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Hace unos meses cuando escuché éste eslogan por primera vez, lo primero que se me ocurrió fue: “El candidato ganará las elecciones”, no era un tema de ideología, ni mucho menos de compaginación con las propuestas y eslogan de campaña, era prever la situación en la que muchas personas se encuentran hoy en día. El miedo por las nuevas tendencias mundiales, el progresismo, el control paulatino del estado en las áreas de la vida privada de las personas, las censuras, lo políticamente correcto, la baja de empleos, los “derechos” laborales que no se convierten en otra cosa que impedimentos de crecimiento económico, las bardas fiscales, los programas sociales… la marea de todas las cargas impuestas a los ciudadanos de cualquier nación. Ahora ya no es que podemos hacer para crecer, es: que nos pueden dar para que sobrevivamos.
De igual manera que en USA, en México empezó una campaña de candidaturas ciudadanas, porque los políticos de carrera no presentan una agenda clara de trabajo, y se ensimisman en promover maneras “de apoyar” a las personas que viven en ciertas circunstancias por medio de programas sociales, sin embargo, programas que han presentado su nulo funcionamiento en palabras reales. Y es aquí donde empieza el análisis de éste artículo, visto desde un mexicano liberal que observa atentamente a la primera democracia del mundo, donde ganaría su candidato que no era político por carrera y que presentaría un solo objetivo en su campaña: Volver a la grandeza.
Para eso necesitamos analizar las siguientes premisas: Si decimos volver es porque se tuvo ese estatus en un momento histórico anterior. ¿Fue así? Sí, sí ha sido así durante el siglo pasado y en anterior antes que éste… pero, ¿qué hizo a América grande la primera ocasión? Y es aquí donde empieza el secreto de las naciones, el punto medular del debate, y el reactor que movería a las principales naciones en el mundo entero.
Estados Unidos de Norte América nació como nación el 4 de julio de 1776, era la primera vez en la historia de la humanidad, en la que un grupo de personas se pondría de acuerdo para decidir qué tipo de gobierno querían tener, cómo se debían organizar, y en un consenso, retomaron aquellos principios máximos que los guiarían en el camino para convertirse en la punta de lanza de lo que sería “El nuevo orden mundial”. Eligieron como principios rectores, aquellos principios que pronunciaría por primera vez el filósofo protestante John Locke: Vida, Libertad y Propiedad. (Rothbard, 1973).
Y ésta nación emergente, libre de tiranos, de impuestos excesivos y de leyes absurdas y opresivas – dejando de lado su método totalmente diferente de colonización, a través de incentivos “No come quien no trabaja” (Acemoglu & Robinson, 2012) –, se volvió el paraíso terrenal para los protestantes ingleses radicados en Holanda, quienes por cierto tenían como valor supremo el trabajo duro, y para todos aquellos lastimados por la guerra y la tiranía. Haciendo a América el puerto principal para emigrar, la nación de ensueño, la nación de libertad, la tierra prometida.
Así fue como América fue creciendo con el paso del tiempo, a diferencia de otros Estados, no tenían que esperar a que las tasas de natalidad hicieran crecer el trabajo, con éste la economía y luego la prosperidad, las personas listas para trabajar bajaban de los barcos entusiasmados de empezar una nueva vida. Los bajos impuestos, las ideas de libertad, las exaltaciones de crecer hasta donde tus límites lo indicaran y no hasta donde tu señor lo señalara. Las personas llegaban de diferentes partes del mundo para trabajar, ahorrar y poner una empresa, un rancho, una tienda o una diligencia por ellos mismos, pronto su producción sería tan grande que empezarían a subministrar a toda Europa, y su economía les alcanzaría para financiar a las instituciones más poderosas en el mundo entero. En pocos años eran tan poderosos como el imperio que otrora los había conquistado. Ahora ellos eran un nuevo impero, de libertad y justicia para todos.
¿Qué hizo grande a América? Lo hicieron en primer lugar su filosofía, sus ideas, sus principios de constitución. Pero éstos no vendrían solos, vendrían en los hombres y mujeres que visualizaron el potencial para crecer y creyeron en él, fueron las personas que tuvieron un sueño, fueron las personas que llegaban a ésta tierra y creían la promesa de libertad que la impulsaba. América fue grande gracias a sus primeros migrantes, y a apostar hacia afuera de sus fronteras.
Pero con el crecimiento viene el poder, la moda de lo social, los programas sociales, la corrupción interna e institucional, el alza de impuestos para pagar dichos programas, el creerse dueño de la tierra, la economía fiduciaria, el crecimiento del estado, empezaron a ser grandes pesos para soportar, el nacionalismo, los ideales “sociales” egoístas provocados por éstos programas, y sobre todo vino la destructora de sociedades, la ignorancia de la historia.
Ahora no queda más que recordar aquella frase que diría un escritor liberal, cuyo nombre no recuerdo: “Debemos imitar lo que hicieron las grandes naciones para volverse poderosas, no lo que hicieron después de adquirido ese poder”. Y gritar en cualquier oportunidad aquél máximo principio que permitió que el mundo entero cambiara, y que más necesita nuestra sociedad hoy en día: ¡Libertad!
Referencias:
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