Año XLVIII Noviembre de 2017 N° 958
En cierto sentido, solamente hay dos filosofías políticas: la libertad para todos y el poder concentrado en unos pocos. O los hombres son libres de vivir su vida como les place, siempre y cuando respeten derechos iguales para otros, o algunos hombres tienen la potestad de usar la fuerza para obligar a otros hombres a ejecutar acciones que libremente éstos no ejecutarían. No es una sorpresa que la filosofía del poder haya seducido siempre a los que ejercen el poder. Esta filosofía ha tenido muchos nombres –cesarismo, despotismo oriental, teocracia, socialismo, fascismo, comunismo, monarquismo, ujamaa, estatismo benefactor– y las similitudes esenciales entre estos sistemas han pasado inadvertidas, porque la apología de cada uno ha sido suficientemente diferenciada.
La filosofía de la libertad también ha tenido varios nombres. Sus defensores siempre han mostrado respeto por el individuo, confianza en la sabiduría del hombre común para tomar decisiones acertadas sobre su propia vida, y hostilidad hacia los que están dispuestos a recurrir a la violencia para lograr sus objetivos. Quizás el primer liberal del mundo haya sido el filósofo chino Lao-Tze, autor del Tao Te Ching y fundador del taoísmo, quien vivió en el siglo VI antes de Cristo. Lao-Tze afirmó que “sin ley ni compulsión, los hombres vivirían en armonía”. El taoísmo es expresión clásica de la serenidad espiritual que asociamos con la filosofía oriental. En su concepción de la unidad de los opuestos, y en su visión de la relación causal entre competencia y armonía, se adelanta por muchos siglos a la teoría del orden espontáneo. El taoísmo predica, por otra parte, que los gobernantes no deben interferir en las vidas de los pueblos. Fuera del ejemplo de Lao-Tze, encontramos las raíces del liberalismo en occidente. ¿Convierte esta circunstancia geográfica al liberalismo en una idea estrechamente occidental? No lo creo. Los fundamentos de la libertad y de los derechos individuales son universales. De igual forma, los principios de la ciencia son universales, pero observamos que ocurrió en occidente el descubrimiento de la mayoría de esos principios.
La prehistoria del liberalismo
Las dos vertientes principales del pensamiento occidental, la griega y la judeocristiana, contribuyeron al desarrollo del concepto de libertad. En el Antiguo Testamento leemos que el pueblo de Israel vivía sin rey ni autoridad coercitiva. Ese pueblo era gobernado, no por la fuerza, sino por la adhesión mutua al pacto entre Dios e Israel. En el libro primero de Samuel leemos que los judíos fueron con Samuel y dijeron: “Danos un rey que nos juzgue para que seamos como las demás naciones”. Pero cuando Samuel oró ante Dios y le transmitió la petición del pueblo judío, Dios dijo:
Así será el rey que reinará sobre vosotros. Tomará a vuestros hijos para sus ejércitos. Tomará a vuestras hijas para su cocina. Tomará vuestras siembras y vuestras plantaciones de olivos, y los entregará a sus sirvientes. Y tomará el diezmo de vuestra semilla y vuestros viñedos y vuestras ovejas. Y vosotros seréis sus sirvientes. Y os lamentaréis en ese día de vuestro rey que vosotros mismos habréis escogido, y el Señor no escuchará vuestros lamentos.
El pueblo de Israel no escuchó esta tremenda advertencia e instituyó un monarca. El pasaje citado queda como recordatorio vívido que los orígenes del Estado no se encuentran en la inspiración divina. El impacto de la advertencia de Dios se ha sentido desde el antiguo Israel hasta los tiempos modernos. Thomas Paine lo menciona en Sentido Común, para recordar a los americanos que, en los 3000 años corridos desde los tiempos de Samuel, “el puñado de reyes buenos no ha podido borrar el pecado original de la monarquía”. El gran historiador de la libertad, Lord Acton, suponiendo que todos los lectores británicos del siglo XIX estarían familiarizados con esta cita bíblica, se refirió de pasada a la “declaración profética” de Samuel. Los judíos entronizaron a un rey. Sin embargo, es probable que este pueblo haya sido el primero en desarrollar la idea del rey subordinado a una ley superior. En otras civilizaciones, el rey era la ley, en muchos casos porque se consideraba que el rey era divino. Por el contrario, los judíos proclamaron, ante el faraón de Egipto y ante sus propios reyes, que un rey no es más que un hombre, y que todos los hombres están sujetos a la ley de Dios.
