Expresidente de Estudiantes por la Libertad
En octubre de 1978, Václav Havel escribe su famoso ensayo «El Poder de los Sin Poder», donde disecciona los estados post-totalitarios de Europa de Este, analiza su naturaleza y describe la dinámica que existe entre el sistema, los ciudadanos y los disidentes. En nuestros días, su ensayo sigue vigente y retrata la realidad política de algunos países en Latinoamérica.
Estas no son dictaduras como las conocíamos, pero lo son. Los pocos en el poder se han visto reemplazados por una maquinaria estatal, burocrática y autodenominada democrática, donde los individuos son, a la vez, sustento y víctimas del sistema. Estos sistemas, como mencionó Havel, no son sistemas locales, establecidos en un solo país, como solían ser las dictaduras clásicas. En los últimos años, varios países de Latinoamérica han sido contagiados por pseudodictaduras de una misma naturaleza. Sin embargo, el término que utilizo no es preciso, como tampoco lo es el término “sistema post-totalitario” que utilizó Havel, y por la misma razón: se podría asumir con estos términos que estos sistemas no son dictatoriales o totalitarios; cuando lo son, aunque manejen una operatividad distinta.
El arma principal de estos sistemas es la ideología. Havel la definió como una religión secular. No puedo pensar en una mejor analogía: Mucha gente busca en los políticos redentores o mesías de sus sociedades y en la ideología, las personas encuentran respuestas, identidad. Se sienten parte de algo más grande que ellas mismas. La ideología las refuerza espiritualmente, aun al precio de su propia libertad.
La ideología contamina las mentes y fortalece las paredes de las visiones, tal como el economista Thomas Sowell las definió; haciendo más difícil que las ideas nuevas y diferentes sean aceptadas, lo que conlleva a una polarización en la sociedad. La ideología hace que perdamos de vista al individuo; a los ojos de la ideología no hay individuos sino dos grandes masas de gente: amigos y enemigos. Se pierde todo matiz. El debate político se vuelve cada vez más simplista y las posibilidades de enfrentamientos violentos dentro de la sociedad aumentan.
La ideología intenta manipular la manera cómo las personas ven la realidad, con el fin de evitar toda expresión de inconformidad, y así empieza el control de medios de comunicación, la propaganda excesiva, el lenguaje político y el simbolismo. Gran parte de lo que George Orwell escribió en 1984. Se busca controlar las ideas porque éstas son la piedra angular de los cambios sociales, cambios que el sistema quiere evitar una vez que ha llegado al poder. Y cuando alguien se muestra públicamente inconforme entonces, la persecución comienza: persecución tributaria, negación de permisos legales, ofensas públicas, cárcel, etc.
Y cuando aparecen los disidentes, podemos advertir sin duda alguna el totalitarismo de estos sistemas. En repúblicas más o menos liberales, los disidentes no existen porque los distintos puntos de vista coexisten pacíficamente, y todos son considerados parte del sistema, incluso cuando gran parte de éstos no se encuentren reflejados en el poder. Los disidentes son el resultado de sistemas tratan de imponer la imagen de una realidad que no está acorde con lo que se vive, y estas personas son quienes, advirtiendo la gran mentira impuesta, se rebelan y se atreven a vivir en lo que ellos consideran que es la verdad.
La persecución dentro de estos sistemas tiene dos peculiaridades importantes de notar: La primera es que la mayoría de mecanismos de persecución se encuentra dentro de la ley. De ahí la importancia de lo que el economista Frédéric Bastiat señaló 160 años atrás: no todo lo legal es legítimo o justo. Y la segunda es que la persecución es llevada a cabo por personas comunes en su mayoría, quienes acorde a su conciencia o no, actúan porque es la única manera en la que ellos pueden sobrevivir dentro del sistema. Es un estado de extorsión implícita pero generalizada que aniquila la resistencia.
Y mientras todo de esto está sucediendo, el sistema absorbe cada vez más a los ciudadanos, haciéndolos perder su capacidad de tomar decisiones. Hace algunas semanas escuchaba a un alto funcionario público de mi país decir que los planes individuales no pueden ser concebidos si ellos no encajan con los planes estatales. El estado posee intereses superiores que deben salvaguardarse incluso en contra de intereses de los individuos. El “bien común” viene primero, pero ¿quién define lo que el “bien común” es, o en qué consiste? Esto eso viene a ser definido por la gente a cargo, quienes tranquilamente pueden utilizar el “bien común” para disfrazar sus propios intereses.
Pero Havel notó también que en algún punto, en lugar de que ideología sirva al poder, el poder empieza a servir a la ideología. Es curioso porque uno podría pensar que la gente en el poder puede controlar la ideología que han establecido; pero en realidad, después de algún tiempo, uno puede no acceder al poder si no es sirviendo a la ideología. Podemos verlo en Argentina con el peronismo o Venezuela con el chavismo. Los creadores de estas ideologías no necesitan estar vivos, su ideología puede vivir por sí misma y selecciona a los gobernantes que simpatizan con sus intereses.
Ese es el escenario oscuro para muchos latinoamericanos. Y si pensamos en buscar directamente un cambio político, estamos yendo por el camino equivocado. A este punto, un cambio político no garantiza nada a largo plazo. Necesitamos buscar un cambio más profundo, un cambio en esa esfera escondida a la que Havel se refería, en el campo de la conciencia. Para algunos, este cambio de pensamiento llega tarde o temprano, pero podemos acelerar el proceso, impulsando a las personas a ver más allá de sus visiones, especialmente las creadas o reforzadas por la ideología gubernamental. Y si bien, no creo que tengamos la “verdad absoluta”, al menos no estamos dispuestos a vivir en lo que sabemos es una mentira.
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