El porqué deberíamos preocuparnos por la autoridad política

 

Zachary Woodman

Artículo publicado originalmente en SFL.org con el título Why we should care about political. Traducido al español por Leonardo Brito, miembro del Equipo de Traductores de Estudiantes por la Libertad 
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En Liberal Currents, Paul Crider, tiene una pieza de reflexión argumentando que el anarquismo de mercado, (que entiendo significa formas de anarco-capitalismo o bien formas izquierdistas de anarquismo de mercado), es fundamentalmente una amenaza para los valores liberales y para un orden político liberal. Crider sostiene que nosotros, los anarquistas i) nos obsesionamos con cuestiones morales que ellos no deberían, enemistándonos con lo bueno, ii) abogamos por posiciones políticas para las cuales no podemos apoyar epistémicamente, iii) como consecuencia caemos en hábitos antiliberales, y iv) deseamos promover la decadencia política. Sin embargo, opino que Crider confunde varios aspectos en este debate, a saber, la pregunta empírica de si el anarquismo puede apoyar o no los valores liberales desde la cuestión normativa, de si el anarquismo es fundamentalmente consistente o no con estos valores liberales. Además, Crider a menudo parece estar refutando argumentos ingenuos que algunos anarquistas ingenuos brindan, particularmente, anarco-capitalistas laicos, y luego erróneamente asume que los argumentos que él da contra estos anarquistas ingenuos se aplican con igual vigor a los anarquistas que él admite son mucho más profundos y tienen argumentos radicalmente diferentes.

   Primero, déjenme aclarar el por qué, estoy en contra de Crider. No deseo afirmar que cualquier y toda instancia apátrida es preferible a las democracias liberales. Además, no deseo afirmar que las instituciones democráticas son fundamentalmente inconsistentes con los valores liberales. En cambio, deseo argumentar que Paul ha fallado en refutar la siguiente afirmación: Si los valores culturales liberales ya son prevalentemente dominantes en una sociedad, es probable que el anarquismo político pueda mantener empíricamente los valores liberales mejor que las instituciones democráticas.

   Está fuera del alcance de esta serie probar que esta afirmación es verdadera. En su lugar, quiero demostrar dos cosas: A) mientras que el reclamo es en principio falsificable, no poseemos la evidencia para falsificarlo y, por lo tanto, solo podemos revertir razones teóricas por las que creemos que podría o no ser cierto y B) Crider no ha podido refutarlo (aunque demuestra que está claramente fuera del alcance de este ensayo) y no nos ha dado ninguna razón real para no creer en ello. En otras palabras, incluso si un liberal concuerda con Crider, como debería, que nos encontramos en un estado de ignorancia sobre cómo se verá el anarquismo de mercado en un contexto moderno y en que las democracias son relativamente más liberales que otros acuerdos políticos, debería ser, en el peor de los casos, un agnóstico entre el anarquismo del mercado político y las democracias de status quo liberal.

   Esta serie se dividirá en cuatro partes. La primera abordando las afirmaciones de Crider sobre legitimidad y coacción, la segunda abordando las afirmaciones de Crider sobre la supuesta episteme “neblina de guerra” anti-liberal de los anarquistas, la tercera sobre sus afirmaciones en cuanto a la decadencia política y finalmente sobre su noción de “anarquismo crítico”.

¿Buscar una autoridad política legítima es una quimera?

Después de señalar correctamente cómo los anarquistas del mercado no pueden eliminar la coacción de la sociedad, algo que pocos pensadores anarquistas comercializan además de adolescentes influencers en YouTube, Crider afirma que buscar una autoridad política legítima es una ficción porque no existe una autoridad perfectamente legitimada, en cambio la autoridad existe en un espectro siendo algunos estados más legítimos que otros.

   Sin embargo, esta afirmación parece estar perdiendo el sentido ya que es una confusión conceptual entre “legitimidad autoritaria” y “grado de acción justa”. Alguien puede estar en una posición de ilegitimidad moral y actuar con más justicia que otra persona que es ilegítima. Por ejemplo, una mujer que secuestra a un niño porque es infértil y quiere tener uno propio tiene claramente la custodia ilegítima de un niño; pero si trata de criar al niño como suyo, actúa de manera más justa que, por ejemplo, una secuestradora que roba al niño para venderlo en la prostitución. Con los estados, las democracias liberales serían como la mujer cuya acción es ilegítima pero que actúa con relativa justicia, y las dictaduras autoritarias serían como el traficante de niños, estados que siguen siendo ilegítimos pero que actúan de forma más injusta.

   El punto anarquista filosófico es que, por sentido común, una condición necesaria para que cualquier autoridad sea considerada legítima en cualquier grado es el consentimiento explícito de todos los participantes, algo que ningún estado alguna vez ha tenido (o posiblemente ha podido) alcanzar. Podríamos hablar de grados de legitimidad al punto en que la autoridad actúa dentro de los límites de a lo que se accedió, o el grado en que se informó el consentimiento, pero incluso para estar en el espectro, el consentimiento explícito es un requisito previo. Por ejemplo, es interesante preguntarse a qué grado de legitimidad el ejemplo de Crider de un monopolio de una empresa aseguradora y de seguridad con la que todos aceptaron contratar, porque es cuestionable hasta qué punto realmente todos eligen consentir con la autoridad. Pero si la empresa les dice a todos en el territorio que compren sus servicios o de lo contrario potencialmente los asesine, como lo hace un estado, es inútil pedirle su legitimidad.