La ley natural
También los griegos desarrollaron el concepto de ley superior. Sófocles, en el siglo V antes de Cristo, relató la historia de Antígona, cuyo hermano había atacado la ciudad de Tebas y había muerto en el combate. El tirano Creón ordenó arrojar su cadáver fuera de los muros de la ciudad, sin honras fúnebres ni sepultura. Antígona desafió a Creón y enterró a su hermano. Llevada ante el tirano, declaró que una ley dictada por un simple mortal, aunque ese mortal fuera un rey, no podía abrogar “la ley no escrita e infalible de los dioses” cuya vigencia se remontaba a tiempos inmemoriales. La noción de una ley superior a todos los hombres, incluso superior a los gobernantes, se enraizó y se desarrolló a través de la civilización europea. En el mundo romano, los filósofos estoicos afirmaban que aun aceptando la soberanía del pueblo, el poder del soberano debe enmarcarse en lo justo según la ley natural. El impacto duradero de esta idea de los estoicos en el mundo occidental se debe, en parte, a un feliz accidente. Cicerón, el jurista estoico del siglo I antes de Cristo, fue considerado por las generaciones que le sucedieron como el mayor exponente de la prosa latina, de suerte que sus ensayos fueron leídos durante muchos siglos por los europeos cultos.
En un encuentro memorable ocurrido en el siglo siguiente al de Cicerón, a Jesús se le preguntó si sus seguidores debían pagar tributos. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, respondió Jesús. Con esta respuesta, Jesús dividió el mundo en dos reinos, y quedó claro que el Estado no controla todos los aspectos de la vida del hombre. Esta noción radical se afianzó en la cristiandad occidental, pero no en la Iglesia oriental, completamente dominada por el Estado, sin holgura en la sociedad en donde pudieran desarrollarse fuentes alternas de poder.
El pluralismo
En Europa, la independencia de la Iglesia de occidente, conocida como la Iglesia católica romana, engendró la rivalidad por el poder de dos instituciones influyentes. Esta situación disgustaba tanto a la Iglesia como al Estado, pero el poder dividido dejó abierto el espacio en que se desarrollaron los individuos y la sociedad. Con frecuencia, los papas y los emperadores intercambiaban acusaciones y, con ello, la legitimidad de ambos se debilitaba. Este conflicto entre Iglesia y Estado no tenía parangón en el mundo, circunstancia que explica por qué los principios de la libertad se desarrollaron primero en Occidente. En el siglo IV de nuestra era el emperador Teodosio ordenó a Ambrosio, obispo de Milán, que entregara su catedral al imperio. Ambrosio respondió:
No es legal que nosotros entreguemos la catedral. Tampoco es legal que Vuestra Majestad la reciba. Ninguna ley os faculta para expropiar la casa de un hombre. ¿Creéis acaso que puede ser incautada la casa de Dios? Se afirma que todas las cosas son legales para el emperador y que todas las cosas le pertenecen. Pero no agobiéis vuestra conciencia con el pensamiento de que el poder del emperador se extiende a los objetos sagrados. No exaltéis vuestra vanidad. Que vuestro reinado sea largo y supeditado a Dios. Está escrito, a Dios lo de Dios y a César lo de César. El emperador se sintió compelido a visitar la catedral de Ambrosio y pidió perdón por su culpa.
El forcejeo entre Iglesia y Estado impidió la consolidación del poder absoluto. Se abrió el espacio para el desarrollo de instituciones autónomas y, como la Iglesia no ejercía poder absoluto, la disidencia religiosa floreció. Los mercados y las asociaciones, los entendimientos, los gremios, las universidades, los burgos… todas estas y otras formas de asociación voluntaria contribuyeron al desarrollo del pluralismo y la sociedad civil.
