Por qué deben legalizarse las drogas

 Sacrificio di Baco, Massimo Stanzione, 1634

Guillermo de la Chica López 

Miembro del Equipo de Bloggers de Estudiantes por la Libertad

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Hablar de drogas es algo poco usual, incluso, se trata de un tema tabú. Desde siempre he crecido en un ambiente en el que se me enseñaba que estas sustancias eran malas y que lo único que hacían era autodestruirnos. Este mensaje, cuando se repite una y otra vez, se graba en la mente de uno y se toma como verdad incuestionable. Ahora, cuando se llega a una edad en la que se hace un revisionismo de todos los conocimientos que hasta ese mismo momento eran absolutos e irrefutables, el cajón olvidado de las drogas vuelve a abrirse. Yo, que estoy en esa edad –dieciocho años–, me encuentro de frente con esto y me cuestiono su legalización.

   En el presente artículo no quiero hacer una apología de su consumo masivo, sino que quiero explicar, apoyándome en las tesis de Jeffrey Miron –economista y actual profesor en la Universidad de Harvard– y Antonio Escohotado –reputado filósofo, jurista y sociólogo español– por qué deben legalizarse las drogas.

Hacia una sociedad libre

El modelo social que los liberales defendemos a capa y espada es uno que no esté planificado «desde arriba», uno en el que seamos nosotros mismos, en la medida de lo posible, los que llevemos las riendas de nuestras vidas. Por eso, debemos encaminarnos a un estado personal en el que la coacción interior –nosotros mismos, nuestro miedo– y exterior –otra gente, el Estado…– sean cada vez menores y menores.

   Antonio Escohotado afirma que «detrás de las drogas psicoactivas está el miedo que nos tenemos a nosotros mismos». Este miedo, irracional en infinidad de veces, es el causante de nuestra criticable actitud paternalista y proteccionista con los demás, llevándonos a coartar la libertad de los que están a nuestro alrededor. ¿Por qué? Por pura arrogancia intelectual: creo que yo tengo una verdad incontrovertible y, por eso, tengo derecho a imponérsela a los demás, sin dejar espacio a la libre confrontación de alegatos. ¡Imagínate esta misma situación, pero si yo soy el Estado!

   Resulta admirable, ¡extraordinario! escuchar esta conferencia de Escohotado hablando sobre cómo el ser humano y las drogas han convivido desde hace poco menos de 5000 años. En esta audiencia, la cual recomiendo fervientemente ver, se hace un riguroso análisis del miedo que producen las drogas desde la época grecorromana hasta la actualidad, pasando por 1911. Sí, un miedo que conlleva a organizar la producción, distribución y consumo de bienes que, por ende, conlleva a la organización de la vida individual y sus derechos y deberes por parte de una autoridad social. ¿Siempre han estado ilegalizadas? No. Y cuando no lo estaban, ¿la sociedad se paralizó o hubo una profunda recesión? Tampoco. Por consiguiente, ¿la postura prohibicionista a qué se debe? Esta cruzada histórica contra la droga está protagonizada –y uno se percata de ello al poco de leer verdadera Historia– por aquellos faraones, reyes, Presidentes o clérigos con unas fuertes convicciones de sometimiento de la sociedad a su voluntad.

   Y no es verdad que nos quieren proteger, que el Estado desea por encima de todo amparar a su pueblo –muchas veces, tachado de iletrado–. Porque si lo quisiera hacer, entonces, vedaría, verbi gratia, el tabaco o el mismo transporte. Estos, de forma indirecta –el tabaco– o evidentemente directa –el accidente de tránsito–, entran dentro de las diez principales causas de defunción a nivel mundial, según la OMS.

   En Holanda llevan varias décadas con iniciativas antiprohibicionistas, al igual que en Suiza, Canadá, Portugal, algunos territorios de los Estados Unidos –California, Massachusetts, Nevada, Washington, Alaska…–, países latinoamericanos como Chile, Colombia, Argentina… Las medidas desregulatorias y despenalizadoras ayudan un poco más al avance en la travesía hacia una sociedad más libre, donde cada individuo pueda consumir aquellos bienes que considere necesarios para sí. El día en que nos encontremos un coffee shop por nuestra calle y veamos cómo se normaliza lo que nunca tuvo que ser tildado de insensato y perverso, habremos dado un paso más hacia delante.