   Además, tenemos una presunción moral a favor de las autoridades legítimas. Incluso si la mujer secuestró a un niño de un hogar en el que los padres fueron muy negligentes y abusivos de los niños y procedió a tratar mejor al niño, es muy incorrecto decir que querer que el niño tenga “padres legítimos” es una “utopía”.

   Si fuera el caso que las empresas legítimamente autorizadas de seguros de defensa anarquistas son siempre más propensas a actuar significativamente más injustamente (como no conformándose a los valores liberales) que los estados ilegítimos, entonces sería cierto que perseguir la legitimidad política sería una ilusión. Crider proporciona un argumento interesante, sobre por qué podríamos pensar esto:

También vale la pena preguntarse cómo la anarquía puede consolidar las jerarquías socioeconómicas actuales. Supongamos que la anarquía adopta la forma de un régimen de transferencias justas Nozickiano, donde los derechos de propiedad entre individuos son absolutos, y la propiedad adquirida con justicia puede transferirse libremente suponiendo que no se producen violaciones de derechos.

Como el propio Nozick reconoció, la justicia de tal régimen dependería de la justicia de la disposición inicial de los títulos de propiedad. A menos que la raza, el género, la clase y otras formas de injusticia heredadas del pasado se desmantelen al mismo tiempo, pasar del estatismo a la anarquía corre el riesgo de legitimar efectivamente tales jerarquías sociales. La promesa retórica de la anarquía sería la libertad igual para todos, y no se permitirían futuras interacciones forzadas o la opresión respaldada por el Estado.

Cualquier desigualdad que persistiera en la anarquía podría fácilmente crecer a tiempo para ser vista como el resultado natural del mercado. Las agencias de defensa, al ser entidades privadas, tal vez explícitamente constituidas para maximizar el valor para los accionistas, podrían sentirse justificadas al ofrecer niveles escalonados de servicio de acuerdo con datos actuariales sobre la necesidad de sus servicios.

Las comunidades marginadas que se ven desproporcionadamente afectadas por el crimen y la pobreza, podrían sufrir consecuencias económicas adicionales por el mismo hecho de su marginación.

   Pero claro, de hecho, lo mismo podría decirse de las democracias. Las políticas que obtienen el favor de la mayoría en las democracias son solo un resultado de los valores culturales que tiene dicha sociedad. Considere que estamos en el siglo diecisiete, y soy un defensor liberal de la democracia que discute con un interlocutor simpático que favorece a la monarquía. El monárquico podría haber dicho esto fácilmente:

A menos que la raza, el género, la clase y otras formas de injusticia heredadas del pasado se desmantelen al mismo tiempo, pasar a la democracia corre el riesgo de legitimar tales jerarquías sociales. La promesa retórica de la democracia sería la libertad igual para todos, y no se permitirían interacciones futuras impulsadas por la monarquía y sus cortes feudales. Cualquier desigualdad que persistiera en la democracia podría crecer fácilmente en el tiempo y ser vista como la “voluntad del pueblo”. Los estadistas demócratas destinados a maximizar sus perspectivas a las urnas podrían sentirse justificados al tratar a las minorías de manera desigual ante la ley según las encuestas de las demandas de sus constituyentes. Las comunidades marginadas que se ven desproporcionadamente afectadas por el crimen y la pobreza podrían sufrir consecuencias políticas adicionales por el mismo hecho de su marginación.

   Y, por supuesto, muchas de esas predicciones habrían llegado a buen término; Estados Unidos mantuvo la esclavitud durante casi un siglo después del inicio de la independencia, el sur de Estados Unidos mantuvo la segregación racial durante un siglo más, que a menudo, se justificaba con el hecho de cómo los blancos en el sur votaron legítimamente por políticas segregacionistas, la criminalización del homosexualismo y la prohibición del matrimonio gay a menudo se justificaba con referencia a la voluntad mayoritaria de los estados conservadores, y hasta el día de hoy el trato injusto de los inmigrantes se justifica porque los votantes lo decidieron.

   Los mercados reflejan el marco cultural en el que están integrados de la misma forma como lo hacen las democracias. Oponerse a la idea de que la anarquía de mercado podría resultar en desigualdad social no es objetar a la anarquía del mercado per se sino al marco sociocultural en el que estaría insertada. La diferencia es que los mercados libres tienen una tendencia liberalizadora y pueden ayudar a cambiar los valores culturales en sí mismos, mientras que la democracia debe rezagarse con respecto a las normas y los valores que tienen los votantes. Además, muchas veces el poder coercitivo del estado perpetúa estas igualdades y evita que las minorías luchen por su igualdad (así como el comportamiento de los policías hacia las comunidades afroamericanas de hoy, y la represión que los activistas de los Derechos Civiles enfrentaron en las décadas cincuenta y sesenta).

   Crider reconoce implícitamente algo en estas líneas cuando escribe esto sobre que no quiere exagerar su caso; sin embargo, mi punto es que necesita hacer una fuerte afirmación empírica que no quiere hacer para demostrar que “la legitimidad es una quimera” y, por lo tanto, no ha demostrado que lo sea. Los anarquistas no “prestan una atención desmesurada al reino asintótico de la legitimidad perfecta”, simplemente tratan a los agentes estatales de la misma manera que tratamos a cualquier otro agente moral.

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Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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