Abogado egresado de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)
“Mi amor, la libertad es fiebre, oración, fastidio y buena suerte” canta Carlos el Indio Solari en “Blues de la Libertad”, de la mítica banda Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Para escribir sobre la libertad en el rock argentino hace falta hablar, además, del rock en general. Todo cambió, me contó un filósofo, cuando el rock dejó de definirse en estrictos términos de compases musicales, y pasó a convertirse en un movimiento de contracultura y rebeldía, de denuncia social contra el establishment. Sí, todo empezaría así.
El denominado Rey del Rock, Elvis Aaron Presley, marcó a una generación. Una joven generación a la que luego terminaría decepcionando al enlistarse en el ejército norteamericano, encarnando así al statu quo. Sin embargo, las ciudades portuarias, con su proyección comercial e internacionalista, tienen algo de mágico e inefable. Cuatro jóvenes de Liverpool que no necesitan presentación alguna todavía no se conocían. Llegaban al Albert Dock los primeros long play de Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly, y del propio Presley. Una música todavía sin adulterar que proporcionaba el puntapié inicial para un grupo de personas que se encontraba buscando un sonido y una voz que les fueran propios.
Rosario, a más de 11.000 kilómetros de distancia de la atrapante Liverpool, transitaría un camino similar. Era otra urbe portuaria abierta a las infinitas posibilidades del mundo que la rodeaba. No por nada el rock argentino se inició en esa ciudad sin fundación ni fundadores, inmóvil junto al río, de la mano de Litto Nebbia y los Wild Cats, cuando en el año 1964 grabaron su primer single: “La Respuesta”. Nebbia, tiempo después, nos regalaría “La Balsa”, y la búsqueda de la libertad se trasuntaría sutilmente en ese querer irse de ese mundo abandonado en el que está solo y triste, irse al lugar que él más quiera, pero agregaría: “Me falta algo para ir,/pues caminando yo no puedo./Construiré una balsa/y me iré a naufragar”.
Otro de los padres del rock argentino, Moris, pintaría una imagen que a simple vista podría ser confundida como infantil, la de “El Oso”, canción en la que el titular oso es enjaulado por los hombres, haciéndole perder su libertad. Una libertad que anhela y que recuperará casi por casualidad cuando “En un pueblito alejado,/en una noche sin luna,/alguien no cerró el candado”, luego de haberse conformado a una vida más segura, pero infeliz: “En el circo me enseñaron las piruetas,/y yo así perdí mi amada libertad”.
Mi país, que vivió épocas atroces como los años de plomo del proceso, tuvo en Charly García y Nito Mestre a la emblemática Sui Generis con letras cada vez más jugadas, aunque algunas sólo pudieran conocerse oficialmente en su totalidad tras los períodos de censura dictatoriales. Una de ellas fue “El Fantasma de Canterville”, con esta estrofa imperdible:
Pero siempre fui un tonto/que creyó en la legalidad./Ahora que estoy afuera,/ya sé lo que es la libertad.
Toca ahora tratar en tándem a tres bandas contemporáneas entre sí, como lo fueron Los Redondos, Sumo y Soda Stereo. Si bien el ejemplo de “Blues de la Libertad” de Los Redondos es uno de varios, resulta demasiado atractivo como para no retomarlo, más cuando dice que “la libertad no es fantástica/(…) es fanática”.Por su lado, el multifacético Luca Prodan de Sumo en “Los Viejos Vinagres” denunciaría a una anterior generación que no permitía que la actual viviera como quería, tomando sus propias decisiones y cometiendo sus propios errores: “Para vos, lo peor, es la libertad”. Finalmente, Gustavo Cerati de Soda Stereo relataría una sintética historia en “No necesito verte (para saberlo)”, en la cual una mujer abandona al protagonista, y éste pensará: “Sé que estarás cruzando la ruta/de la libertad”.
Para ir cerrando, no resulta factible no dedicarle unas líneas al autoproclamado “El Cantante”, Andrés Calamaro. Son múltiples las canciones en las que la libertad es el leitmotiv, tales como “Mi Enfermedad” y “La Libertad”. Es el último corte de su nuevo disco el que merece atención, “Bohemio”, una canción de amor a la libertad: “Te quiero porque a pesar de todo,/me vas a seguir queriendo un poco más./Permite que me saque el sombrero/para saludarte, libertad”.
Los mencionados no son los únicos ejemplos del tratamiento de la temática de la libertad en el rock argentino, pero esa ya es otra historia. No pretendo agotar el tema en una sola nota. No se podría. La libertad está en el existenciario del Rock, como en el de la Filosofía, el del Derecho, y tantas otras ramas del pensamiento. Es algo que nos ocupa y nos preocupa desde tiempos inmemoriales. La libertad fue lo primero que se le quitó al hombre cuando el poder se enquistó, y lo primero que se le fue devolviendo al llegar la civilización. Es una tensión constante, una pulsión asfixiante. Es poder decidir sobre nosotros mismos, y es también la responsabilidad que tenemos por lo que hacemos o dejamos de hacer. Aristóteles decía que el hombre ama saber. El hombre, también, ama la libertad. Por cierto, leer todo esto no sirve si no damos vuelta la página, y nos ponemos a escuchar un poco de rock.
Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].