Contra la mafia corrupta y fanática

Creo que es unánime lo que pensamos los liberales sobre estas organizaciones: nos gustan infinitamente menos que el Estado. ¿Por qué? Básicamente, porque estos criminales –simpatizantes del crimen y violación de la vida– no respetan el magnánimo principio liberal de la igualdad ante el imperio de la Ley: se toman la Justicia por su mano e imponen su esquizofrénica verdad a golpe de terror.

   El mantener ilegales las drogas, al igual que la prostitución, es un favor que les hacemos a las mafias, que crean un «mercado negro» al margen de la sociedad y, por tanto, violan la máxima que acabo de mencionar. Dentro de esta putrefacta clandestinidad que está regida por la salvaje ley del más fuerte, nos podemos imaginar cómo transgreden los derechos civiles. En esta imagen podemos ver qué países tienen una mayor economía sumergida (por ejemplo, Europa superaba en 2016 el 18% del PIB).

   Hay un ejemplo clarividente que muestra las nefastas consecuencias cuando el Estado controla hasta prohibir sustancias tan consuetudinarias como el alcohol: la Ley Seca. La Enmienda XVIII de la Constitución me gusta muchísimo, sobre todo, por su cercanía cronológica (1920-1933). Cuando se limita hasta imposibilitar la oferta de un producto de forma arbitraria, y la demanda no desaparece –¡porque nunca ha llegado a descender!–, se desencadena una batería de consecuencias que acostumbran a ser nefastas. En este caso: desprecio por la ley (scofflaw); alcoholización masiva de la sociedad –en especial, entre los jóvenes–; proliferación de mafias, corrupción y sobornos entre los políticos locales y los policías (el Departamento del Tesoro, responsable al principio de la lucha contra el tráfico de alcohol, tuvo que despedir a 706 de sus agentes e imputar 257)… No hablamos de episodios que han tenido lugar en la Antigua Roma, que también los hay y resultaría interesante repasarlos, sino de uno en concreto de hace escasos años en un país tan civilmente desarrollado como los Estados Unidos.

   Con la ilegalización de las drogas, afirma Jeffrey Miron, «reducimos la capacidad de gente enferma de usar drogas como la marihuana o los opiáceos para reducir dolores, aliviar las náuseas de la quimioterapia y toda una serie de síntomas». No todas estas sustancias tienen por qué destruirnos; el quid está en el uso que les demos y su racionalización. También sería muy útil que nos informasen y educasen de los posibles efectos y cuáles serían las mejores pautas para su consumo.

   ¿Y si se legalizan, la gente no iría como una posesa a comprar y comprar? Como siempre ha sucedido, a priori se ha producido un incremento en el consumo. Pero habría que entender, también, que ese auge proceda de personas responsables y que lo necesiten, como los enfermos que ya se han nombrado. Además, según Miron, las leyes que se aplicasen serían similares a las del alcohol: habría un mínimo de edad para su adquisición; tendríamos limitaciones, por ejemplo, a la hora de conducir bajo sus efectos, siempre acompañadas de fuertes multas… ¿Y seguirían siendo igualmente caras como hasta ahora? No, pues se acabarían los altos costos de producción e intermediación que acarrea la prohibición. Viendo el informe de 2016 del Observatorio Europeo de la Droga y las Toxicomanías, nos bombardean cientos de datos indicando distintos aspectos, pero podemos afirmar que la tendencia en las últimas décadas del consumo es a la baja en los territorios que sí han tenido reformar legislativas despenalizadoras. ¡Ahí están los números!

   Si no queremos que la gente consuma, tenemos dos opciones: erradicar su libertad e imponer nuestro déspota criterio o hacer campañas y concienciar a las masas sociales de sus efectos, tanto beneficiosos como nocivos. Más sencillo: cohibir o educar. Y no, no podemos mantener este statu quo que coerce esta libertad de elección, nuestra libertad, en beneficio de bandas clandestinas. José Mujica, que, lejos de ser liberal, llegó a afirmar lo siguiente: «peor que las drogas, el narcotráfico». Y llevaba razón.


Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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