Podemos plantear muchas explicaciones a estos fenómenos como: la amnesia generacional de los peligros del nacionalismo, los efectos de las nuevas tecnologías de producción y comunicación, la decepción con la transición democrática, o bien, el centralismo político de la Ciudad de México, pero en este texto no abordaré ninguna de estas. En cambio, considero, los libertarios son uno de los grupos que podría ayudar a revertir esos efectos, sin embargo, algunos están contribuyendo a que el nacionalismo, la intolerancia y el autoritarismo se acentúen.
Es una verdadera tragedia que el liberalismo, que en su centro celebra la diversidad y la dignidad humana, tenga el vicio de atraer simpatizantes y generar liderazgos que actúan precisamente en el sentido contrario.
Algunos libertarios han abandonado la importante arena de debate público y de las agendas de cambios graduales por la comodidad del insulto, ignorando que la verdadera batalla es la de capturar la imaginación y los corazones de los demás y que las transformaciones políticas se logran gradualmente. El destino actual del libertarianismo iberoamericano es la interminable competencia del purismo dogmático.
Y es que no hay modelos a seguir, ¿qué hay detrás del éxito de jóvenes libertarios en videos de redes sociales? No hay avances tangibles en sus acciones, no hay batallas ganadas, parecen sólo generar en sus seguidores la mediocre satisfacción de, a través de la humillación y la soberbia, contribuir a la polarización del debate público. A la humillación del otro, del “progre”, del “chairo” o de cualquier otro adjetivo calificativo que refleja la comodidad del insulto y su miedo al diálogo con quienes piensan diferente a ellos.
Tampoco existen instituciones que formen nuevos tipos de libertarios. En América Latina una gran parte de los centros de abogacía, congresos e instituciones universitarias sólo sirven para reunir anualmente a los libertarios para que se den palmadas en la espalda. Parecería existir una total desconexión de los simpatizantes libertarios con la realidad de sus países. Mientras en sus aulas, conversatorios y congresos se evalúa ad nauseam fantasías anarcocapitalistas o los radicales alcances del principio de no-agresión, afuera, a unos escasos metros de ellos existen países con ofensivos niveles de pobreza, de desigualdad de oportunidades y una falta de acceso igualitario a la seguridad y justicia.
La falta de instituciones de formación y de liderazgos virtuosos hace que nuestros libertarios sean de mala calidad o “chafas”, como decimos en México. Su discurso, al ser elaborado en la autocomplacencia grupal no tienen impacto en la realidad política y social de sus países. En sus casos más extremos algunos libertarios son imposibles de diferenciar con los progresistas más exaltados por el dogmatismo y la ortodoxia.
Necesitamos urgentemente de nuevas iniciativas que refresquen la divulgación de los principios liberales. Requerimos nuevos partidos políticos, congresos, simposios y eventos que logren generar liderazgos que no le teman al diálogo, que celebren la diversidad humana y la diversidad de visiones políticas.
A muchos libertarios se les olvida que la agenda de libertades tiene diversas trincheras, no sólo la económica, es por ello esencial formar líderes preparados en temas de inclusión, de derechos humanos y sobre la importancia vertebral de las instituciones de seguridad y la justicia para la libre determinación de las personas. Con nuevos libertarios, abiertos al diálogo y preparados en temas que importan fundamentalmente a nuestras sociedades, se podrá divulgar la complementariedad de las libertades sociales y económicas y podremos ocupar los espacios que actualmente ganan los populistas y los nacionalistas.