Actualmente, en Chile, la eutanasia está prohibida por lo menos, en el sentido de ejercer la acción deliberada de provocar o acelerar la muerte de un paciente. Lo que sí está permitido, es que el paciente rechace el someterse a un tratamiento en particular, siempre y cuando esa negación no implique la aceleración artificial de la muerte. Así mismo, el profesional tratante, está en la obligación de otorgar información suficiente, con el fin de que el enfermo logre tomar una decisión libre y voluntariamente.
Este tema logró ser puesto en debate, gracias a que el diputado Vlado Mirosevic, presentó un proyecto para legalizar la eutanasia, el cual se encuentra en tramitación. Dicha iniciativa contempla que toda persona mayor de 18 años (en pleno uso de sus facultades) pueda solicitar eutanasia, siempre y cuando haya sido diagnosticada con una enfermedad terminal o estado de sufrimiento insoportable que no pueda ser aliviado, no haya posibilidad de cura y que al menos dos profesionales hayan diagnosticado tal condición. Es preciso reflexionar sobre esta temática, ya que es un problema de salud pública, que implica discusión, con el fin de llegar a algún tipo de resolución. A continuación, se abordará este tema desde un punto de vista ético, planteando un argumento a favor de la eutanasia relativo a la autonomía.
El concepto de eutanasia, etimológicamente significa buena muerte y proviene del griego eu-thanatos. La buena muerte, hace referencia al fin de la vida apacible y sin dolores. (Vega, s.f).
“La OMS (Organización Mundial de Salud) la define como la acción deliberada que realiza una persona con la intención de provocar la muerte sin dolor, a otro sujeto, o no prevenir la muerte por causa natural, en caso de enfermedad terminal o coma irreversible. El paciente debe estar cursando con un sufrimiento físico, emocional o espiritual incontrolable, siendo el objetivo de la eutanasia, aliviar este sufrimiento”. (Carrasco y Crispi, 2016, pág. 1599).
Algunos ejemplos de estados terminales, podrían ser cáncer en etapa de cuidados paliativos, insuficiencias severas de órganos vitales, entre otros. El enfermo terminal es quien padece una condición patológica grave, de carácter progresivo e irreversible, cuyo diagnóstico establece que no hay posibilidad de tratamiento y el pronóstico es fatal. (Carrasco y Crispi, 2016).
En Holanda, en abril del año 2002, se legalizó la eutanasia si se cumplía lo siguiente: A) Que el paciente requiera del procedimiento de manera voluntaria y lo haya considerado adecuadamente. B) Que su condición sea intolerable y sin esperanzas. C) Que no haya disponibilidad de otras alternativas de tratamiento. D) Que el método sea técnicamente apropiado. E) Que se consulte a otro médico antes de llevar a cabo el proceso. (Grupo de Estudios de Ética Clínica de la Sociedad Médica de Santiago, 2011).
Parte de esta discusión, se enfoca en la autonomía y libertad de las personas de tomar decisiones, respecto a su cuerpo y su vida, de acuerdo a sus valores y convicciones. Los argumentos desde esta perspectiva, señalan que cada quien tiene derecho a decidir cómo y cuándo morir; que es cruel negar la muerte a quien está sufriendo de manera intolerable; que la muerte no es mala per se, por ende no sería malo adelantarla, entre otros planteamientos. (Goic, 2005).
Ahora bien, como confrontación a estos argumentos existe una réplica, que podría plantearse con la siguiente pregunta: ¿qué tan autónomos somos al tomar una decisión tal como someterse a eutanasia? Dicho de otro modo, la réplica consistiría en lo siguiente:
“Una petición de muerte no se formula jamás en los términos ideales de una voluntad a la que no coacciona ningún factor externo. Ésta se muestra, por el contrario, en tal situación, como la más constreñida de las voluntades, a la que el abandono social ha vuelto frágil hasta el punto de hacerla incapaz para oponer a la muerte cualquier valor de la vida; o sobre la cual han pesado las circunstancias de modo tan directo que la han anulado. (…)
Escuchada por la comisión parlamentaria, Maryannick Pavageau ha testimoniado que las personas enfermas, como ella, de SLI (Síndrome de Locked-in, enclaustramiento), no formulan peticiones de muerte más que en momentos de desesperación. Esta desesperación está “ligada a un fenómeno de soledad”; soledad agravada, ha explicado Joël Pavageau, por el hecho de que “estas personas se consideran a veces un estorbo para quienes las rodean”. (Aceprensa, 2009).
“La enfermedad y la vejez son en efecto estados en los que resulta muy marcada la capacidad de la voluntad para ser influida por otros. Para las personas que se tienen por un estorbo para su familia o para el personal médico que las cuida, el derecho a morir corre el riesgo de ser interpretado como una obligación moral de desaparecer”. (Aceprensa, 2009).
La réplica es interesante para analizar, pero se debe tener cuidado con caer en el paternalismo; es decir, hacer uso del carácter cuestionable de la autonomía como arma para prohibir o no proporcionar la eutanasia bajo la idea de yo sé lo que es mejor para ti. Sin embargo, no es óptimo descartar esta réplica sin reflexionar acerca de aquella. Hay personas que piensan en la posibilidad de la eutanasia, para evitar ser una carga para sus seres queridos. (Aceprensa, 2009).
Tal como se expresa en la legislación holandesa, es completamente necesario que el paciente terminal haya considerado adecuadamente la decisión de optar a la eutanasia. Es decir, sin coerción de terceros; reflexionando detenidamente y pensando distintas opciones y perspectivas.
¿Cómo se puede contribuir a que el paciente tome una decisión de manera adecuada? Una forma sería mediante acompañamiento psicológico, una instancia que proporcionaría un espacio de contención y orientación, tanto para el enfermo, como para su familia. Tal como señala Juana Auza Ruiz (2016) en su texto “Psicología y Muerte Digna: Aporte para la Construcción de Políticas públicas”, en los procesos de “buen morir”, como refiere ella, es necesario un trabajo conjunto entre profesionales, tanto de la medicina como de la psicología.
El desempeño de los psicólogos tiene que ver con la orientación, puesto que el paciente es quien tiene la responsabilidad sobre su vida y las actitudes frente a las situaciones adversas. Por ende, la actitud que debe tomar el profesional es de fomentar el diálogo respetuoso y empático, evitando caer en la imposición de convicciones personales. (Auza Ruiz, 2016). En ese sentido, el acompañamiento psicológico podría eventualmente hacer que el paciente desista de acudir a la eutanasia o mantenga la decisión, pero teniendo una mirada más amplia. Sea cual sea la opción que se tome, hay que actuar en consecuencia, porque quien tiene la última palabra, es el paciente.
A partir de lo anterior, se podría defender la idea de que existe el derecho a morir, sin embargo, se entiende que en ciertos momentos, las personas decidan desde la desesperación, más que desde una reflexión exhaustiva. En ese sentido, el acceso a un acompañamiento psicológico permitiría otorgar al enfermo y a su familia, un espacio de contención, de diálogo empático, de indagación de creencias y sesgos, entre otros aspectos, para que el paciente pueda tomar una decisión, desde una mayor perspectiva.
El artículo fue escrito por María Eugenia Gómez, voluntaria de Estudiantes por la Libertad de Chile, estudiante de psicología de la Universidad Nacional Andrés Bello.
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