La tolerancia religiosa
A veces, el liberalismo es visto como una filosofía de libertad económica, pero sus raíces históricas se encuentran más cerca de la lucha por la tolerancia religiosa. Los primeros cristianos desarrollaron teorías de tolerancia para defenderse de la persecución de Roma. Tertuliano, cartaginense conocido como el “padre de la teología latina”, escribió cerca del año 200 de nuestra era: Es un derecho fundamental del hombre, un privilegio otorgado por la naturaleza, que el hombre pueda practicar su fe según sus propias convicciones. La práctica religiosa de un hombre no daña ni ayuda a otro hombre. Ciertamente no corresponde que la religión sea impuesta. El libre albedrío, no la fuerza, deben conducirnos a ella. Aquí, encontramos la expresión “derechos fundamentales” en lugar de “derechos naturales” [1]
La expansión del comercio, las variadas interpretaciones religiosas y el desarrollo de la sociedad civil multiplicaron las fuentes de influencia en cada comunidad. El pluralismo resultante condujo a exigencias de límites al poder del gobierno. En un intervalo memorable de apenas diez años, en tres puntos dispersos de Europa, la humanidad avanzó un gran trecho en la senda que conduce al gobierno limitado y representativo. El acontecimiento más destacado de ese decenio –al menos en lo que concierne a los Estados Unidos– ocurrió en Inglaterra en 1215, cuando los barones confrontaron al rey Juan en Runnymede y lo obligaron a suscribir la Carta Magna, que instauraba la justicia para todos, y garantizaba a todo hombre libre protección contra interferencias ilegales en su persona y sus bienes. Se limitó la capacidad del rey para recaudar tributos, se garantizó a la Iglesia un espacio determinado de libertad y las libertades de los burgos fueron consagradas. En el siglo 13, Santo Tomás de Aquino –quizás el más importante de los teólogos católicos– y otros filósofos desarrollaron la justificación teológica para limitar el poder del rey. Santo Tomás escribió:
Un rey que no es fiel a su deber pierde su derecho a exigir obediencia. Derrocarlo no sería rebelión, porque él mismo es un rebelde y la nación tiene el derecho de deponerlo. Pero es preferible impedir que pueda abusar del poder, limitándolo. Así, la autoridad teológica dio respaldo a la idea de que los tiranos pueden ser depuestos. Juan de Salisbury, un obispo inglés que presenció el asesinato de Becket en el siglo XII, y Roger Bacon, un letrado del siglo XIII – Lord Acton escribió que estos dos personajes fueron los autores ingleses más distinguidos de sus respectivas épocas– sustentaban incluso el derecho de matar a los tiranos, una postura entonces inimaginable en la casi totalidad del resto del mundo.
Los pensadores escolásticos del siglo XVI, conocidos en conjunto como la escuela de Salamanca[2] continuaron la labor exploratoria de Santo Tomás en los caminos de la teología, la ley natural y la economía. Se adelantaron a muchos temas que más tarde aparecerían en las obras de Adam Smith (finales del siglo XVIII) y de la Escuela Austriaca[3] (finales del siglo XIX y siglo XX). Influido por las enseñanzas de la universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria condenaba, invocando el individualismo y los derechos naturales, la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo: El indio es un ser humano y, como tal, le es dado alcanzar el cielo o el infierno… Como persona, cada indio tiene libre albedrío y, en consecuencia, es el amo de sus acciones… Cada hombre es dueño de su propia vida y tiene derecho a la integridad física y mental.
Vitoria y sus condiscípulos también desarrollaron la doctrina de la ley natural en las áreas de la propiedad privada, los beneficios, las tasas de interés y la tributación. Sus obras influyeron en Hugo Grocio, Samuel Pufendorf y, por medio de éstos, influyeron también en el pensamiento de Adam Smith y sus condiscípulos escoceses. La prehistoria del liberalismo termina con el advenimiento del Renacimiento y la Reforma protestante. En general, se considera que el mundo moderno comenzó después de la Edad Media, con las corrientes humanistas y el redescubrimiento de la sabiduría clásica que marcaron el Renacimiento. Con pasión novelesca, Ayn Rand sintetizó un aspecto del Renacimiento, el del liberalismo racional, individualista y secular:
La Edad Media fue una era de misticismo, regida por la fe ciega y la obediencia ciega frente al dogma que supeditaba la razón a la fe. Con el Renacimiento llegó la resurrección de la razón, la liberación de la mente del hombre, el triunfo de la racionalidad sobre el misticismo. Fue un triunfo parcial, incompleto, pero fue un impulso apasionado que condujo al nacimiento de la ciencia, el individualismo y la libertad.
