Miembro Guatemalteco y empresario forestal, fundador y CEO de Rana, miembro del CEES, del PERC y del Heartland Institute.
Otro de los paradigmas a los cuales se encuentra anclada buena parte de la clase empresarial en Guatemala y América Latina es al de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Este concepto, muy difundido en nuestro medio, es uno de los tantos que el socialismo ha logrado calar en nuestras mentes para mantener con vida el perverso sistema mercantilista y estatista que los mantiene vigentes en todo el continente.
Los ideólogos socialistas han tenido éxito no sólo en tergiversar y satanizar muchos términos (capitalismo, derecha, propiedad privada, etc.), sino también en acuñar otros que nos confunden y terminan generando de nuestra parte un consentimiento indirecto hacia sus objetivos. Hoy, a propósito de lo vital que resulta ser el rol del verdadero empresario, del atlas, y de su genuina responsabilidad, me motiva cuestionar el término y proponer un nuevo paradigma al respecto.
El término RSE, casi filosofía vendría bien decir, ha sido acuñado bajo el modelo de un término igual de perverso, el de “justicia social”. Como bien lo expresa el profesor Rafael Termes en su ensayo La empresa mercantil y sus verdaderas responsabilidades, y en alusión a Hayek;
“el calificativo ‘social’ […] añadido al sustantivo ‘justicia’ da paso a un término –justicia social– que sirve para construir el argumento más manido y eficaz en la discusión política. Lo mismo sucede cuando oigo hablar de ‘responsabilidad social’ de la empresa, con la pretensión de exigirle prestaciones de todo orden que nada tienen que ver con el fin para el que la empresa ha sido creada”.
Prestaciones que ahora han trascendido del ámbito de los salarios y los contratos, a la gestión ambiental y los servicios básicos. Hoy por hoy toda empresa mediana y grande debe considerar dentro de su organigrama interno un departamento de RSE que resuelva no sólo las necesidades más básicas de las personas (educación, salud, empleo) sino también los problemas ambientales que causa, principalmente por la indefinición de claros derechos de propiedad sobre los recursos naturales y la ausencia de un sistema de justicia tal que sepa dirimir los conflictos entorno al uso de dichos recursos.
“De todas formas—continua el profesor Termes, intentando despojar el noble término social de todas las adherencias políticas que lo desfiguran, pienso que el esquema de reparto de las rentas generadas por la actividad empresarial sirve para poner de manifiesto que la función social de la empresa viene, primordialmente, determinada por el logro del beneficio por medios éticamente correctos”.
En cuanto al reparto de las rentas, ciertamente el profesor Termes no sólo se refiere a las utilidades o ganancias del emprendedor, sino también a los intereses de los accionistas, a la renta de los arrendatarios y al salario de los trabajadores. Ciertamente, cuando el empresario se concentra en el logro de los beneficios, lo demás viene por añadidura. Cualquiera podrá poner en entredicho este argumento recurriendo al típico problema de los salarios del trabajador, pero para ello habrá que discernir (separar) sobre el proceso de fijación de salarios en una economía de libre mercado o no intervenida del proceso mismo en una economía intervenida. El logro del beneficios es pues un fin primordial del empresario y ello no debe generarle ningún sentimiento de culpa. Si el lucro es ético el empresario debe primeramente ocuparse de lograr los beneficios esperados por todas las partes para luego pasar a ocuparse de contribuir a la realización personal de sus miembros. Sobre la ética del lucro recomiendo leer ese extraordinario ensayo del profesor Armando de la Torre.
Es pues válido cuestionar el paradigma de la RSE desde el punto de vista ético, financiero y político. Los empresarios deberían más bien sumarse a causas más genuinas como la de reconstruir el sistema de justicia, la de limitar al gobierno en sus poderes y presupuesto, o la de aclarar los derechos de propiedad en torno al subsuelo, el agua y los bosques, abogar por la eliminación de privilegios, y de esa manera desafiarse a sí mismos hacia la aventura de correr el riesgo solos. Dejar de lado ese sentimiento de culpa que los hace consentir una agenda perversa que nada más eleva sus costes y nos conduce a todos a más paternalismo y colectivismo y ojalá algún día, como bien dice, Henry W. Longfellow, hacer propia esta consiga:
“gana lo que puedas y mira sereno, a todo el mundo, frente a frente, porque nada debes a nadie”.
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