Coordinadora Local de Estudiantes por la Libertad Argentina y miembro del Equipo de Bloggers de EsLibertad
Artículo originalmente publicado el 10 de marzo de 2015
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Alexis de Tocqueville fue muy probablemente uno de los pensadores políticos más brillantes del siglo XIX, y de todos los tiempos. No puede dejar de señalarse, más allá de su pasión por la libertad, su profunda visión sobre la sociedad democrática y sus proféticas afirmaciones sobre el futuro de los Estados Unidos. Entre los temas que abordó más ampliamente, está la concepción de democracia, un aspecto que aún hoy sigue generando desafíos e interrogantes para las sociedades y los gobiernos: ¿En qué se funda la democracia? ¿Cómo podemos asegurarnos que se mantenga en el tiempo con nuestro sistema político? Para responder eso, primero es necesario determinar qué entendemos por “democracia”.
El término “democracia” puede representar algo muy distinto a una forma de gobierno, si nos referimos a una sociedad democrática o no. En la concepción clásica, ésta no precisamente garantiza una sociedad igualitaria, sino que es meramente una forma de gobierno. El fenómeno moderno que en cambio introdujo Tocqueville, fue el de considerarla un estado social, es decir, un conjunto de relaciones sociales del que derivan las costumbres, creencias, opiniones, e instituciones de un pueblo. En su libro Democracia en América, Tocqueville presentó a Estados Unidos como el modelo a seguir, pues poseía una forma de vida fundada en la igualdad de condiciones –basada en la creencia de que los hombres eran iguales por naturaleza. Tal sociedad, dijo, con sus oportunidades para el enriquecimiento del individuo, y su próspera y sólida clase media, sería muy resistente a la revolución, y por lo tanto, garantizaría la estabilidad. Para el francés, entonces, la democracia es ante todo la forma de sociedad que surge de la voluntad de los hombres de vivir en igualdad de condiciones, de tal manera que todo privilegio resulte insoportable, inmoral e injusto.
Tocqueville recalcó que la igualdad y la desigualdad son fenómenos sociales que se relacionan con la forma en que se concibe el rol de los individuos dentro de la sociedad, y que influyen en sus interacciones, asociaciones y divisiones. En cambio, la libertad y el despotismo son fenómenos políticos, que se refieren a la forma que los individuos –mediante sus acciones– le dan al régimen (leyes e instituciones) de su vida en común.
Además, es importante destacar que cuando pensamos en igualdad, no estamos pensando específicamente en libertad, porque la primera es un fenómeno social, y la segunda es un fenómeno político. Es decir, mientras la primera surge espontáneamente (o no) del conjunto de individuos que conforman la sociedad, la segunda se refiere a qué tan rigurosamente administra el órgano de gobierno empoderado por la sociedad. Por lo tanto, la democracia, pensada en su aspecto social, no necesariamente va acompañada de libertad política. En realidad, la libertad política no depende de fuerzas irresistibles de carácter social, sino de la acción consciente de cada hombre.
Más allá de las controversias que pueda generar, es sorprendente la perspicacia y profundidad del diagnóstico de Tocqueville, a tal punto que su planteo mantiene hoy la misma vigencia que tenía hace aproximadamente 180 años. Su análisis no revela solamente nuestro pasado; describe igualmente nuestro presente, y penetra en nuestro futuro. Está en nosotros el poder de construir la democracia y libertad que pretendemos en nuestra sociedad. Por eso, es importante preguntarnos: ¿hasta qué punto estamos comprometidos con este proyecto, que necesita específicamente de cada uno, y que cambiaría ampliamente varios aspectos de nuestras vidas? Es momento ya de actuar por una sociedad democrática y libre. Es momento de pasar de lo dicho a lo hecho.
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