Miembro del Equipo de Bloggers de Estudiantes por la Libertad
A mi humilde juicio, existen dos clases de jóvenes: por un lado, los que tienen un espíritu revolucionario y creen estar en posesión de la verdad, porque, se supone, que sólo hay una; y por otro, los indiferentes y embobados… A la hora de la verdad, todos, ignorantes. Yo soy joven y, siempre que puedo, intento forjar un tercer camino, donde la idea primordial es que unos no impongan su criterio a los otros, aunque esto no me exime de mi intrínseca ignorancia.
En estos dos últimos años, he tenido la suerte de conocer a gente diversa y muy maja, en general. Lo bonito de esto es que te encuentras con personas distintas a ti, que no piensan como tú, y es ahí cuando surge el diálogo y, con ello, la contraposición de puntos de vista y el replanteamiento de los valores que uno, en un principio, pensaba que eran los mejores. Sin embargo, he visto cómo, entre mis amigos y conocidos, el sector que más parece haber crecido últimamente es el de los filomarxistas. Por eso, este artículo se lo dedico a ellos.
Todos las corrientes totalitarias –llámese fascismo o comunismo, que, al fin y al cabo, no son más que el reflejo del socialismo– tienen una infecta génesis en común, que es el odio acérrimo a la libertad. Frente a ésta, se intenta que prevalezcan ideas como el igualitarismo –y, se supone, que esto conduce a la justicia. ¡Ay! Y es que en una sociedad justa hay desigualdad a la fuerza–, el maniqueísmo y el omnipresente estatismo, como la mejor arma para establecer esa «sociedad justa e igual en nombre del pueblo». Todo esto se presenta bajo una apariencia mesiánica, donde siempre existe un líder, un caudillo, un camarada al que seguir, que constantemente apela «al pueblo», pues es él y no otro quien está en plena consonancia con «la gente». ¡Error! Voy a decir una cosa: ni ganando unas elecciones libres se tiene la suficiente legitimidad para imponer un programa que haga que unos se inclinen y pierdan sus libertades civiles frente a otros.
Uno de los aspectos en los que diferimos estos amigos míos y yo es en que ellos son tenaces defensores de la democracia –también hay quien me argumenta la necesidad de instaurar la dictadura proletaria– y yo, sencillamente, de la libertad. Dijo Winston Churchill que «la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los sistemas políticos restantes», y puede ser cierto. Lo más llamativo –por calificarlo de alguna que las democracias occidentales tenemos para vigilar y censurar al gobierno cuando éste lo haga mal. Voy a expresar una idea que ya la han dicho muchos antes que yo: la democracia es el medio –y nunca el fin– para obtener la mayor libertad posible. Verbigracia, un país se puede llamar República de Cuba y tener una apariencia democrática y, luego, tener más de 1,5 millones de exiliados, en torno a 7.000 víctimas asesinadas por el aparato represor del Estado, un control ideológico brutal de las escuelas y de la Universidad, censura mediática, poder absoluto de la Policía Nacional Revolucionaria… Y todo esto, sin entrar en el muy mejorable estado económico de la isla.
Otro punto de debate con ellos es el de la economía: yo, defensor del mercado libre; ellos, de la planificación centralizada y del reparto arbitrario de la riqueza –o de la miseria, pienso yo–. Para tratar este tema me gustaría escribir otro artículo aparte, desarrollando esto mucho mejor para poder ahondar un poco más en la disyuntiva entre el capitalismo y el sistema estatista, en materia económica, y por qué escogería siempre el primero antes que el segundo. Sólo dos datos: el libre mercado es mucho más moral de lo que nos hacen creer, y creedme que en una economía de planificación centralizada no hay cabida para la libertad. ¡Una pista! Fijaos que los territorios tildados por todos de democráticos, ricos y prósperos se encuentran en los primeros puestos en el Índice de Libertad Económica (los últimos son, por orden descendente: Venezuela, Cuba y Corea del Norte… los «grandes regímenes socialistas»). Finalmente, no confundamos lo que los estadounidenses llaman «crony capitalism» con la traducción a la economía del liberalismo.
Después de leer esto, habrá gente que me tache de fascista –o utópico en el mejor de los casos–, me llamarán ignorante porque me dirán que confundo el socialismo con el comunismo, que si no me da vergüenza dejar de lado los logros del movimiento obrero, que si no me preocupo por la pobreza o por la igualdad en el mundo, que si soy un estúpido indiferente y me da igual el medio ambiente, que si estoy sólo a favor de las grandes empresas… En fin, eso y un sinfín de tópicos que estaré encantado de rebatir. Al fin y al cabo, tal y como expreso en ese primer párrafo de fondo tan socrático, soy ignorante porque soy joven –aunque confieso que también hay gente ignorante no tan joven– y, por eso, uno de los remedios más entretenidos, aparte de leer y ver, es dialogar.
Me gustaría acabar con una excelsa reflexión del célebre Antonio Escohotado: «el comunismo es la ideología conservadora por excelencia. El comunismo no quiere saber qué pueda salir del cambio; o sea, quiere hacer una revolución concreta para poner últimos a los primeros, lo cual sólo se podrá hacer mediante un cataclismo de violencia y arbitrariedad». Soy poco optimista en esto: mientras en el corazón humano quede algún resquicio de odio, de ambición por el poder y el deseo de establecer por la fuerza una jerarquía injusta –cosa que permanecerá así siempre–, el marxismo nunca desaparecerá, aun cuando una y otra vez se subraye su triste discurso. No quiero resignarme a pensar que ese 9 de noviembre de 1989 sólo se quedó en los libros de Historia. Hagamos que vuelva a caer otra vez el Muro y que la libertad y la paz imperen sobre todas las cosas.
Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].