profesor de Stanford Paul Ehrlich que alguna vez afirmó que quizá tengamos que recurrir a la esterilización forzada, muchos opinólogos e intelectuales creen firmemente que tenemos que controlar de alguna manera la sobrepoblación.
Sin embargo, a pesar de la popularidad de estas ideas, lo cierto es que cada vez que se ha hecho una predicción catastrófica, esta ha fallado. Más aún, el estado de la humanidad ha mejorado. Malthus predijo que el aumento de la población iba a llevar a una catástrofe porque no iba a haber suficiente comida y doscientos años después su teoría ha sido desacreditada. Paul Ehrlich y otros científicos apostaron a su brillante crítico Julian Simons que para el año 1990 el precio del cromo, el cobre, el níquel, el estaño y el tungsteno aumentaría debido al aumento de la población y perdieron estrepitosamente. Llegado ese año, Julian Simons recibió un cheque en su casa: el precio de todos los minerales contemplados en la apuesta había caído. Paul Ehrich tuvo que tragarse sus palabras luego de decir que “incluso apostaría a que Inglaterra no existirá en el año 2000“.
En realidad, lejos de cumplirse las predicciones catastróficas, el nivel de vida de la humanidad no ha hecho sino incrementarse. El volumen de evidencia empírica al respecto es enorme. Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) muestran que a pesar del aumento poblacional la cantidad de alimentos ha aumentado continuamente y hoy son más abundantes de lo que muchos pudieron imaginar hace sólo unas décadas. Y las cosas no han mejorado únicamente para los ricos: la pobreza en el mundo también se ha reducido de manera continua. Por primera vez en la historia de la humanidad, la ONU señala que la pobreza extrema va a ser menor al 10% de la población del mundo. De hecho, se espera que para el 2030 no haya personas viviendo en extrema pobreza.
¿A qué se debe que las predicciones de catástrofes hayan fracasado? En su libro El gran escape, Angus Deaton, quien ayer recibió el Premio Nobel de Economía, plantea una respuesta que hoy es bastante aceptada. Al igual que lo hizo Julian Simons en su momento, Deaton nos recuerda que la fuente de la prosperidad no es la tierra o los recursos naturales, sino algo mucho más importante: las personas. Un ser humano más en el mundo no es una carga más, no es un nuevo gasto, sino una persona que tiene la capacidad de crear riqueza. El gran escape de la pobreza que hemos vivido estas décadas no se debe a que ahora la Tierra tiene mejores recursos, sino a las mejoras tecnológicas, a las nuevas ideas e innovaciones. La riqueza no es algo estático que deba ser repartida, sino algo que las personas pueden lograr con libertad y las instituciones adecuadas. Si el aumento de población por si sólo fuese preocupante, la inmmigración también sería negativa, pero ese no es el caso: los inmigrantes no “roban” puestos de trabajo, sino que aportan al proceso de creación de riqueza que a la larga beneficia al conjunto de las sociedades que los reciben.
Aunque muchos crean que el problema de la sobrepoblación es “evidente”, no lo es de modo alguno. Más aún, hay que tener mucho cuidado cuando se postulan soluciones. No sólo las esterilizaciones forzadas son violaciones de derechos humanos, sino que las políticas de control de natalidad pueden tener consecuencias indeseadas. En China, por ejemplo, la política de un niño por pareja ha llevado a que se cuenten miles de “niñas perdidas”. Como las familias chinas tienen preferencia por los niños, muchas primerizas son abortadas e incluso asesinadas para mantener las posibilidades de tener un niño. Parece muy “inteligente” alertar sobre la sobrepoblación y pedir controles estrictos de natalidad, pero cuando uno analiza los datos y las consecuencias no intencionadas ya no lo parece tanto.