La Caída del Muro de Berlín y América Latina

 

Dr. Antón Tursinou

Catedrático del curso Lógica y Análisis del Discurso y del Posgrado y M. A. en Lingüística en la Universidad Francisco Marroquín. Estudió en Rusia y obtuvo los títulos de licenciatura y maestría en Filología Hispánica y Doctorado en Filología, en el área de Lingüística, también es miembro de la Asociación Internacional de Semiótica.

Artículo publicado originalmente el  14 de octubre de 2015
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El 7 y el 9 de noviembre son fechas importantes en la historia mundial. La primera representa el inicio del cáncer mundial llamado “el socialismo”, cuando en Rusia, en 1917, Lenin se apropia de revolución burguesa y establece el primer estado socialista en el mundo. La segunda fecha es el principio del fin del sovietismo en 1989, el derribo del Muro de Berlín, conocido en el Occidente como el Muro de la Vergüenza.

   Este engendro totalitario fue erguido por el ejército de la Alemania Oriental (socialista), por orden soviética, en forma de una valla de alambre de púas a traición, en la madrugada del 13 de agosto de 1961, y se le dio la forma que conocemos, de un complejo de ingeniería, durante los siguientes 10 años.

   Es de resaltar que en los regímenes totalitarios las mayores aberraciones de la violación de los derechos individuales suelen hacerse de noche: las detenciones y fusilamientos arbitrarios en las “purgas” de Stalin en 1936; los allanamientos en la URSS durante los 75 años de la existencia del socialismo soviético – por cierto, en Rusia continúa esta tradición de la “nocturnidad”-; los arrestos de los miembros de la oposición en Cuba; los ataques de “los colectivos” chavistas. Al igual que la mayoría de los actos terroristas perpetrados por los grupos autodenominados “guerrilleros” a lo largo y ancho de América Latina.

   En estos días mucho se ha escrito de cómo era la vida detrás del Muro, de su papel histórico en la caída del socialismo, de las razones de su derrumbe, etc. Sin embargo, es importante resaltar la relevancia del suceso para América Latina, plagada de grupos marxoides y de gobiernos populistas de corte “quito-y-regalo”.

   La Unión Soviética, muerta en 1986 y cuyo cadáver putrefacto por fin fue enterrado en 1991, era una fuente económica para muchos parásitos en el mundo. Parecía una fuente inagotable. Su política exterior la llevó a ser el mayor estado imperialista de la historia de la humanidad. El éxito de la exportación – imposición – del socialismo a Cuba en 1961 como parte del plan de expansión, llamado “yihad contra el capitalismo” por sus autores del Comité de Seguridad Estatal soviético (KGB por sus siglas en ruso) y su “padre”, Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y la impresionante campaña mediática populista mundial que logró manipular a millones de personas, sobre todo en América Latina, achacada por la pobreza, todo ello permitió que la URSS continuara avanzando en el hemisferio occidental.

   Los casos de Allende en Chile, apoyado ideológica y económicamente por la KGB, a Bishop en Granada, a Ortega en Nicaragua, entre otros. Las guerrillas en Centroamérica, Colombia, el Perú, Paraguay, Ecuador, Bolivia… Nada de estas aberraciones histórico-sociales hubiera posible sin el financiamiento soviético a través de Cuba y el entrenamiento ideológico por el castrismo – apéndice de la URSS en América.

   No obstante, al derrumbarse el Muro de Berlín, los propios soviéticos entienden que habían sido embaucados por la Revolución de 1917 y que el mundo no era así como lo pintaba la agresiva propaganda. Desde el 1986 la URSS, sumida en una crisis de la que materialmente era imposible salir, reduce drásticamente la ayuda a los países del “tercer mundo”. El presidente demócrata y anticomunista ruso Boris Yeltsin a partir del 1991 cierra todo el financiamiento a los regímenes totalitarios y a las guerrillas (“terrorismo mundial”, según Yeltsin).

   Es cuando comienzan a derrumbarse los sistemas populistas construidos en América: entre ellos, Ortega pierde el financiamiento y pierde las elecciones; en Centroamérica las guerrillas, vencidas militarmente, dejan de existir pero se infiltran en todas las esferas de la política; en Colombia las FARC recaen y buscan otras fuentes de ingresos (narcotráfico, secuestros, asaltos). El caso dramático de Cuba, cuyo PIB en 1990-1994 cae más del 11% y provoca una crisis de su burlesca economía, muestra la imprudencia de ser economía-vividora de los demás incapaz de general los bienes por sus propios medios.

   Parecía que el socialismo y todos sus derivados desaparecían paulatinamente, que la historia había probado lo monstruoso del totalitarismo, planificación económica y del “pan y circo”. Es decir, de todo lo que no es capaz de respetar los derechos ajenos, del control total de las vidas de la gente y de sus destinos y, por consiguiente, de todo lo que no permite al ser humano progresar. Todo apuntaba a que el socialismo con todas sus vertientes debía ser borrado del mapa político del continente.

   Pero la naturaleza humana suele ser contraria al sentido común. A finales de la década de 1990 resurgen los politiqueros con los lemas populistas y consignas del “socialismo del siglo XXI”. La masa, ansiosa de oír que “si a alguien le falta es porque a otro le sobra” y sobre  la distribución de la riqueza, no generada por la producción industrial – base del socialismo, según Marx – sino por la materia prima, permite el resurgimiento de la barbaridad socialista.

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   Es evidente el interés de los Castro en mantener el carácter parasitario de la economía cubana a costa del petróleo ajeno. Y es evidente que este interés llevó a los Castro a crear el chavismo en una Venezuela rica en materia prima y en los recursos naturales. Asimismo, es innegable que el negocio particular de los Castro, el Petrocaribe, se ideó como una fuente alternativa al desaparecido Muro de la Vergüenza, capaz de mantener en la región la inestabilidad social y política – base del beneficio lucrativo de todas las metástasis del socialismo.

   Quizá por la edad, pero a los Castro les importa muy poco que esta red tejida es frágil e impertinente a estas alturas de la historia. Parece que todo tiene su precio, incluyendo la conciencia de los que siguen sacando provecho de la miseria y pobreza.

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