La libertad personal en la antigua Atenas estaba vinculada a la libertad económica, la cual incluye el libre comercio y la libre inmigración.
La última vez, observamos que la ideología democrática ateniense estuvo fuertemente comprometida con la libertad personal, en otras palabras, una persona podía “vivir como le placía”. Si bien, en Atenas, tal ideología se concretó de manera considerable, dicha concreción no alcanzó un nivel de desarrollo tal alto como lo ostentarón los partidarios del sistema, ni tan bajo como lo afirmaron los críticos.
La libertad personal también tuvo una fuerte dimensión económica y comercial y, a los ojos de Benjamin Constant, esto no fue una mera coincidencia porque, precisamente, Atenas “fue, de todas la repúblicas griegas, la más estrechamente implicada en el comercio”. Constant escribió que Atenas “permitió a sus ciudadanos una libertad individual infinitamente superior a Esparta o Roma”. [1]
Ciertamente, la existencia del sistema democrático ateniense se debió al comercio. Por una parte, la movilidad social, surgida del comercio, produjo cambios de poder dentro de la clase dirigente aristocrática y, a medida que los aristócratas de menor estatus a veces adquirían mayor riqueza que sus camaradas de estatus más alto, trató de que esa riqueza se tradujera en un mayor estatus. Por otra parte, la misma movilidad social incrementó la riqueza e influencia de la clase media, la cual enhorabuena pudo costear armamento, armaduras y también se convirtió en un aliado útil para enfrentar las ya mencionadas luchas de poder dentro de la clase dirigente. A medida que los aristócratas competían por ofertas de sobornos, concesiones y repartos de poder en favor de los plebeyos, con el fin de persuadirlos y superar a otras facciones aristocráticas, fueron cambiando el equilibrio de poder cada vez más en favor de los plebeyos hasta que, de manera inadvertida, debilitaron su propia posición y fortalecieron a la “clase social inferior”. [2]
Asimismo, debido a la confianza de Atenas en su poder naval, tanto para el comercio como para la guerra, los atenienses más pobres, pese a su incapacidad de solventar el equipamiento militar de un hoplita, eran requeridos fundamentalmente para las galeras, lo cual les daba suficiente poder de negociación para que se les garantizara su inclusión, junto con la clase media, en la nueva expansión del poder político. De este modo, la aristocracia evolucionó hacia la democracia sin que nadie lo planeará.
El mercado o ágora era una característica prominente en la mayoría de las ciudades griegas, la cual supuestamente, de acuerdo al historiador Heródoto (c. 484-425 a. C.), dió lugar a un comentario hostil por parte del Shah de Persia:
“Nunca había sentido miedo de tales hombres como éstos, que tienen un lugar establecido en medio de su ciudad donde todos se reúnen para embaucar y engañarse unos a otros…” Estas fueron las palabras que Ciro utilizó despectivamente al referirse a los helenos en general, debido a que poseían mercados donde podían comprar y vender. [3]
No obstante, el comercio se centraba mucho más en Atenas que en las otras ciudades griegas, especialmente en lo que respecta a su archirrival Esparta, donde las actividades mercantiles fueron infravaloradas en beneficio de las actividades militares y donde las leyes y sistema monetario fueron diseñados específicamente para desincentivar el comercio, especialmente el comercio exterior. A continuación, Plutarco describe la legislación económica del legendario legislador espartano Licurgo:
En primer lugar, retiró todas las monedas de oro y plata del sistema monetario y decretó el uso único de las monedas de hierro. Después, devaluó las antiguas monedas; las cuales, a pesar de la cantidad, pasaron a tener a un valor insignificante. Por lo tanto, había que ocupar un gran espacio en la casa para reunir el valor de diez minas y para transportarlas era necesario una yunta de bueyes…
En segundo lugar, desterró las artes innecesarias y superfluas. Aunque, incluso sin ese destierro, la mayor parte de ellas habrían desaparecido junto al antiguo sistema monetario, ya que no había mercado para sus productos. Las monedas de hierro fueron puestas en ridículo debido a que no se las podía utilizar en el resto de Grecia y tampoco tenían ningún valor fuera de Esparta. Por lo tanto, no era posible comprar ningún tipo de mercancía ni baratija extranjera; ningún marino mercante transportaba cargas a sus puertos; ningún maestro de retórica, adivino errante, proxeneta, ni forjador de oro o plata ponía un pie en suelo laconio (espartano) porque allí no había dinero…
Por consiguiente, el lujo, desprovisto de aquello que lo estimulaba y lo sostenía, fue diseminándose hasta que los dueños de grandes posesiones no tuvieron más ventaja sobre los pobres y, debido a que su riqueza ya no tenía ningún valor, no tuvieron más remedio que acumularla en sus casas sin darle uso.
