La igualdad me da igual

 

José Javier Gálvez Hernández

Miembro del Equipo de Bloggers de Estudiantes por la Libertad Latinoamérica.

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En la cultura Occidental del siglo XXI, es más común de lo que debería la creencia de que uno de los peores “males” de nuestra sociedad es la desigualdad. Visto grosso modo y sin mucha atención, parecería que es extremadamente injusto que mientras unos mueren de hambre, otros vivan en palacios. Y es que la pobreza, en efecto, es un grave problema social que hay que enmendar. Sin embargo, hay que desarticular el argumento de la igualdad paso a paso para descubrir por qué, al final, es poco más que una falacia

No somos iguales

 Claro, comenzar diciendo que no somos iguales puede parecer en principio una aberración, pero es que así es. No podemos negar que, aunque sean aspectos meramente físicos, nuestro sexo, nuestra raza, nuestras características físicas nos hacen biológicamente distintos. Es, ciertamente, un axioma. Sucede lo mismo con otros aspectos de la vida: vivimos en lugares diferentes, creemos cosas diferentes, tenemos pensamientos diferentes y elegimos vivir nuestras vidas de forma diferente. Somos, esencialmente, diferentes.

   Y para que esas diferencias nos permitan vivir en armonía, es esencial que nos parezcamos todos en una cosa: tener los mismos derechos.

   Al principio, puede parecer contradictorio decir que todos somos diferentes pero que a la vez somos iguales en derechos. Por eso, es importante que remarquemos que un Derecho es una facultad inherente al hombre, con lo cual sabemos que, así como todos tenemos un cuerpo físico, todos tenemos esas facultades metafísicas.

   Si a todos se nos respeta nuestro derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad, esas diferencias podrán sostenerse en armonía y provecho para cada cual. Esto se conoce como igualdad jurídica y es sumamente necesaria porque constituye la base de una sociedad próspera. Su función es hacer que todos, como seres diferentes que somos, convivamos en paz.

   En su prólogo al libro “Afrodita desenmascarada” de María Blanco, Juan Ramón Rallo hace una descripción excepcional de la situación natural de desigualdad, a través de un pequeño ejemplo:

que a cada persona se le reconozca un simétrico ámbito propio de no interferencia frente al resto de individuos no equivale a decir que todas ellas vayan a usar ese ámbito propio del mismo modo y con los mismos resultados. A su vez, que a todos los individuos se les reconozca el derecho a asociarse o desasociarse voluntariamente de otros individuos no significa que todas las redes asociativas que surjan en la sociedad sean idénticas. 

   Ciertamente, no podemos negar que por más iguales que tratemos de hacer las condiciones de todos, los resultados serán diferentes, porque han partido de ese principio básico de respeto y no interferencia con los derechos de los demás.

Lo que pasa si nos forzamos a ser iguales

Es entendible, sin duda, que cuando los activistas políticos y sociales de hoy en día observan su entorno, comprendan que no se vale que unos se hagan ricos a costa de otros. Y tienen razón. Cuando unos se aprovechan por medios ilícitos o espurios de los demás y los empobrecen enriqueciéndose a su costa, no existe la igualdad jurídica.

   Sin embargo, las filosofías modernas explican que la solución a la pobreza que estas injusticias generan, es castigar a la generalidad a través de cuotas impositivas con las cuales indiquen a unos y a otros cómo deben vivir, en detrimento de su vida, su libertad y su propiedad. Y como es fácil concluir: ahí tampoco existe igualdad jurídica. En esos casos, siempre se crean “derechos” en base a necesidades aleatorias y exclusivas que los gobiernos dictan y no en base a lo que verdaderamente es un derecho: una facultad connatural e intrínseca del hombre.

   Quienes defienden estas ideas asumen que los que preferimos abocarnos a la libre empresa estamos a favor de la explotación y el desprecio de los pobres. No obstante, la historia ha demostrado que los países con mayor progreso social y económico son los países donde hay más libertades. Por el contrario, en ningún país hay tanta gente huyendo de los sistemas esclavizadores como en aquellos en los que la fuerza coercitiva del estado quiere hacerlos a todos igual de pobres.

   El economista chileno Axel Káiser decía en una conferencia que preferiría tener en su país gente de diversos niveles de riqueza, mientras todos tuvieran sus necesidades satisfechas (sin importar que unos fueran mucho más ricos que otros), y no un país donde todos tuvieran los mismos niveles de pobreza y poco progreso.

   Y lo que termina sucediendo en este último caso, esencialmente es que si se obliga a unos a dar de lo suyo para hacer a los demás “iguales”, se desanima la inversión y con ella las oportunidades de empleos y crecimiento.

   No salimos, en todo caso, de la pobreza contra la que se supone que luchamos. Se crean menos empleos, se obliga al Estado a pedir préstamos y resulta siempre en inflación y deuda, que son los ciudadanos los que pagan. Un enorme círculo vicioso.

¿Qué hacer entonces?

Los seres humanos hemos sido capaces de demostrar que no necesitamos la fuerza coercitiva del Estado para ayudarnos a salir de la pobreza, porque todos tenemos necesidades que cubrir y en una sociedad libre, todos podemos ofrecer servicios y bienes sin detrimento u obstáculo alguno, de manera que todas esas necesidades se vean satisfechas.

   El primer paso, sin duda, es eliminar las leyes negativas, que obligan a pobres y ricos a desprenderse de lo suyo para que el Estado les diga cómo considera que deben utilizar sus recursos.

   El segundo, permitir que cada uno promueva el mejoramiento de la calidad de vida de los demás a través de esa libre asociación y desasociación de la que Juan Ramón Rallo habla, y no de condiciones forzosas e involuntarias.

   En todo el proceso, no olvidar que son nuestras diferencias individuales las que nos llevan a tomar decisiones distintas y a tener intereses divergentes. Y no hay mayor beneficio socioeconómico para todos que poder elegir y tener los recursos para hacerlo. Por eso no es lo más lógico aceptar un plan común gubernamental que busque alinearnos a todos en función de supuestos intereses colectivos, porque los pocos que hay (como el progreso económico, ir a un mundial, etc.) surgen de intereses individuales. Lo más lógico es ciertamente buscar planes gubernamentales que busquen permitir el desarrollo de sus ciudadanos en condiciones de igualdad jurídica, pero no física, ni económica, ni social. Porque, en esencia, somos diferentes.

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Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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