La respuesta al absolutismo
A finales del siglo XVI la Iglesia, debilitada por su propia corrupción interna y por la Reforma, necesitaba del apoyo del Estado más de lo que el Estado podía necesitar del apoyo de la Iglesia. La debilidad de la Iglesia propició el fortalecimiento del poder de los reyes, hasta desembocar en la monarquía absoluta. Tal es el caso de Luís XIV en Francia y los reyes Estuardo en Inglaterra. Los monarcas instalaron sus propias burocracias, decretaron nuevos tributos, mantuvieron ejércitos permanentes y ampliaron en otras áreas el alcance de su poder. Copérnico demostró que los planetas giran alrededor del sol. Luís XIV adoptó el mote de Rey Sol, porque toda la vida de Francia giraba a su alrededor. “L’état, c’est moi” [4] decía. Erradicó la religión protestante y buscó proclamarse jefe de la Iglesia católica de Francia. Su reino duró casi 70 años, y ni una sola vez convocó a la asamblea representativa. Su ministro de finanzas puso en marcha un sistema mercantilista, que asignaba al Estado la supervisión, la orientación, la planificación y el monitoreo de la economía, mediante subsidios, prohibiciones, concesiones, monopolistas, nacionalizaciones, controles de precios, controles de salarios y normas de calidad. Mientras el absolutismo se enraizaba en Francia y en España, los Países Bajos se convertían en pioneros de la tolerancia religiosa, la libertad de comercio y el gobierno limitado. Los holandeses se independizaron de España a principios del siglo XVII y formaron una confederación de ciudades y provincias. Pronto serían la principal potencia comercial y el refugio para muchos extranjeros que huían de la opresión. Numerosos libros y folletos, escritos por disidentes ingleses y franceses, fueron impresos en las ciudades holandesas. Uno de esos refugiados, el filósofo Baruch Spinoza, hijo de judíos que habían huido de Portugal debido a la persecución católica, describe en su Tratado Teológico- Político la feliz dinámica holandesa de la tolerancia religiosa y la prosperidad, en el siglo XVII: La ciudad de Ámsterdam cosecha los frutos de la libertad en forma de su gran prosperidad y la admiración que le prodigan los demás pueblos. En este lugar floreciente, en esta espléndida ciudad, los hombres de todas las naciones y todas las religiones viven juntos en la mayor armonía y cada uno, sin hacer preguntas, confía sus bienes a sus conciudadanos. No se considera importante la religión o la secta de un ciudadano, porque éstas no determinan que una causa se gane o se pierda ante un juez. Ninguna secta es tan despreciable como para que el que la practique, si no causa daño a los demás, si paga sus deudas, si lleva una vida honorable, sea privado de la protección de la autoridad de los magistrados. La armonía social y el progreso económico, ejemplificados en Holanda, inspiraron a los primeros liberales de Inglaterra y otras naciones.
La Revolución Inglesa
La oposición de los ingleses al absolutismo del monarca estimuló el fermento intelectual, y las primeras manifestaciones de ideas claramente protoliberales echaron raíces en la Inglaterra del siglo XVII. Una vez más, vemos que las primeras ideas liberales fueron subproductos de la lucha por la tolerancia religiosa. En 1644 John Milton publicó Areopagitica, poderosa argumentación a favor de la libertad religiosa y en contra del control oficial de la prensa. Sobre la relación entre libertad y virtud –un tema que, hasta el día de hoy, frustra a los políticos de los Estados Unidos– Milton escribió que “la libertad es la mejor escuela de virtud… la virtud sólo es virtuosa cuando es escogida libremente”. Sobre la libre expresión del pensamiento, escribió que “nadie jamás ha sabido que la verdad quede mal parada en un encuentro libre y abierto”.
