Hesíodo creía que dar cabida a la injusticia podría abatir la ira de los dioses, incluso en la caótica y violenta “Edad del Hierro”.
Homero, como hemos visto, compara las formas de vida pacíficos y bélicos a través de su descripción, en la Ilíada, en las “dos ciudades” representadas en el escudo de Aquiles. [1] Un contraste similar ocurre en Los Trabajos Y Los Días de Hesíodo, pero, como es típico para el didáctico Hesíodo, con una moraleja más explícita.
Por un lado, se señala una ciudad perversa cuyos habitantes “como la violencia prolongada y sucesos inhumanos”, donde “la justicia es ejercida forzosamente” por “hombres que reciben cohechos” que “juzgan sus casos con decisiones viciadas” – ineludiblemente, aquellos jueces que Hesíodo acusa de haber aceptado sobornos para favorecer a Perses en su disputa legal con Hesíodo. Por otro lado, Hesíodo presenta una ciudad virtuosa donde los jueces “dictan decisiones sinceras a su propio pueblo y a los forasteros”. Los destinos de las ciudades son totalmente diferentes: a los de la ciudad justa les va bien: “su ciudad florece” bajo el reinado de “Paz, que lleva a los infantes a la edad adulta”; en cuanto a los que habitan la ciudad injusta, Zeus “ordena cosificación”, porque la inmoralidad “Conlleva maldición sobre todos los que la promueven”. Después de todo, “la objetividad excede el exabrupto … al final”. [2]
En efecto, es común en Hesíodo que “el hombre que hace el mal a otro se hace el mal a sí mismo”[3] o, en otras palabras, esa virtud y vicio obtienen las recompensas y los castigos apropiados.
Pues sí uno, con sus manos y a la fuerza, se apodera de gran caudal …
los dioses, arruinan su casa, y por poco tiempo le acompaña la fortuna …
Contra esos tales, Zeus, sí, él mismo, se irrita y, a la postre, en pago de sus actos impíos …
le asigna penosa moneda.[4]
En cuantiosos casos, el engranaje por el que las personas obtienen lo que merecen es una causas espontánea, como cuando Hesíodo advierte a Perses que los que no paguen sus deudas tendrán dificultades para endeudarse una próxima vez. [5] Frecuentemente, es así incluso cuando el mecanismo es descrito en términos sobrenaturales, como cuando Hesíodo promete que el “trabajo duro” provocará que “el agosto engalanado de Deméter” (diosa de la cosecha) “quien llena el granero con la sustancia de la vida” [6] o cuando los incentivos económicos compiten en la provisión de bienes y servicios que encarnan la manifestación de la benevolencia de la Eris mayor. [7]
Otro ejemplo es el poder del hábito, con el hecho de “el ascenso consistente” se transforma “en la facilidad de adaptar … cuando llegas a la cumbre”, ya que “si lo incrementas poco a poco, lo logras” con repetición, este pequeño paso puede tornarse en uno significativo”, que Hesíodo describe como el “camino de la virtud” creado por “los sempiternos” y su impacto es el carácter y la reputación del individuo como un producto de la representación idealizada “Otorgar” y “Afianzar”. [8] En todos estos casos, la manera en que las causas producen los efectos es clara e inteligible sin referencias teológicas.
Asimismo, existen múltiples peripecias en la espontaneidad entrevera la virtud con la recompensa y la carencia con el destierro, parece ser verdaderamente sobrenatural, sin una imagen oportuna en cursos familiares y comprensibles:
A menudo la ciudad entera se ve castigada de un vil rufián —aquel que peca y conspira maldades.
Sobre ellos, desde el cielo, deja caer gran ruina el Cronión, Hambre y Morbo a la vez;
los hombres mueren, las mujeres no conciben, se extinguen los hogares, por los designios de Zeus …
también vosotros, en esta Justicia.
