Expresidenta de Estudiantes por la Libertad Latinoamérica
Dos días después de haber asumido la presidencia, el 5 de Noviembre de 1970, Salvador Allende afirmó que la “…vía chilena será también la de la igualdad”. Con sólo tres años de gobierno y gracias a las políticas económicas justificadas bajo la búsqueda de esta, los chilenos habían alcanzado casi todo lo malo que se podría vivir en una sociedad: hiperinflación, escasez, e inseguridad. Cabe mencionar, además, que nunca pudieron conocer esa ansiada igualdad.
Casi 40 años después, apelando a la poca memoria histórica latinoamericana, Hugo Chávez diría que su gobierno “está y estará junto al pueblo, logrando mayores niveles de inclusión y de igualdad y justicia social”. Estamos en el 2015 y los venezolanos se enfrentan a una hiperinflación descontrolada, dolorosa escasez, inseguridad rampante y corrupción desvergonzada. Catorce años de Socialismo del Siglo XXI en Venezuela sólo nos dejan la siguiente pregunta: ¿dónde está la prometida igualdad?
No es coincidencia que cuando el discurso político se aferra más a la idea de “igualdad social” y mientras más se dirija la acción política hacia ese objetivo, peores serán las consecuencias para las sociedades; y, desafortunadamente, tenemos más de estos ejemplos en la historia de América Latina de los que quisiéramos. La igualdad social es un concepto ostentoso, pero vacío, bajo el que los políticos justifican el control que ejercen sobre la economía y, a la larga, sobre nuestras vidas.
El fenómeno es simple de explicar. Para igualar a los individuos de una sociedad es necesario quitarles a unos para darles a otros. Ineludiblemente, los políticos pro-igualdad deberán redistribuir la riqueza y para esto tienen toda una malgama de posibilidades: injustas expropiaciones, altos o muchos impuestos que se malgastan en la burocracia estatal, aranceles que evitan el comercio entre países e impiden que el consumidor pueda obtener mejores productos, estatización de las empresas y de la banca y una hemorragia de regulaciones que degeneran en el asesinato del ahorro, de la inversión, de la iniciativa de emprender y de las posibilidades de prosperar. Y en un lugar donde no hay libertad para prosperar, la pobreza es generalizada y la movilidad social casi inexistente.
Así, nuestro escenario actual incluye a más de 160 millones de latinoamericanos sumergidos y estancados en la pobreza, a quienes los políticos tratan de convencer de combatir al rico, antes que permitirles poder superarse por sus propios medios. La búsqueda de la igualdad en América Latina nubla el debate sobre lo que es prioritario: disminuir sosteniblemente la pobreza en nuestros países.
Por todas sus consecuencias, la igualdad social no sólo es indeseable, sino que además es prácticamente inalcanzable porque va en contra de la diversidad natural que caracteriza al individuo, esa pluralidad que enriquece las sociedades; no solo en el emprendimiento o en el comercio, sino en las artes, la educación, la tecnología. Y si bien la búsqueda de la igualdad social podría llevarnos a ser “igualmente pobres” (porque evidentemente nunca nos llevará a ser igualmente ricos), vale la pena recordar que todo aquel que tenga el poder de redistribuir, siempre será menos igual que el resto y buscará su propio beneficio. De ahí también la imposibilidad de una igualdad social íntegra.
Es hora de entender que el único tipo de igualdad que necesitamos es la igualdad ante la ley, que de esa sí nos falta y mucho. Para lo demás, que cada uno sea responsable de escribir su propia historia. La experiencia nos ha enseñado, y el resto del mundo es vivo ejemplo, que dejar a las personas libres para construir su futuro es el mejor camino para disminuir sustancialmente la pobreza y mejorar la calidad de vida de todos. Comprenderlo es tan fácil como revisar los índices de libertad económica y constatar cómo le está yendo a cada país.
La igualdad social ha sido el cuento de nunca acabar en América Latina y está en nosotros ponerle un fin definitivo. Caso contrario, bajo la premisa de la igualdad, los políticos nos seguirán robando el brillante futuro que los latinoamericanos nos merecemos.
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