En el período transcurrido después de la decapitación de Carlos I, cuando Inglaterra estaba entre dos reyes y bajo el mando de Oliver Cromwell, el debate intelectual fue intenso y acalorado. El grupo conocido como los Levellers[5] empezó a trabajar en la recopilación de las ideas que posteriormente serían el andamiaje del liberalismo. Colocaron la defensa de la libertad religiosa y los derechos tradicionales de los ingleses en el contexto de la propiedad y el derecho natural. En un ensayo famoso, Una flecha contra todos los tiranos, el jefe Leveller Richard Overton proclama que cada individuo es dueño de sí mismo y, por lo tanto, tiene derecho a la vida, la libertad y la propiedad. “Ningún hombre tiene poder sobre mis derechos y libertades, ni yo tengo poder sobre los derechos y las libertades de otro hombre”.
A pesar de la lucha de los Levellers y otros grupos, la dinastía Estuardo retomó el trono en 1660, en la persona de Carlos II. Éste prometió respetar la libertad de conciencia y los derechos de los terratenientes, pero tanto él como su hermano, James II, procuraron extender nuevamente el poder del rey. Tras la Revolución Gloriosa de 1688, el Parlamento ofreció la corona a Guillermo y María de Holanda, ambos nietos de Carlos I. Guillermo y María se comprometieron a respetar los derechos “auténticos, antiguos y evidentes”, compromiso que quedó plasmado en la Carta de Derechos de 1689.
Es oportuno situar el nacimiento del liberalismo en la época de la Revolución Gloriosa. Acertadamente se considera a John Locke como el primer liberal auténtico y como el padre de la filosofía política moderna. Si alguien desconoce las ideas de Locke, no puede entender el mundo de hoy. Su obra más importante, El Segundo Tratado de Gobierno –una defensa radical de los derechos individuales y el gobierno representativo– fue publicada en 1690, pero había sido escrita algunos años antes, como una refutación del filósofo absolutista, Sir Robert Filmer. Locke pregunta: ¿Para qué sirve el gobierno? ¿Por qué tenemos gobierno? Y contesta:
Los hombres tienen derechos que son anteriores a los gobiernos. Los llamamos derechos naturales porque existen en la naturaleza. Los hombres instauran gobiernos para proteger sus derechos. Esa protección podría lograrse por otros métodos, pero el gobierno es un método eficiente para proteger derechos. Y si el gobierno sobrepasa los límites de esa función, se justifica derrocarlo. El gobierno representativo es la mejor manera de garantizar que el gobierno se mantenga dentro de los límites de su función legítima. Locke se adhiere a una tradición filosófica de antigua raigambre en occidente cuando escribe: “Los gobiernos no son libres de actuar como les place. La ley de la naturaleza se yergue como regla eterna para todos los hombres, sin exceptuar a los legisladores”. Locke también articuló con claridad el concepto de los derechos de propiedad: Cada hombre es propietario de su propia persona. Nadie más que él mismo tiene derecho sobre su persona. Las faenas de su cuerpo y el trabajo de sus manos, podemos decir, le pertenecen. Entonces, cualquier cosa que el hombre extraiga del estado en que la naturaleza lo ha proveído, o habiéndolo dejado en la naturaleza, le hubiera mezclado su trabajo, y le hubiera agregado algo que le pertenece, convierte esa cosa en su propiedad.
Son derechos inalienables del hombre la vida y la libertad. El hombre, cuando mezcla su trabajo –como en la agricultura– a elementos de la naturaleza que no tienen dueño, adquiere derecho de propiedad sobre esos elementos. La función del gobierno es proteger “las vidas, las libertades y los patrimonios” del pueblo.
