La historia de Tucídides en la guerra del Peloponeso, se basa en acontecimientos políticos que carecen de romanticismo.
La Historia de Tucídides en la Guerra del Peloponeso, la primera contribución de importancia a la historiografía griega después de las Historias de Heródoto, es una obra mucho más sombría que su predecesora.
Esto se debe, en parte al objeto de estudio; Heródoto escribe sobre el tema relativamente venturoso (para un griego) sobre un conflicto que, las ciudades griegas, unidas ganaron contra un invasor extranjero, mientras que en la cuestión de Tucídides, fue un desafío salvaje entre las metrópolis griegas que se encontraban divididas, una lucha que devastó a Grecia y que ninguna de ellas, realmente venció. (Técnicamente, Esparta triunfó al conquistar Atenas, disolviendo el imperio ateniense, destruyendo los muros defensivos de Atenas e instalando una oligarquía amistosa para si mismos. Pero, después de un año en el que las tropas espartanas se marchasen, los atenienses derrotaron a la oligarquía, poco más de una década tardía, reconstruyeron los muros, y un par de decenios más tarde, en su mayoría, se había reconstruido el imperio. ¿Cuántas muertes justifican una victoria tan efímera?).
Sin embargo, es en gran medida una cuestión de índole; Tucídides, es un realista político, de ojos acerados con una visión cínica de la naturaleza humana, siempre listo para incitar las ilusiones románticas en la guerra de Troya o en los orígenes de la democracia ateniense (VI.19). No es para si mismo, las digresiones de Heródoto sobre las culturas deslumbrantes, como sus colecciones de cuentos, o sus profesiones de confianza en la divina providencia. Si la historia de Herodoto, fuera Star Wars, con sus excursiones a cantinas exóticas y su valiente banda de luchadores por la libertad, defendiéndose del malvado imperio, la historia de Tucídides sería Game of Thrones, un brutal y despiadado choque de ambiciones en el que los débiles son pisoteados, por debajo de los extremos. No es accidental que Tucídides fuera el historiador favorito de Thomas Hobbes, quien le describe como un autor “a quien … la facultad de escribir historia está en lo más alto”, ya que “no existe ningún otro (meramente humano) que sea más congénito al realizar completamente “el” trabajo principal y propio de la misma”, es decir,” instruir y capacitar a los hombres, mediante el conocimiento de acciones pasadas, para que se guíen prudentemente en el presente y de manera providente hacia el futuro”. [1]
Tucídides (c.460-c. 400 a.C.), es un ciudadano ateniense, quien sirvió como general en la guerra, hasta que fue acusado de ser el responsable de una gran pérdida militar (lo negó todo), y en consecuencia, fue enviado al exilio, mucho de lo cual, pasó en compañía de los enemigos de Atenas, lo que le permitió estudiar las perspectivas de ambos ámbitos de la guerra. Durante este período, al parecer, observó los sucesos en carne propia, entrevistó a individuos sobre eventualidades a largo plazo y tomó notas cuidadosamente; después de la batalla, se retiró a su propiedad en Tracia y comenzó a reunir todo este material, para una historia magistral que, en el acaecimiento, nunca culminó. (Los primeros dos libros de Hellenika de Jenofonte, o Historia de mi tiempo, parecen ser una conclusión póstuma de la narración de Tucídides: en cualquier caso, a) comienzan donde Tucídides se detiene, b) continúan el relato hasta el final del contienda, y c) sobrepasan a Tucídides en tono y estilo que el resto de los Hellenika). [2]
En su impaciencia por los cuentos fantasiosos e ilusiones sentimentales, en su insistencia por identificar las causas subyacentes en lugar de detenerse en las superficiales, Tucídides frecuentemente, parece presentarse sorprendentemente rejuvenecido. De hecho, (I.1), como un viajero del tiempo, describe, con extrema exactitud, cómo las ruinas de Atenas y Esparta contemplan las generaciones posteriores y cómo estas diferirán en apariencia.
Aunque, Tucídides es un solemne escritor y un brillante historiador, según los estándares de investigación histórica moderna, comparte algunas de las deficiencias de su predecesor. De hecho, es incluso más vago en sus fuentes que Heródoto. Además, la impresión que da, de minuciosidad puede ser engañosa; ya que, cubre tantas manifestaciones que, es fácil pasar por alto la posibilidad de que esté omitiendo gran información. Por ejemplo, la mayor parte de griegos en su época aceptaban que el decreto proteccionista Megarian era la causa principal de la guerra; de hecho, Aristófanes, dedicó toda una obra, los Acharnians, a este análisis económico del conflicto, [3] pero Tucídides apenas menciona el Decreto, y si no para fuentes rivales como Aristófanes, uno nunca adivinará que podría ser importante.