Licurgo, con el propósito de atacar aún más el lujo y eliminar el afán de riqueza, estableció la Constitución de Esparta, en la cual se estipulaba que los ricos debían comer junto a las demás personas, alimentos comunes y específicos, y no podían comer en casa… Cuando un hombre rico iba a comer con la gente pobre no podía hacer uso de sus riquezas, ni siquiera podía disfrutar, ver o exhibir sus abundantes recursos. [4]
La política ateniense fue precisamente lo opuesto. El siguiente extracto, registrado por Tucídides, describe como el estadista ateniense Pericles se jactaba de su ciudad: “La magnitud de nuestra ciudad atrae los productos del mundo hasta nuestro puerto, así que para los atenienses la riqueza de otros países es tan conocida como su propio lujo”. [5] No solamente los bienes, también la gente viajaba libremente a Atenas. De hecho, el filósofo Jenofonte (c. 430-354 a. C.) alaba el poder de atracción de la ciudad en las siguientes palabras:
Desde el marinero y el mercader hacia arriba, todos la buscan. Los comerciantes adinerados en el maíz, en el vino y en el aceite; el dueño de mucho ganado en los rebaños. Y no solo estos, sino también el hombre que depende de su ingenio, cuya habilidad es hacer negocios y su empleo es obtener ganancias. He aquí una multitud que junto a artífices de todo tipo, artistas y artesanos, maestros y sabios, filósofos y poetas, exhiben y dan a conocer sus obras. Además, un nuevo séquito de buscadores de placer, deseosos de festejar todo lo sagrado o secular, todo lo que puede cautivar y encantar los sentidos. Me pregunto una vez más ¿Dónde están todos aquellos que buscan realizar una venta rápida o adquirir miles de mercancías? ¿Dónde podrán encontrar lo que buscan sino en Atenas? [6]
A pesar de que los atenienses no fueron generosos con la ciudadanía (solo en las circunstancias más raras los hijos de padres no ciudadanos obtenían la ciudadanía por su propio mérito), la política de inmigración ateniense fue, generalmente, bastante liberal. De hecho, entre un tercio y la mitad de la población libre eran metecos (extranjeros que vivían en las ciudades griegas). Aunque los metecos tuvieron algunos impedimentos legales y enfrentaron cierto grado de hostilidad social, [7] gozaron de una gran libertad de participación en la vida económica y social de la ciudad y, en efecto, se les alentó a que lo hicieran. El historiador Diodoro Sículo (siglo I a. C.) nos cuenta que:
Temístocles (estadista ateniense, c. 524 – 459 a. C.) convenció al pueblo de eliminar el impuesto cobrado a los metecos y artesanos con el propósito de que grandes multitudes pudieran llegar a la ciudad desde todos los rincones; así los atenienses podrían asegurar que se cubriera la gran oferta de oficios existente. [8]
Muchos de los más importantes filósofos eran de origen extranjero, entre ellos, Anaxágoras, Arístipo, Diógenes, Gorgias, Pródico, Protágoras y, por supuesto, Aristóteles. Además, los metecos dominaron la industria bancaria (de la cual hablaremos más en una siguiente oportunidad).
Jenofonte, de manera favorable, se refiere a los metecos como una clase de residentes autosuficiente, a quienes el estado otorga muchos beneficios [9] y defiende por medio de reformas legales diseñadas para atraerlos y apoyar su inmigración. Jenofonte, como una manera de exaltar la inmigración, escribe lo siguiente:
Mientras más creciera la cantidad de gente que emigra a Atenas, ya sea como visitantes o como residentes, claramente, más crecería la cantidad de importaciones y exportaciones. En consecuencia, aumentaría tanto la cantidad de bienes enviados desde y hacia el país, así como la compra y venta de los mismos, lo cual produciría influjo de dinero en la forma de rentas para los individuos y de tasas y aranceles aduaneros para el erario público. [10]
Uno supone que Jenofonte no habría sido partidario de los grupos de matones antiinmigrantes tipo la orden “Orden Hermética de la Aurora Dorada” que hoy rondan por las calles de su amada ciudad.
