Miembro del Consejo Ejecutivo de Estudiantes por la Libertad y Directora Regional de Venezuela
Hablar sobre los subsidios del Estado suele ser un tema que despierta la sensibilidad de muchos. En las sociedades populistas, el pan llega a valorarse más que la libertad, tal como afirmaba, ya en el siglo XVIII, el intelectual Jean-Jacques Rousseau. Pero, ¿hasta qué punto pueden tenerse bienes que no se han trabajado sin que esto afecte la libertad individual? Es algo sobre lo que vale la pena reflexionar. Las denominadas ayudas sociales son un incentivo a la pobreza y un método para conseguir más votos sin tener que remediar el flagelo, un ejemplo característico son las misiones venezolanas.
¿Cómo funcionan estos programas de subsidio estatal? En la actualidad, en Venezuela existen más de 30 misiones que son mantenidas con dinero público. Su cantidad se ha visto incrementada vertiginosamente desde que nació la primera misión, en el año 2003, y son referidas como un estandarte de la inclusión social del socialismo venezolano. Tanto así, que incluso reconocidos líderes de oposición rescatan el sistema como un punto a favor para el chavismo.
A pesar de esto, el funcionamiento de las misiones se encuentra muy lejos de ser la bondadosa iniciativa caritativa de un líder amoroso. Así se maneja al sistema de misiones en Venezuela:
Respecto a las misiones educativas, les cae también a muchos como anillo al dedo. Aún cuando dentro de estas misiones se incluye el adoctrinamiento político, esa formación resulta más que suficiente. Así, el Estado obtiene en los egresados de las misiones su propaganda para las masas, su pan y circo, y ellos, un reconocimiento por mucho menos sacrificio del que hubieran estado dispuestos a hacer.
Por supuesto, nadie se pregunta de donde salió el dinero para cubrir la cuantiosa obra de generosidad con el pueblo. Para el populista, el Estado es una especie de gallina de los huevos de oro, que tiene montones de riqueza, sacada nadie sabe de dónde. Pocos dejan de ignorar que el dinero sale del bolsillo de alguien más.
Para estos grupos, ya todo está bastante claro: “soy parte de un sector vulnerable por culpa de sus abusos y no tengo por qué esclavizarme (trabajar) para salir de donde estoy”. Además, descubren que realmente no lo necesitan: “claramente desde mi posición ya recibo todos los beneficios que podría desear”. Nace la visión del Estado Proveedor, y con ella, la eterna dependencia económica social.
Las ayudas sociales tienen en su origen la necesidad imperante de un gobierno de corte populista por ganar votos a través del otorgamiento de favores a las masas, sin necesidad de tener que resolver la problemática de raíz. El Estado les da beneficios pagados con dinero público y estos, a su vez, le dan al populista todos los votos y apoyo que necesita para mantenerse en el poder.
Es un convenio de ganar-ganar, donde sale perjudicada la economía del país (que al tener que soportar el exceso de gasto se vuelve débil, la inflación aumenta y con ella los precios de los productos) y el sector trabajador que sostiene esa economía (que ve detenido su progreso y penalizado su esfuerzo y su trabajo por los impuestos, los controles y las acusaciones descaradas del populista).
Las ayudas sociales engendran sociedades parasitarias. Pobres felices. Pobres que jamás dejarán de ser pobres, porque desde su posición de pobres pueden obtener todos los favores que quieran sin mover un dedo por ello, excepto claro: el dedo que vota. La pobreza es premiada e incentivada, es siempre una consecuencia de lo que hicieron otros -según la doctrina populista- y por lo tanto no se les puede exigir que trabajen, así sean adultos sanos, fuertes y completos.
También da como resultado una economía desastrosa, que trabaja para mantener a otros en vez de trabajar para el progreso, el desarrollo y el crecimiento de los individuos que trabajan. La calidad de los productos y servicios disminuye, porque la iniciativa privada, al verse limitada por controles y obligada a mantener a terceros, se ve imposibilitada para crecer al ritmo y calidad que necesita, y por supuesto, también se ve obligada a pagar más y más para mantenerse en el mercado: se trata de la criminalización del trabajo.
Después de todo, ¿quién dijo que la pobreza se elimina subsidiándola?
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