El liberalismo del siglo XVIII
Inglaterra prosperó bajo el gobierno limitado. Así como Holanda había inspirado a los liberales en el siglo anterior, en el siglo XVIII los liberales del Continente Europeo, y después los liberales de todo el mundo, empezaron a citar el ejemplo inglés. Podríamos situar el inicio del Siglo de las Luces aproximadamente en 1720, cuando el escritor francés Voltaire llegó a Inglaterra para escapar de la tiranía que subyugaba su tierra natal. En Inglaterra, Voltaire encontró tolerancia religiosa, gobierno representativo y prosperidad de la clase media. A diferencia del desprecio de los aristócratas franceses por los comerciantes, observó que en Inglaterra el comercio era respetado. También observó que cuando se respeta la libertad de comerciar, los prejuicios de la gente pasan a segundo plano, y predomina el propio interés. Se ha hecho famosa su descripción de la bolsa de Londres, contenida en su obra Cartas Inglesas: Ingrese Usted a la bolsa de Londres, un lugar más respetable que muchas cortes, y verá Usted a los representantes de todas las naciones, reunidos en ese lugar para provecho de todos. Allí, el judío, el mahometano y el cristiano tratan entre ellos como si fueran de la misma religión. Allí, los epítetos denigrantes se aplican solamente al que cae en bancarrota. Allí, el presbiteriano confía en el anabaptista, y el anglicano acepta la promesa del cuáquero. Al salir de estas asambleas libres y pacíficas, unos van a la sinagoga, otros a la iglesia, otros a la taberna… y todos están contentos[6]. El siglo XVIII fue, por excelencia, el siglo del pensamiento liberal. Las ideas de Locke fueron desarrolladas por muchos autores, entre ellos John Trenchard y Thomas Gordon, quienes escribieron una serie de artículos periodísticos publicados bajo el pseudónimo CATO, por referencia a Cato el joven, el defensor de la república de Roma contra las pretensiones imperialistas de Julio César. Estos artículos, que denunciaban las violaciones del gobierno contra los derechos de los ingleses, fueron conocidos con el nombre de “las cartas de CATO”[7] (Los nombres evocadores de la república de Roma eran populares entre los escritores del siglo XVIII. Nótese, por ejemplo, que los Boletines Federalistas[8] fueron rubricados con la palabra Publios). En Francia los fisiócratas desarrollaron una ciencia moderna, la economía. Su nombre tiene raíces griegas: physis que significa naturaleza, y kratos que significa regla. Los fisiócratas afirmaban que la sociedad y la creación de riqueza eran regidas por leyes naturales, como las leyes de la física. Sostenían que el comercio libre, sin los estorbos de los monopolios, sin las restricciones gremiales y sin impuestos elevados, era la mejor forma de aumentar la oferta de bienes, y que la ausencia de trabas coercitivas produciría abundancia y armonía. En este período, se escuchó el famoso grito multitudinario “laissez faire”. Cuenta la leyenda que Luís XV preguntó a un grupo de mercaderes: “¿Cómo puedo ayudaros?” Y los mercaderes contestaron: “Laissez-nous faire, laissez-nous passer, le monde va de lui-même”. (Dejadnos hacer, dejadnos pasar, el mundo se mueve solo).
La Ilustración francesa es más conocida, pero la historia registra también la Ilustración escocesa. Por mucho tiempo, los escoceses habían sufrido la dominación inglesa. El mercantilismo británico los había agobiado, pero en el curso del último siglo, habían sobrepasado a los ingleses en sus tasas de alfabetización y en la calidad de su sistema educativo. Así, el pueblo escocés estaba listo para desarrollar las ideas liberales y para dominar la vida intelectual de Inglaterra durante un siglo. Entre los exponentes de la Ilustración escocesa está Adam Ferguson, autor de un Ensayo sobre la historia de la sociedad civil. Estamos en deuda con Ferguson por la expresión: “Es el resultado de la acción humana, pero no del diseño humano”[9] que inspiró, en las siguientes generaciones, el desarrollo del concepto de orden espontáneo. Francis Hutcheson y Dugald Stewart también son dignos de mención. Hutcheson se adelantó a los utilitaristas con su noción de “el mayor bienestar posible para el mayor número posible”, y el texto Filosofía de la mente humana, de Stewart, fue leído profusamente en los albores de la vida universitaria de los Estados Unidos. Pero los autores más prominentes de ese período fueron David Hume y Adam Smith.
