Analista político y económico en medios de comunicación españoles y profesor de IE University
La aplastante derrota del socialismo simbolizada por el colapso de la Unión Soviética obligó a los enemigos del mercado a replantear sus estrategias de influencia. Desde los años 90 la oposición al laissez faire no se expresa en términos propositivos, sino que se articula con un mensaje negativo. Ya no se trata de plantear alternativas, puesto que el socialismo ha quedado desacreditado, sino de lanzar una crítica sistemática a las supuestas “injusticias” de un sistema, el liberal, que nunca ha dicho ser perfecto, pero sí ha demostrado funcionar mejor.
En los últimos años, el discurso de los enemigos del mercado se ha apoyado en el populismo para cargar contra la economía de mercado. Desde Marine Le Pen a Alexis Tsipras, los nuevos radicalismos de derecha y de izquierda han insistido una y otra vez en que la globalización y el capitalismo deben ser replegados. Puede que el mensaje haya calado entre millones de personas, pero no por ello hablamos de un mensaje certero.
Así lo ha puesto de manifiesto el think tank TIMBRO, uno de los centros de investigación más importantes del mundo escandinavo. La institución sueca ha cruzado dos informes de vital importancia para entender esta cuestión: por un lado, el Índice de Libertad Económica que elabora el Instituto Fraser de Canadá en colaboración con el Instituto CATO de Estados Unidos; por el otro lado, el Índice de Populismo, que firma el politólogo Andreas Johansson Heinö, vinculado a TIMBRO.
El resultado es un interesante documento de trabajo firmado por Alexander Firtz England. El análisis de regresión revela que un aumento de un punto en el grado de libertad económica coincide con una reducción de 1,27 puntos en el nivel de respaldo de los electores a los partidos populistas. Esta conclusión respalda lo que ya apuntaban Kirshna Chaitanya Vadlamannati e Indra de Soysa en un estudio que igualmente detectaba una relación negativa y estadísticamente significativa entre el grado de libertad económica y la fuerza de los partidos políticos radicales.
Aunque el laissez faire no alimenta el populismo, el populismo sí puede tener el efecto de minar el grado de libertad vigente en cada economía. No en vano, los trabajos de Martin Rode y Julio Revuelta concluyen que un aumento del voto a partidos populistas tiende a traducirse en una menor libertad económica. Por tanto, aunque no podemos explicar a Le Pen o a Tsipras por el grado de flexibilidad de las economías francesa o griega, sí tenemos razones de peso para pensar que los futuros dirigentes de las repúblicas gala y helena van a tenerlo más complicado a la hora de introducir medidas de liberalización.
El estancamiento salarial, el miedo al cambio tecnológico, el estrés causado por la crisis financiera, el declive de las tasas de crecimiento, el enquistamiento del desempleo y el cambio a peor en las expectativas económicas de Occidente tienen mucho que ver con la irrupción de las formaciones populistas que tantos titulares han ocupado en los últimos años. Al contrario de lo que solemos pensar, los outsiders que están llegando al poder no son la causa, sino el efecto del flojo desempeño que están teniendo las economías desarrolladas.
Quizá el mayor populismo de todos fue dejar que calase la idea de que la riqueza puede redistribuirse de forma infinita. Hoy, el mundo rico tiene la aspiración de vivir cada vez mejor trabajando cada vez menos. La globalización ha puesto de manifiesto que ese supuesto fin de la historia era una quimera. Pero los populistas se equivocan cuando cargan contra el mercado, porque precisamente la ausencia de reformas liberales es lo que explica el deterioro socioeconómico del mundo rico.
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