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El mito más popularizado en los regímenes y por los regidores comunistas (y socialistas en general) es que, a diferencia de otras ideologías, la suya se preocupa por los pobres, por los desvalidos, por los que no tienen poder. Aun así, la historia misma se ha encargado de desmentir esa creencia, que resulta en un cruel engaño y que deja un amargo sabor de boca de quienes han puesto su fe y sus fuerzas en los hombres que les ofrecieron igualdad, prosperidad y que han visto convertirse en dictadores.
Estos hombres, decepcionados de aquellos en quienes confiaron la tarea de gobernar, se dan cuenta de que, quien pierde con el socialismo es el gobernado, no el gobernante. Dando razón a la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Alexiévich, citada al principio de este artículo en “El fin del Homo sovieticus”: la víctima es el más débil, el más pobre. Este libro, es el resultado de su labor de cronista, de entrevistas e investigaciones, como muestra de las historias que no se cuentan, las de aquellos que el socialismo juró proteger.
Por otro lado, Stephane Courtois cifra en cien millones las muertes por el comunismo en su obra “Libro negro del Comunismo.” Pero ¿cómo es posible llegar ahí? Expliquemos poco a poco.
Conocemos como socialismo al conjunto de doctrinas cuyas características esenciales son la intervención del gobierno en la economía, la colectivización del individuo y el hecho de supeditar los intereses del mismo bajo los de la comunidad. El comunismo es una de estas doctrinas. Quizá la más dura y sangrienta, junto con el fascismo (recordamos especialmente aquel del partido nacionalsocialista de Hitler). En el espectro político, el comunismo se aparta de otras formas de socialismo por la supresión de garantías sociales y económicas.
De manera que, aunque es injusto llamar “comunista” a cualquier socialista, como suelen hacer muchos conservadores, es innegable también que, aunque los gobernantes socialistas blandos limitan menos libertades, un régimen socialista suele decantar en uno cada vez más autoritario, acercándose al peligrosísimo comunismo real. El ejemplo más claro de esto es Venezuela y su crisis casi absoluta.
En cualquier caso, un régimen que limita libertades sociales y económicas es un peligro para la democracia. Tal como decía Ayn Rand:
“no hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”
Consideremos entonces los regímenes más autoritarios. El jurista ruso Evgenii Pašukanis, militante bolchevique, aseguraba que “en el comunismo no hay derechos, solo órdenes.” Esa es, básicamente, la premisa dominante en el comunismo. ¿Por qué? Porque representa una amenaza directa a la libertad.
Si tomamos en cuenta las libertades sociales sabemos que en estos sistemas, como sucedió en la URSS, en la China maoísta o como sucede hoy en Cuba, los individuos no pueden expresarse libremente sobre casi cualquier asunto y menos tratándose sobre su forma de gobierno. En estos países, la oligarquía se encarga de hacer unipartidista el sistema electoral, de manera que el ciudadano que no está de acuerdo con quien ostenta el poder no se ve representado en lo absoluto e incluso algunos caudillos comunistas como el Che Guevara aborrecían a los homosexuales, a los indígenas y a otros grupos sociales, hoy llamados “minorías” y falsamente representado en estas ideologías.
Por otro lado, en cuanto a las libertades económicas, aunque se tienda a pensar que a quien limita la intervención gubernamental es al malvado empresario, el afectado directamente es el ciudadano. Tanto en la economía keynesiana (como se ha visto en las recesiones de 1929 y 2008 de las que tanto prevenían autores como F.A. Hayek) como en la comunista. Un claro efecto claro de esto son las largas filas para adquirir un pedazo de pan en Venezuela o en su hiperinflación o en la poca capacidad adquisitiva y libertad de elegir qué consumir de sus ciudadanos. Cuando un régimen de este tipo se hace con el poder en un país, no son los ricos los que pierden, usualmente. Los que más salen perdiendo son los pobres, porque su salario nominal disminuye, los precios se inflan, su salario real también disminuye, de modo que, jamás logran salir de la pobreza.
En la frase inicial de este artículo, Alexiévich menciona dos casos importantes de cómo se coartaba la libertad social y económica en la Rusia soviética: la primera mediante los Gulags, que eran campos de concentración para presos políticos y disidentes del sistema; y la segunda con la eliminación de kulaks, pequeños terratenientes que contrataban trabajadores para sus tierras.
Como reza aquella conocida frase, quien no conoce su historia está condenada a repetirla. Y obviar las consecuencias de la aplicación de sistemas autoritarios y supresores de libertades es condenarnos a repetir esos mismos errores. De eso estamos ya muy cerca.
Se nos cuenta con frecuencia que, tras la caída del muro de Berlín, los regímenes “neoliberales” se apoderaron del mundo y nos tienen en las diversas crisis de derechos humanos en que nos encontramos hoy. En primer lugar, la utilización irresponsable del adjetivo “liberal” junto al prefijo “neo” se utiliza para designar lo que en realidad es un conjunto de mercantilismos, de Crony capitalism o compadrazgo (que tiene tan poco de capitalismo como de liberal). Lo que ha predominado son esos sistemas tóxicos en los que, a través de la ley, se otorgan privilegios a unos pocos para beneficiarse a costa de los otros, utilizando como vía para tales artimañas el poder político.
Quienes alegan este neoliberalismo, proponen usualmente como solución, sistemas socialistas donde, supuestamente, la ley tenga bajo control a las empresas. En resumidas cuentas, que el gobierno meta sus manos en la economía. Esto es equiparable a otorgar ventajas, puesto que castiga a unos y premia a otros con fondos del Estado, que se recogen con las fuertes sumas de impuestos que castigan la oferta de empleo. Tan alejado del “neoliberalismo”, tampoco está.
Estos nuevos socialismos no son ni de lejos la panacea que pintan para los sistemas corruptos de hoy en día. Son, más bien, regresiones a los sistemas autoritarios que se han mencionado.
Entonces, ¿qué hay después del comunismo? Ciertamente no existe todavía un país cuyos legisladores deseen alejarse tajantemente del mercantilismo, eliminando la sobre-regulación y las leyes dañinas, el clientelismo político y las regulaciones al mercado. La solución, que no es una fórmula mágica, ni un milagro de un día para otro, se consigue liberando los mercados, ampliando las posibilidades de que los empresarios creen empleos y dejando que el mercado convierta esa oferta de empleo en uno de calidad para los trabajadores.
Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].