Hume era filósofo, economista e historiador, formado en el período anterior al decreto de la aristocracia universitaria que ordenaba dividir el conocimiento en categorías discretas. Los estudiantes de nuestra época lo identifican principalmente con el escepticismo filosófico, pero otro aporte importante de Hume es su explicación del mercado libre como proceso productivo, eficiente y benévolo. Defendió la propiedad y los contratos, la banca libre y el orden espontáneo de la sociedad libre. Criticó la doctrina de la balanza de comercio de los mercantilistas y enfatizó que cada uno de nosotros se beneficia con la prosperidad de otros, incluso con la prosperidad de los que viven más allá de nuestras fronteras.
Adam Smith y John Locke son reconocidos como los padres del liberalismo. Y como vivimos en un mundo liberal, Locke y Smith merecen ser reconocidos como los arquitectos del mundo moderno. En su Teoría de los sentimientos morales, Smith identifica dos clases de conducta, según dos clases de motivos: el interés personal y la benevolencia. Numerosos críticos aducen que Adam Smith –o los economistas en general, o los liberales– creen que la conducta del hombre responde a un solo motivo: el interés personal. En su primer libro, Smith refutó claramente esta afirmación. Es evidente que, a veces, la gente actúa por benevolencia, y la sociedad debe estimular ese sentimiento. Pero, explica Smith, la sociedad podría existir sin que la benevolencia se extendiera más allá de la propia familia. En un mundo sin benevolencia extra-familiar la gente se alimentaría, la economía funcionaría y el conocimiento avanzaría. Por el contrario, la sociedad no podría existir sin justicia, que es la protección de la vida, la libertad y la propiedad. La justicia, por lo tanto, debe ser la principal preocupación del Estado.
La obra más conocida de Adam Smith es Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. En ella Smith construye el andamiaje de la ciencia económica moderna. Esta obra, escribe Smith, es la descripción de “un sistema simple de libertad natural”. En la terminología de nuestro tiempo, podríamos decir que el capitalismo es lo que ocurre cuando se deja a la gente tranquila. Smith demostró que cuando los hombres producen y venden movidos por su propio interés, una “mano invisible” los dirige a modo que sirvan el interés ajeno. Para conseguir un empleo, o para vender cualquier cosa, cada individuo debe anticiparse a lo que los demás desearían obtener. La benevolencia es importante, pero “no es por benevolencia que el carnicero, el cervecero o el panadero nos proporcionan nuestra cena, sino por propio interés”. El mercado libre, en comparación con cualquier otro sistema social, permite que más gente satisfaga más necesidades y, en última instancia, disfrute de un nivel de vida más alto.
El desarrollo de la idea del orden espontáneo es el aporte más importante de Smith a la teoría liberal. A menudo escuchamos que libertad y orden son mutuamente excluyentes, perspectiva que a primera vista parece lógica. Pero, de manera más rigurosa que los fisiócratas y otros precursores, Smith enfatizó que el orden surge espontáneamente en los asuntos humanos. Al dejar que los hombres interactúen libremente, en un ambiente que protege sus derechos a la vida, la libertad y la propiedad, el orden emerge en ausencia de una autoridad central. La economía de mercado es un ejemplo de orden espontáneo. Cientos o miles de individuos –miles de millones en la actualidad– ingresan cada día al mercado o al mundo de los negocios, y se preguntan cómo producir más bienes, cómo obtener un empleo mejor, cómo ganar más dinero para ellos y sus familias. No los guía una autoridad central. Tampoco los guía un instinto biológico como el que impele a las abejas a producir miel. Sin embargo, al producir y comerciar, los hombres incrementan la riqueza en beneficio propio y también en beneficio de los demás. El mercado no es la única manifestación de orden espontáneo. Consideremos el lenguaje. Nadie jamás se sentó a escribir el idioma inglés para luego enseñarlo a los ingleses. Surgió y evolucionó espontáneamente, en respuesta a determinadas