Cerca están, entre los hombres, los Inmortales:
se fijan en aquellos que, con torcidas sentencias, entre sí se ultrajan, sin cuidarse del temor a los dioses. [9]
Ahora bien, “la hambruna y la plaga” no son la penalidad espontánea del crimen de la manera en que la pobreza es el padecimiento por la inactividad; representan, en cambio, una retribución puramente sobrenatural. Sin embargo, es una gratificación profana, no es una condena postmoderna en la otra vida, en la predicción de Hesíodo, los males caerán sobre los malvados es empíricamente comprobable, y los resultados no son favorables.
Ello es incómodo para Hesíodo porque su defensa de la justicia en general parece ser más pragmática que idealista. La violencia, por ejemplo, es repudiada como una estrategia excesivamente inflexible, ya que es “infame para un ser frágil”, e “inclusive un noble no puede llevar el embalaje a la ligera” . [10] Aunque, Hesíodo es consciente de que los injustos parecen florecer con frecuencia, y admite que “es difícil para ser honrado, si el hombre injusto tiene más derecho”; por lo tanto, dice: “Yo no sería decente entre las criaturas ni mi hijo lo sería” si no creyera que “Zeus lo ve todo” y “no lo ultimara así”. [11]
Empero, el optimismo de Hesíodo, todo saldrá bien a su debido tiempo, que “la justicia triunfa sobre el atropello … al final” es difícil de reconciliar en su convicción de que está viviendo en una era de hierro donde reina el caos social y empeorará progresivamente:
El derecho a la fuerza; cada cual saqueará la ciudad de otro.
Ningún valor tendrá el juramento, ni la justicia, ni el bien …
y honrarán más al ejecutor de crímenes y violencias …
Solo tristes dolores quedarán para humanos mortales:
contra el mal no habrá defensa [12]
¿Cómo puede Hesíodo asegurar que el bien vencerá al mal y, al mismo tiempo, profetizar que la maldad conquistará cada vez más al bien? Si la voluntad de Hesíodo de ser “justo entre los mortales” o “que su hijo sea así” depende, como él afirma, de un vínculo divinamente garantizado entre la justicia y la virtud, parece admitir, que este lazo no es confiable ahora y que no lo será a medida que la Era de Hierro continúe deteriorándose, entonces, ¿qué fundamentos sostiene Hesíodo para caminar por el camino de la virtud? ¿La ciudad justa de Hesíodo es superior a la injusta?
Lo cierto, es que Hesíodo nos asegura que la justicia divina finalmente pondrá fin a la Edad del Hierro: “Zeus destruirá a esta generación”. [13] Pero esto no le brinda a Hesíodo ninguna razón para esperar ningún alivio en su vida; de ahí su deseo de que “muriera antes de que [Edad del Hierro] tomará posesión, o naciera después”. [14] (Citando el título de una historia corta de Tolstói: “Dios ve la verdad, pero espera”). Además, si es verdadero que “toda una ciudad paga el castigo por un hombre malo”, entonces, ¿Qué provecho adquiere un individuo, dueño de su propia rectitud si le castigará por las acciones irrazonables de los demás? La posible defensa pragmática de la justicia que encontramos en Hesíodo es una que Platón criticará más adelante y tratará de enriquecer en su República.
Referencias:
[1] Homero, La Iliada 18. 490-606.
[2] Hesiodo, Los Trabajos y los Días 217-239; Richmond Lattimore, trans., Hesiodo: Los Trabajos y los Días; Teogonía; El Escudo de Heracles (Ann Arbor: University of Chicago Press, 1959). Una tercera comparación de ciudades violentas o pacíficas, sacada de la descripción de Homero del escudo de Aquiles, se encuentra en el supuesto Escudo Hesiódico de Heracles; pero la mayoría de los eruditos modernos consideran esto como una composición posterior y no como el trabajo de Hesíodo.
[3] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 265.
[4] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 320-334.
[5] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 349-356.
[6] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 299-306.
[7] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 11-26.
[8] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 289-292, 356-361.
[9] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 240-264.
[10] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 213-215.
[11] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 267-273.
[12] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 189-201.
[13] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 180.
[14] Hesíodo, Los Trabajos y los Días 175-177.
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