Una de las características más polémicas de la narrativa de Tucídides son los exhaustos discursos que designa a varias ilustraciones históricas. Sus lectores, al asistir al teatro trágico y cómico, se habrían acostumbrado a presenciar interrogantes morales y políticas dramatizadas, a través de discursos similares pero opuestos, al igual que, Tucídides proporcionaba a su audiencia el mismo trazo de incidente. Pero, ¿Cuán históricos son las disertaciones?
Analizando algunas diatribas que se transmitieron (aunque él no nos aclara cuáles son cuáles), Tucídides, manifiesta que en cualquier caso fue “difícil mantener palabra por palabra en su memoria”; de dicho acontecimiento, surge su decisión por “hacer que los oradores manifiesten lo que, en mi opinión se les exigían en diversas ocasiones”, mientras que al mismo tiempo “se adhiere lo más cercano posible al sentido común de lo que realmente deseaban enunciar”. [4] En otras palabras, cuando Tucídides articula el discurso de Pericles, lo que estamos obteniendo, es una mezcla de Pericles y Tucídides, pero las proporciones relativas son una incógnita.
En efecto, no es fácil manifestar hasta qué punto los discursos representan las posiciones genuinas de los individuos a los que se les atribuye, tampoco lo es para los que representan los propios puntos de vista de Tucídides. La mayoría de estos comparten su realismo poco sentimental, lo que podría llevarnos a escudriñar a los portavoces del historiador, excepto que se debata. Tucídides, expone las ventajas de la democracia en la boca de personajes como Pericles (II.7) y Atenágoras (VI.19) – hemos comprobado, el alegado principal de Pericles anteriormente en dicha serie [5] – pero por su preferencia política, parece haber sido a favor de la “constitución mixta” que combina rasgos democráticos y oligarcas; [6] publicando sobre una breve Constitución de los 5000 que, fue un intento por establecer una constitución mixta:
“Fue en el primer ciclo de la constitución que los atenienses, parecen haber poseído el mejor gobierno que alguna vez construyeron, en dicha época. Porque la fusión de lo superior y de lo inferior se efectuó acorde al juicio, y esto fue lo que permitió al estado levantarse con honor después de sus múltiples fallos”. [7]
Heródoto había atribuido el ascenso de Atenas a la prominencia de sus instituciones democráticas; [8] pero Tucídides prefiere una descripción geográfica:
“Además, no siendo poderosos ni en número de ciudades pobladas, ni en otros aprestos de guerra, lo más y mejor de toda aquella tierra tenía siempre tales mudanzas de habitantes y moradores como sucedía en la que ahora se llama Tesalia y Beocia y mucha parte del Peloponeso, excepto la Arcadia, y otra cualquiera región más favorecida. Y aunque la bondad y fertilidad de la tierra era causa de acrecentar las fuerzas y poder de algunos, empero por las sediciones y alborotos que había entre ellos se destruían, y estaban más a mano de ser acometidos y sujetados de los extraños”. [9]
(Tucídides, adentra el relato de Platón en la República de cómo la riqueza crea el militarismo). [10]
Tucídides a veces permite que el realismo cruel de sus oradores se ponga a disposición de lo que podrían parecer los objetivos de un corazón ofensivo. Por ejemplo, hace que el político ateniense Dionisio discuta en contra de los castigos más dolorosos, pero por motivos puramente pragmáticos en lugar de compadecerse, a sabiendas, que las sanciones en realidad ejercen un función muy miserable en la disuasión, mientras que el indulto puede motivar a la población a la reforma de carácter:
“No sin causa, al principio para grandes delitos había pequeños castigos, mucho más leves que ahora, los cuales, por la continua transgresión de los hombres, andando el tiempo se han reducido a pena de muerte; y aun con todo esto, no nos apartamos de errar. Es, pues, necesario, o inventar otra pena más dura que la muerte, o pensar que ésta no impedirá pecar a los hombres, porque a unos la pobreza les obliga a que se atrevan, y a otros las riquezas les alientan a ser soberbios y codiciosos de más haberes, mientras otros tienen otras pasiones y ocasiones que los atraen e inducen a pecar. Cada cual es atraído por su inclinación y apetito desordenado, tan poderoso, que apenas lo puede refrenar ni moderar por miedo de daño ni peligro que le amenace. Hay, además, otras dos cosas que en gran manera impulsan a los hombres: la esperanza y el amor; el uno les guía, y la otra les acompaña. El amor procura los medios para ejecutar sus pensamientos, y la esperanza les pone delante la prosperidad de la fortuna. Aunque estas dos cosas no se