Corrupt Legislation, Elihu Vedder, 1896
Miembro del Equipo de Bloggers de Eslibertad.
♦♦♦
En esta primera parte de Quis custodiet ipsos custodes? –expresión del poeta romano Juvenal– voy a hacer un pequeño análisis, mediante cuatro simples ejemplificaciones, de lo que ha supuesto el papel del Estado a lo largo de la Historia y cómo, cada vez que éste se extralimita en sus funciones, las repercusiones en los ciudadanos son nefastas. En la segunda, sin embargo, intentaré centrarme en el gasto público, en las funciones que tiene que tener y cuáles deberían ser sus límites, el sofisma de que las recesiones económicas se deben al libre mercado y por qué los políticos usan la palabra «solidaridad» cuando se produce un robo de la riqueza producida por los contribuyentes.
Francia ha sido considerada desde siempre la cuna de aquello que los historiadores llamarían a posteriori el absolutismo. Sobre todo a partir del siglo XVI, los monarcas ofrecían una visión muy clara de qué era el Estado: ellos mismos. Esta afirmación la respalda el siempre pintoresco e imperecedero tópico del Rey Sol: «L’État, c’est moi». ¡Qué arrogante autoridad moral! Empero, fue en el siglo XVIII, concretamente a partir de 1793, cuando los tentáculos estatistas de Maximilien Robespierre y su camarilla racionalista parecían no tener límites.
Los líderes revolucionarios, durante la Convención, dispusieron de un poder jamás soñado por ningún monarca absoluto anterior y lo utilizaron para pisotear las libertades básicas del individuo (derecho a la vida, libertad de pensamiento, derecho a la propiedad privada, libertad religiosa…). Varias decenas de miles de franceses fueron enviados a la guillotina, frecuentemente por una simple sospecha de tener posiciones críticas frente al sistema; y en la región de la Vendée, durante su famoso levantamiento de 1793, se produjo una represión auténticamente genocida, que pudo acabar con la vida de más de 150.000 personas con métodos monstruosos. La Revolución –muy lejos de ser liberal– se fue transformando paulatinamente en una apisonadora de todos los derechos para cuya defensa había nacido.
Con la llegada de Lenin al poder no hubo pan, pues ya sólo en los primeros cinco años tras la toma del Palacio del Invierno, Rusia perdió a 30 millones de personas por hambre y frío; tampoco hubo paz, pues una revolución requiere armas y sangre, sobre todo si es comunista; y la tierra…. fue expropiada. El 25 de octubre de 1917, atendiendo al calendario juliano, no se hizo un levantamiento contra el zarismo, debido a que resulta difícil derrocar a un zar que había abdicado en febrero de ese mismo año, sino que se dio un golpe de Estado contra una república de enfoques socialdemócratas. El bolchevismo fue la génesis de una serie de insurrecciones que se dieron en el siglo XX, en las cuales, mientras se abogaba por la igualdad y los derechos sociales, no se hizo más que arrebatarle la libertad a los individuos.
Alexander Yakovlev, un prominente estadista soviético desde la década de los setenta, y uno de los principales asesores de Gorbachov en los años finales de la URSS, afirmó recientemente que la represión brutal no era una aberración del sistema, sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad contraria a la naturaleza humana. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los vecinos delatores, la paranoica policía política, los pogromos, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria.
Respecto a la China maoísta, en boca de Fernando Díaz Villanueva: «No existió ninguna revolución tan letal, al menos, en términos de vidas humanas». Se aproxima que Mao Tse-tung, el liberalizador de los pueblos, el adalid de la justicia y la igualdad, ese hombre amante de las letras y del arte, se llevó por delante a más de 50 millones de personas. Como ejemplo, durante la llamada Revolución Cultural, en la que fueron asesinadas más de 2 millones de personas: se acosó y asesinó a profesores y alumnos universitarios por no seguir la ortodoxia ideológica o se quemaron manuscritos, templos budistas y una sección de la Gran Muralla. Se impuso entonces, de forma bárbara, el modelo de vida comunista, por el que se prohibía plantar flores, se rapaba el pelo a los hombres y se vedaba las coletas tradicionales a las mujeres, el uso de tacones y la ropa ajustada y se llegó a detener a la gente en la calle por no saberse citas textuales de Mao.
A lo largo del siglo XX, el comunismo hizo surgir figuras como Lenin, Stalin, Tito, Enver Hoxha, Fidel Castro, Che Guevara, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Kim Il Sung o Pol Pot, todos grandes arquitectos de maquinarias genocidas. En la pasada centuria, en los 23 Estados comunistas que han existido, más de 100 millones de personas murieron en tiempos de paz, víctimas de la represión estatal.
Adolf Hitler, el icono del sectarismo más atroz y abominable, una referencia para los fieles seguidores del nacionalsocialismo, la figura más representativa de la violación de la dignidad humana en la forma más deleznable, el ingeniero del Holocausto… Adolf Hitler, la personificación de antihumanidad por antonomasia.
Para conseguir sus objetivos, Hitler se valía del terror y el asesinato. El primer paso se dio en 1933, cuando las administraciones estatales son transferidas al gobierno central de Berlín. En este mismo año, los sindicatos, ocupados ya por las Secciones de Asalto, son obligados a adherirse al oficial nazi y se prohíben todos los partidos políticos, a excepción de uno, el cual todos sabemos cuál debe ser. Finalmente, el aspecto religioso juega, como en toda revolución, un papel de superlativa importancia: en este caso, el Estado llevó a cabo una represión contra las escuelas católicas, los curas y las iglesias.
El adoctrinamiento era crucial. Para ello se creó el Ministerio de Propaganda e Información del Reich, ocupado del control de todo medio de comunicación. También se produjo uno de las escenas que más se recuerdan: la quema, en la Plaza de la Ópera de Berlín, de todos aquellos libros que no respondiesen al fundamentalismo nacionalsocialista.
En total, entre judíos, comunistas, gitanos, discapacitados, homosexuales, disidentes políticos, prisioneros de guerra… el Tercer Reich acabó con la vida de poco más de 20 millones de personas en tiempo récord: desde que se proclamó en 1933 hasta su definitiva disolución doce años después, 1945.
Llegamos siempre a la misma conclusión: todo esto fue resultado de un engrandecimiento antinatural del Estado. Esta súper estructura juega al mismo juego, pero con otras reglas distintas: se ubica por encima de las normas que se nos implantan a nosotros. Esta oligarquía política tiene un código jurídico distinto al del resto de la ciudadanía. Eso no existe en otras formas de gobierno. Siempre que nos den a elegir entre libertad o igualdad, elijamos lo primero. ¿Quién vigilará a los propios vigilantes? En 1787, con la promulgación de la primera Constitución de la Historia, la de Estados Unidos, apareció un punto que todas las posteriores tuvieron que copiar: el derecho del ciudadano a resguardarse del poder político. Quiero acabar con un mensaje claro y directo: debemos deslegitimar al Estado.
Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele al Director del Blog de EsLibertad, Humberto Martínez, a [email protected].