Vicepresidente del Consejo Ejecutivo de Estudiantes por la Libertad
Moral, competencia y capitalismo. Conceptos que en abstracto parecieran no tener nada que ver, pero que utilizados en conjunto adquieren una connotación poderosa. Para hablarnos un poco acerca de la relación que hay entre ellos, en Libertad Stereo nos acompaña en esta ocasión Walter Castro, Director Académico Escuela de Negocios en Fundación Libertad y catedrático de la Universidad Católica Argentina desde 1992, en la Facultad de Ciencias Económicas. Las siguientes son algunas de las reflexiones que el profesor Walter ha hecho dentro del contexto del tema “La moralidad del capitalismo”, el podcast completo lo podrás encontrar al final del post.
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Competencia significa también especialización. Es decir, yo me especializo, me entreno, para competir. En todos los órdenes, el deportivo, el profesional, etc. Lo hace un empresario con su consumidor y lo hace un trabajador con su empresa, todo el tiempo. Entonces se compite. Para ir a la selección del fútbol se compite, en la universidad se compite, para conseguir un trabajo se compite. Ahora, según dónde compitas y cómo compitas, va a ser distinto el resultado. Competir con fair play, con reglas del juego justas, es una cosa, pues obliga a todos a dar caballerosamente lo mejor de sí para tratar de sacar un mejor resultado, yo me entreno y compito para tratar de ganar.
Cuando hay intercambios en el mercado que son libres y voluntarios, es decir, que no hay ningún garrote de por medio y no hay ninguno que exprima al otro, lo que tú tienes es que la competencia de un empresario con otro beneficia al consumidor, la competencia de un empresario con otro beneficia al trabajador y, por qué no, la competencia de un trabajador con otro beneficia al empresario. Entonces, esa competencia armoniza un sistema y es muy interesante el punto, pero siempre dentro de reglas justas. Por eso es que la moral es anterior a la economía, en un escenario de reglas justas no hay nadie que se coma al más chico.
Luego, cuando hay intercambios libres y voluntarios y la gente se esmera compitiendo unos con otros para ofrecerse al mercado –que son nuestros congéneres– todos ganan, salvo que uno tenga la fuerza para hacer trampa, salvo que uno ejerza la violencia para conseguir las cosas a través de mecanismos injustos. El mercado es muy eficiente, pero debe funcionar dentro de un marco de reglas justas. Por eso la moral no puede independizarse de la economía, ni ésta de la moral. En “mercado libre” parece que libre es que cada cual hace lo que quiere, pero ese no es el concepto de libertad. La libertad es hacer lo que uno quiere dentro de reglas, de las reglas justas que nos meten a todos en una especie de corral, donde tú dentro de ese corral puedes hacer lo que quieras sin molestar al otro. Esa es libertad.
Si tú no quieres competir y quieres ser el único vendedor de un servicio, lo que estás pidiendo es que todos tus consumidores te compren a ti, ¿y qué vas a terminar haciendo? Vas a venderle pocos bienes, muy caros y de mala calidad. Ahora, si tú compitieras eso cae, entonces una regla de monopolio es inmoral. Pero no sólo el monopolista es malo, también lo es un sindicalista que consigue un salario muy alto para un sector de la economía, por ejemplo el de empleo público, con relación a todo el resto del mercado. Entonces, si tú tienes poca gente que gana mucho y que no se la puede remover de su trabajo por más incompetente que sea, eso es inmoral, es legal sí, pero es inmoral.
Entonces, para que entendamos qué es el concepto de competencia y el de libertad tenemos que entender que el marco de reglas ha de ser justo. Los políticos asumen legalmente y tienen un montón de privilegios legales, tienen un chófer, una dieta extraordinaria, un avión, etc. Entonces cuando alguien usa la ley para forzar a los demás y hacerles poner el dinero de sus impuestos para cosas que ellos voluntariamente no hubieran querido tener, y si luego a cambio de esto no se les devuelve nada, entonces el Estado se transforma en una gran inmoralidad. Por eso la prudencia del gobernante es esencial porque está manejando el dinero de la gente, y es inmoral manejar el dinero de la gente para cosas que no le sirvan a la gente.
La palabra “ley” tiene una carga positiva. Sin embargo, una ley de la física es una regularidad de comportamiento, yo agarro una manzana y la suelto diez veces aquí, y las diez veces se cae, ¿qué es eso? Una ley. Pero una ley de parlamento, que muchas veces es el capricho del gobernante, de un parlamentario o de un lobista. En vez de convencer al mercado de que él es mejor, y que se esfuerza y ha competido, y de que lo que él hace le sirve a alguien, mejor va y convence al legislador, que tiene el garrote para que todos le compren lo que él no puede vender. Entonces hay que distinguir qué leyes son justas y cuáles injustas. La receta para eso es que la ley debe ser general para todos, no puede haber leyes que instituyan privilegios. Si tú tienes, por ley, un beneficio que no tiene nadie más eso es inmoral. Luego, si uno presta atención a esto, y empezamos en la sociedad a distinguir eso nos pondremos muy enojados cuando se instalen los privilegios.
Ahora, por último y para terminar, todo el mundo tiende a quejarse del privilegio del otro. Pero, ser liberal, que significa respeto a esa ley y respeto a ese principio de justicia, significa renunciar al privilegio propio. Y no hay mucha gente que renuncie al privilegio propio. Entonces, si de suerte te ha tocado un privilegio actúa como corresponde, aunque la ley te lo otorgue, y di: esto no me corresponde.
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A continuación, te invitamos a escuchar en su totalidad el segundo episodio de nuestro podcast, “La moralidad del capitalismo”, con Walter Castro:
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