necesidades humanas. Consideremos la ley. Hoy, pensamos que la ley es algo que el Congreso aprueba, pero el derecho consuetudinario apareció y evolucionó mucho antes de que reyes o legislaturas emprendieran la tarea de escribirlo. Cuando dos personas estaban en desacuerdo, pedían a un tercero que actuara como juez. A veces, se reunía un jurado para escuchar el caso. No se esperaba que los jueces y jurados “promulgaran leyes”. Su función era “encontrar” la ley –investigar la práctica consuetudinaria, o referirse a las sentencias dictadas anteriormente en casos similares. Así, de caso en caso se desarrolló el orden legal. Hayek escribió: El dinero es otro ejemplo de orden espontáneo. Surgió de forma natural, cuando la gente necesitó algo que facilitara el comercio. Hayek escribió: Si la ley hubiera sido diseñada deliberadamente, merecería figurar entre los inventos más grandes de la humanidad. Desde luego, nadie inventó la ley, de igual forma que nadie inventó el dinero, el idioma, u otras prácticas y convenciones en las que descansa la vida en sociedad. El dinero es otro ejemplo de orden espontáneo. Surgió de forma natural, cuando la gente necesitó algo que facilitara el comercio. La ley, el idioma, el dinero, el mercado –las instituciones más importantes de la sociedad humana– surgieron espontáneamente.
Con el trabajo de Smith sobre la doctrina del orden espontáneo, los principios básicos del liberalismo estaban prácticamente completos. Podríamos enunciar esos principios básicos:
Numerosas ideas específicas se derivan de estos elementos fundamentales: la libertad individual, el gobierno limitado y representativo, el mercado libre, etcétera. Había tomado mucho tiempo definir estos principios básicos. Ahora sería necesario defenderlos.
La construcción de un mundo liberal
Como ocurrió en la víspera de la Revolución Inglesa, en el período anterior a la Revolución Americana el debate ideológico fue intenso. Más aún que en Inglaterra en el siglo XVII, las ideas liberales dominaron América[10] en el siglo XVIII. Hasta podríamos decir que no circulaban en América ideas que no fueran liberales. Había dos bandos de liberales: Los liberales conservadores instaban a los americanos a continuar con la práctica pacífica de reclamar sus derechos de súbditos ingleses. Los liberales radicales terminaron rechazando inclusive la idea de una monarquía constitucional y lucharon por la independencia. El liberal radical de mayor impacto fue Thomas Paine. Era algo así como un agitador nómada, un misionero de la libertad. Nacido en Inglaterra, se trasladó a América para ayudar a los americanos con su revolución, y cuando terminó esta tarea, cruzó nuevamente el Atlántico para ayudar a los franceses con su revolución. [11]
[1] Es interesante observar que, en esta cita de Tertuliano, los derechos fundamentales son “un privilegio otorgado por la naturaleza”. NT
[2] Francisco de Vitoria y Domingo de Soto figuran entre los principales impulsores del pensamiento de la Escuela de Salamanca. NT
[3] Entre los economistas consagrados de la Escuela Austriaca, cabe citar los nombres de Carl Menger, Eugen Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek. NT
[4] “Yo soy el Estado”. NT
[5] Ver nota 23 del Capítulo 1. NT
[6] Tomado de la Sexta Carta en la recopilación Cartas Inglesas. NT
[7] 144 ensayos publicados entre 1720 y 1723. NT
[8] The Federalist Papers, serie de ensayos escritos por James Madison, Alexander Hamilton y John Jay, publicados en varios periódicos del Estado de Nueva York entre 1787 y 1788, para allanar el camino hacia la ratificación de la Constitución de los Estados Unidos. NT
[9] Expresión referida al mercado y otros procesos anárquicos pero ordenados. NT
[10] En estos párrafos, América se refiere a las 13 colonias inglesas: Carolina del Norte, Carolina del Sur, Connecticut, Delaware, Georgia, Maryland, Massachussets, New Hampshire, New Jersey, New York, Pensylvannia, Rhode Island y Virginia. NT
[11] Transcurrieron 13 años entre el inicio de la Revolución Americana (4 de julio de 1776) y el inicio de la Revolución Francesa (14 de julio de 1789). NT
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