Periodista Venezolana, actriz en construcción y amante de la libertad y los libros.
Emigrar no es un desafío fácil, sin embargo, en el camino del andar es común recurrir a la queja, a la tristeza, al desaliento y a veces hasta querer tirar la toalla al piso. Hasta que te topas con historias que te resquebrajan por completo y te demuestran que tus obstáculos han sido pocos. Hace una semana leí en las noticias que 20 jóvenes venían caminando desde Bogotá con rumbo a Perú, solo por una razón: huían del socialismo del Siglo XXI que ha tomado posada por 18 años en mi país, Venezuela.
Le comenté sorprendida a mi amigo con quien comparto departamento y él con total firmeza me contesta “ya verás que cada vez aumentará el número de venezolanos que se vendrán caminando porque no tendrán los recursos para salir”. Y es lógico porque la crisis en Venezuela se ha agudizado a tal punto que el salario mínimo está por debajo de 1 dólar. Para mayor sorpresa, una semana después a mi amigo lo contacta su primo pidiéndole que le eche la mano con lo que pueda. Estaba en Quito junto con unos amigos que se venían desde Bogotá. Le dijo que reuniría para el pasaje y al otro día estaría en Guayaquil (ciudad donde estamos radicados).
En la mañana llegaron los 6 a la casa, en sus rostros demostraban trasnochos, agotamiento, y sus olores afirmaban el poco aseo. Allí el corazón se diluye entre tantas carencias que saltan a la vista. No espero más y comienza mi ciclo de preguntas a las cuales una periodista no renuncia aunque no esté en ejercicio. El mayor de todos alcanzaba 25 años, los demás portaban 18 y 19 años. Salvo dos que tenían 21 y 22 años, estos últimos eran colombianos. El joven de 19 años, oriundo de Barinas, cumplió años cuando venía en camino por Colombia. En su infinito pensamiento el marcar de los días le recordó que era su cumpleaños. Preguntarle cómo la pasó sería cinismo. Bastaba con saber que la forma en que viajaba, el estar lejos de la familia, el haber abandonado las comodidades que brinda un hogar, y lo más demoledor el abrazo de mamá y una torta en familia ya era peso suficiente como para removerlo. Pedir explicaciones de por qué salieron de Venezuela era inútil, pero sí saber ¿Por qué huían de Colombia? Y el por qué iban a Perú es tema conocido. No dejaron siquiera preguntar cuando el chico de 18 años me pregunta ¿Cuántos viven aquí? A lo que yo respondo: somos 4. Sin pensarlo dos veces me suelta la oración, “ustedes están reyes”. Yo le digo: ni tanto, nos faltan muchas cosas por amoblar. Él prosigue, “en el apartamento donde nosotros vivíamos éramos 22, y había unos que no trabajaban y nosotros los manteníamos para apoyarnos porque chama conseguir trabajo allá no está fácil. Cuando nos vinimos éramos varios y en el camino nos encontramos con otros y al final éramos 16 los que veníamos caminando”. Trago grueso y reflexiono: en verdad si estoy reina.
Le comento que leí en las noticias sobre unos venezolanos que venían caminando y otro me responde sin titubear, “somos nosotros, pero no éramos 20 sino 16. Después nos abrimos porque comenzó el egoísmo con la comida y eso no nos gustó”. Había una interrogante pendiente son 4 venezolanos y 2 colombianos ¿Los colombianos por qué viajaban y de esa manera? Ellos me explican que lo hacen como mochileros y piensan llegar hasta Argentina. Estaban en su período de vacaciones universitarias. Ellos viajaban por placer. Ellos si regresarían a la compañía de la familia, tal vez el abrazo de una novia y a su vida académica. Este viaje solo significaba una aventura, pero para los venezolanos no.
Ellos habían dejado todo lo mencionado en Venezuela y ahora les tocaba enfrentar una batalla que tenían que ganar obligatoriamente. Fracasar no se lo tenían permitido después de tanto luchar. Están expectantes de tener un trabajo con remuneración digna, calidad de vida, seguridad, paz y otras tantas bondades que la revolución bolivariana les arrebató sin piedad. A tal punto que el chico de 18 años dijo sin titubear: “yo cada vez que podía conectarme en un cyber le escribía a mi mamá. Y ella desde Barinas me respondía para darme ánimos y repetirme siempre: no te vengas. No te devuelvas”. Brincaba otra pregunta en el aire ¿A pie recorrieron todo el camino?
Entonces me explicaron que hubo un trecho como de 70 kilómetros que caminaron hasta sentir que sus piernas no daban para más. La voluntad también comenzaba a mermar y pensaron en volver, pero la convicción que en Perú les espera un mejor futuro los invitaba a seguir. De resto, se trepaban a escondidas en camiones al estilo “mula”, como se dice en Colombia y así atravesaron esas tierras. Cuando faltaba poco para dar por terminado la travesía en suelo colombiano, se encontraron en el camino con unos indígenas que afilaban sus machetes para robarlos. Despavoridos salieron corriendo por sus vidas y al cumpleañero le tocó despojarse de su maleta porque el peso no le permitiría avanzar la carrera. En su maleta quedó almacenada su ropa, productos de higiene, su cédula de identidad, pero no sus sueños. Más adelante se encontraron con unos policías que le relataron lo que vivieron y estos los invitan a agradecer por sus vidas porque una semana antes habían conseguidos dos cuerpos mutilados a machetazos. Después de los tantos tragos amargos lograron llegar a Quito, donde recurrieron a sus talentos para reunir dólares. Uno compró una bolsa de caramelos para vender, otro tejía pulseras y vendía, otro cantaba acompañado de su guitarra. El joven de 25 años se arriesgó aún más y comenzó a ofrecer bolívares que sorpresivamente ecuatorianos le compraban a 1 dólar. En gustos de coleccionistas no hay discusión. Finalmente reunieron el pasaje para cada uno, pero cuando contaron detenidamente se percataron que faltaba 5$ más. Ya estaban agotados de haber recurrido a cuánta actividad fue posible para reunir el dinero. Dejaron la pena aún lado y le dijeron al vendedor de boletos que por favor los dejara viajar que solo les faltaba 5$. Y siempre existe un alma caritativa, sobre todo en Ecuador, así que el señor dejó que todos abordaran y volvieran a sentir sobre sus espaldas un reconfortante asiento y un descanso a sus piernas que tanta falta les hacía.
Finalmente llegaron a Guayaquil, a mi casa, donde se reencontraron con una ducha que no sentían desde hace 3 días y degustaron comida que según ellos sabía a gloria. Ellos se sentían bendecidos porque les tendimos la mano, lo que ellos no saben es lo bendecidos que nos hicieron sentir y las lecciones que nos dejaron. Se marcharon a Salinas para vender en la playa y seguir rumbo a Lima. A más kilómetros distantes del socialismo. Y allí siguen las carreteras de Colombia como puente de salida de muchos venezolanos. Para los que no se creían afortunados de viajar en bus hasta otro país sepan que lo son mientras por allí van esos jóvenes que solo disponen de sus pies para echar andar su mejor futuro.
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