ven de presente, son más poderosas a moverlos que los peligros manifiestos. También hay otra tercera, que sirve y aprovecha en gran manera para mover los afectos y voluntades, es a saber, la fortuna, la cual, luego que nos representa y pone delante alguna ocasión, aunque no sea bastante para movernos, muchas veces atrae a los hombres a grandes peligros, y muchas más a las ciudades, por tratarse en ellas de más grandes cosas y de más importancia, como el conservar su libertad o aumentar su señorío; porque cada cual, unido a los otros ciudadanos, concibe mayor esperanza de sí mismo. En conclusión, es imposible y fuera de razón creer que cuando el hombre está estimulado por una impetuosa inclinación a hacer una cosa, se le pueda apartar de ello por la fuerza de las leyes ni por otra dificultad. »No conviene, pues, condenar a pena de muerte a los delincuentes en la confianza de que nos causará seguridad para lo venidero, ni por este medio quitar a los que en adelante se rebelaren, la esperanza de la misericordia y la facultad de arrepentirse y purgar su pecado”. [11]
Uno de los pasajes más famosos de Tucídides es su descripción, sobre los efectos de la guerra civil en Corcira y en otras áreas, específicamente, en torno a la variación lingüística al servicio de la consumación política:
“La revolución continuó su curso de ciudad en ciudad, y los lugares a los que presidía, llevaron un exceso aún mayor de refinamiento de inventos, como se manifestó en el ingenio de sus empresas y la atrocidad de sus represalias. Las palabras debían cambiar su significado ordinario y tomar lo que ahora se les prescindía. La audacia imprudente llegó a considerarse, como coraje de un aliado leal; prudente, cobarde; la moderación se consideraba una falta de masculinidad; la capacidad de analizar la significación de una cuestión, e inaptitud para actuar. La violencia frenética se convirtió en un atributo masculino; una conspiración, un medio justificable de defensa propia. Un defensor confiable; pero un oponente sospechoso. Cosechar el éxito era de astutos; pero abstenerse de realizar dichas actividades, se consideraba querer corromper al grupo y temer ante los adversarios. En conclusión, para anticiparse a un criminal, o para sugerir la escala de criminalidad, fue tratado, hasta que la sangre se convirtió en un vínculo de debilidad en el mismo”. [12]
Hoy en día, la idea lingüística que motivó políticamente dicho cambio, es la que asociamos con escritores distópicos de ciencia ficción como Zamyatin, [13] Rand, [14] y Orwell; [15] pero de igual manera, este le preocupaba a Hobbes, quien, por ejemplo, había distinguido las tres formas básicas de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia), en base a que esta se desarrolle por uno, pocos o muchos, continúa explicando:
“Tiranía y oligarquía no son sino nombres distintos de monarquía y aristocracia. Existen otras denominaciones de gobierno, en las historias y libros de política: tales son, por ejemplo, la tiranía y la oligarquía. Pero estos no son nombres de otras formas de gobierno, sino de las mismas formas mal interpretadas. En efecto, quienes están descontentos bajo la monarquía la denominan tiranía; a quienes les desagrada la aristocracia la llaman oligarquía; igualmente, quienes se encuentran agraviados bajo una democracia la llaman anarquía, que significa falta de gobierno. Pero yo me imagino que nadie cree que la falta de gobierno sea una especie de gobierno; ni, por la misma razón, puede creerse que el gobierno es de una clase cuando agrada, y de otra cuando los súbditos están disconformes con él o son oprimidos por los gobernantes”. [16]
Es un estado de alerta, para el uso del lenguaje político, ya que es una de las muchas lecciones que Hobbes aprendió de Tucídides.
Referencias:
[1] Thomas Hobbes, introduction to his translation of Thucydides.
[2] We’ll return to Xenophon later in this series.
[3] See part 17 of this series.
[4] Thucydides, History of the Peloponnesian War, trans. Richard Crawley (London: Longmans Green, 1874), I.1.
[5] See part 7 of this series: http://www.libertarianism.org/columns/ancient-greeces-legacy-liberty-personal-freedom-athens
[6] See part 11 of this series.
[7] Thucydides, History VIII.26.
[8] Herodotus, Histories V.78.
[9] Thucydides, History I.1.
[10] Plato, Republic II.
[11] Thucydides, History III.9.
[12] History III.10.
[13] Yevgeny Zamyatin, We (1921).
[14] Ayn Rand, Anthem (1938).
[15] George Orwell, Nineteen-Eighty-Four (1948); see also his “Politics and the English Langauge” (1946).
[16] Thomas Hobbes, Leviathan II. 19.
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