Sí, hay cabida para el optimismo

Recolectores de algodón by Aiken Walker

Guillermo de la Chica Lopéz

Miembro del Equipo de bloggers de Estudiantes por la Libertad latinoamérica

 
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Son pocas las ocasiones en las que me encuentro dialogando sobre la pobreza mundial con gente, he de admitirlo. Sin embargo, cuando lo hago, debo decir que el contexto en el que me encuentre determina bastante el cauce en el que se irá desarrollando la conversación. Por ejemplo, no es lo mismo hablar de esta traumática situación en un entorno de mayoría liberal que, en otro, donde el único liberal soy yo.

   Cuando me encuentro en el segundo caso, que es el más frecuente, la conclusión final a la que todos llegan es esta: los ricos son más ricos porque los pobres son más pobres. Y, claro, a esta afirmación le sigue otra que va orientada directamente a una durísima crítica a la redistribución de la riqueza y, por ende, al capitalismo. En esta afluencia de alegatos, donde más de la mitad son falsos en su más íntegra esencia, me encuentro en una notable desventaja, dado que estoy obligado a gastar tiempo en aclarar qué es cierto y qué no para, acto seguido, rebatir los argumentos del opuesto. Y me parece que en este escenario nos hemos encontrado más personas.

   No puedo evitar citar a Pedro Schwartz –político, economista y jurista español–, al que tuve el placer de conocer en persona: «para ser defensores de la libertad no basta con principios generales (…), tenemos que entrar en el detalle». Es verdad. En la praxis, no es suficiente batallar con ideas y principios: hay que complementarlo con los estudios y las cifras imparciales que respalden esos valores. Eso mismo es lo que voy a intentar plasmar aquí.

Qué es ser pobre

Primero, hay que saber precisar lo más rigurosamente posible qué personas son las que viven bajo el umbral de pobreza internacional. Un pobre es aquel que vive con una renta inferior a 1,9 dólares diarios –y, por extensión, a unos 60 dólares mensuales–. Esta definición no es mía, sino la que da Naciones Unidas y, por tanto, es la que se toma como base para la realización de cualquier análisis.

   Son muchísimas las estadísticas que tratan esta situación de carestía, pero, dependiendo de los parámetros empleados y de qué se está midiendo exactamente, podemos caer en el craso error de confundir números y conceptos. Además, si este panorama de caos está estimulado por la clase política u organizaciones progubernamentales, las conclusiones a la que se llegan son erróneas y, las soluciones, disparatadas.

   El ejemplo más cercano a mí sobre lo que acabo de decir se encuentra en España. Cuando algunos políticos españoles hablan sobre el umbral de pobreza del país se suele caer la peor cara de la demagogia. ¿Qué es este famoso umbral? Se trata de un indicador estadístico del INE que se encarga de medir el porcentaje de la población española que está en riesgo –he aquí el quid: riesgo– de pobreza. ¡Veamos qué aconteció en 2015! Resumiendo, este indicador nos proporciona tres datos finales: 22,1; 6,4 y 2,6. Bien, el primero –22,1%– muestra la población que está en riesgo de pobreza. Es decir, el porcentaje de hogares de cuatro personas que cobran menos de 17.000€ al año; o bien, viviendas unipersonales con menos de 8.000€ al año. ¿Sería este sector –unos 10 millones de individuos– exclusivo para pobres? Manuel Llamas explica que no, porque puede haber de todo: «hay gente que está en desempleo y no tiene ningún tipo de ingreso –una situación de extrema gravedad–, pero también hay desempleados que cobran una prestación, o bien gente que cobra contratos temporales». Asimismo, estudiantes que trabajan de vez en cuando, pero que viven en casa de sus padres; jubilados que son propietarios de su vivienda… El segundo dato –6,4%– refleja el sector poblacional que tiene carencia material severa; es decir, 3,3 millones de personas. Este indicador incluye nueve variables por las cuales se considera que una persona disfruta de una vida digna: poder permitirse, al menos, siete días de vacaciones al año; una comida de carne, pollo o pescado cada dos días; poder hacer frente a las facturas de la casa; tener automóvil, un teléfono, un televisor, una lavadora… Si alguien no se puede permitir cuatro de estas variables se le incluye dentro de ese grupo carente de material. Finalmente, el tercer dato –2,6%– sí refleja una situación de verdadera pobreza. Aquí se comprende la gente que no se puede permitir consumir carne o pescado cada dos días; es decir, 1,1 millones de personas. Dicho todo esto, son muchos los políticos españoles que confunden –y no accidentalmente– estas cifras en su discurso propagandístico para denunciar esta tan «desastrosa» situación y pedir más poder para arreglar los desajustes sociales y económicos. Estas «confusiones», cuando llegan a millones y millones de personas, y de manera reiterada, hacen parecer que hay 10 millones de pobres en vez de 1,1 millones. Este sentimiento de frustración e insatisfacción que producen estas mentiras ayudan a la proliferación de supuestos políticos mesiánicos y populistas. Y no solo en España ocurre esto, sino que tenemos un amplio abanico de figuras en la clase política de América Latina que usa la misma innoble estrategia.

La evolución de la pobreza en los últimos tiempos

Ni es verdad que el mundo es cada vez más pobre, ni tampoco que hay más desigualdad. Para empezar, en el último cuarto de siglo –desde que comenzaron a bajarse más las barreras económicas para favorecer el comercio internacional– se han reducido el número de pobres, en términos absolutos y relativos –desde 1990, un total de 1100 millones de personas salieron de pobreza extrema–. ¿Y esto viene acompañado de desigualdad? No, porque desde dicho año, esta se ha disminuido desde la Revolución Industrial. ¿Y qué sucede con el medio ambiente? Tampoco es verdad que allá donde hay más libertad económica, el medio ambiente sufre más.

   Podría seguir así, dando noticias que calmarían las ansias socialistas de proclamar políticas para instaurar su propia «justicia social». Pese a esto, recomiendo la lectura de otro documento que resume uno de los informes del Banco Mundial en su Poverty and Shared Prosperity y un artículo con una sinopsis Progreso, de Johan Norberg. Se puede encontrar que las hambrunas han caído a un mínimo histórico, que el trabajo infantil forzado se ha ido disminuyendo fuertemente, que hay más esperanza de vida y que un 80% de la población ya sabe leer y escribir.

   ¿Razones para cesar y abandonar lo construido? Ninguna, pero sí hay muchas para trabajar en la misma dirección e ir reinventándose aún más para que la libertad y prosperidad lleguen a la máxima gente posible en menos tiempo. Es mentira que en el mundo hay un mísero 1% de ricos que vive y se enriquece a costa del 99% de la población… y si alguien no se lo cree, eso ya es su problema.

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Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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