Al describir los beneficios económicos que el influjo de bienes e inmigrantes representa para Atenas, Jenofonte deja claro que “la paz es una condición indispensable para obtener el máximo provecho de todas estas fuentes de ingresos”. Sin embargo, él está consciente de que ciertas personas, en su deseo de recuperar la supremacía que alguna vez fue el orgullo de dicha ciudad, están convencidas de que el cumplimiento de su deseo se hará realidad no a través de la paz, sino de la guerra. Según este argumento, la adopción de una política de paz constante hará que la ciudad pierda poder, su gloria disminuirá y su gran nombre será olvidado a lo largo y ancho de la Hélade. [11]
Jenofonte, como exitoso soldado, [12] sigue el ejemplo de Hesíodo al preferir la industria en lugar de la guerra. “Para ellos son seguramente los estados felices (y) son los más afortunados”, nos cuenta Jenofonte, “los cuales perduran en paz en la más larga estación”; y “de todos los estados Atenas está preferentemente adaptada por naturaleza para prosperar y expandirse fuertemente por medio de la paz”. El “poder de atracción” que ejerce Atenas depende de la paz y, para cualquiera que crea que “el estado pueda encontrar más rentable la guerra que la paz”, Jenofonte responde aconsejandoles que hagan memoria de la historia pasada del estado”:
Él descubrirá que lo que por aquella época debió haber sido un vasto período de paz y riqueza acumuladas en la Acrópolis, fue espléndidamente un período de guerra posterior… Considerando que, ahora la paz está consolidada a través del mar, nuestras ganancias se han expandido y los ciudadanos de Atenas tienen en su poder la oportunidad de aprovecharlas como mejor les plazca. [13]
La independencia de los aliados de Atenas estará asegurada de la mejor manera “no por el hecho de participar en una guerra, sino por la fuerza moral de las embajadas distribuidas a lo largo y ancho de la Hélade”, ya que si los atenienses demuestran que están sinceramente comprometidos con la paz, automáticamente ganarán aliados y todos los griegos rogaran por la salvación de Atenas”. [14]
Los atenienses no siguieron exactamente el consejo de Jenofonte de una política exterior pacífica. De todos modos, la política comercial ateniense fue lo suficientemente liberal para convertirla en el centro comercial e intelectual de Grecia.
Referencias:
[1] “The Liberty of the Ancients Compared With That of the Moderns” (1819).
[2] For details, see W. G. Forrest, The Emergence of Greek Democracy: 800-400 BC (New York: McGraw-Hill, 1975).
[3] Herodotus, Histories I.153; George C. Macaulay, trans., The History of Herodotus (London: Macmillan, 1890).
[4] Plutarch, Life of Lycurgus 9.1-10.3; in Parallel Lives, vol. 1, trans. Bernadotte Perrin (Cambridge MA: Loeb Classical Library, 1914).
[5] Thucydides, History of the Peloponnesian War, trans. Richard Crawley (London: Longmans Green, 1874), II.6.
[6] Xenophon, On Revenues 5; in Henry Graham Dakyns, trans., The Works of Xenophon, vol. 2 (New York: Macmillan, 1893).
[7] For the latter, see Victoria Roeck, “Societal Attitudes Toward Metics in Fifth-Century Athens Through the Lens of Aeschylus’s Suppliants and Euripides’ Children of Heracles,” Sunoikisis (3 July 2014).
[8] Diodorus Siculus, Library of History, vol. 4, trans. C. H. Oldfather (Cambridge MA: Loeb Classical Library, 1946), 11.43.3.
[9] Xenophon, On Revenues 2.
[10] Xenophon, On Revenues 3.
[11] Xenophon, On Revenues 5.
[12] For Xenophon’s own account of his adventures as a mercenary in Persia, see his Anabasis, in Henry Graham Dakyns, trans., The Works of Xenophon, vol. 1 (New York: Macmillan, 1890.
[13] Xenophon, On Revenues 5.
[14] Ibid.
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