Libertarismo

 

Fred Kofman

Artículo publicado originalmente en Biblioteca Mises
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Ninguna persona, en ninguna situación, tiene el derecho moral de iniciar el uso de violencia contra otra persona o su propiedad, en forma directa o a través de terceros. He aquí la esencia del libertarismo.

   Nadie, nunca, puede agredir a nadie.

   Ninguna persona, bajo ninguna circunstancia, tiene el derecho de iniciar o amenazar el uso de la fuerza contra otra persona o su propiedad, en forma directa o autorizando a terceros.

   Esta es la esencia del libertarismo, la filosofía política que sostiene que la prosperidad, la paz, y la realización personal de los seres humanos sólo puede ocurrir en un sistema social basado en el respeto irrestricto por la vida, la libertad y la propiedad de cada individuo.

   Los libertarios deseamos que cada persona tenga la máxima oportunidad de perseguir sus sueños y alcanzar su potencial. Creemos que cada uno es dueño y soberano de su vida, y que tiene el derecho de tomar sus propias decisiones sobre cómo vivirla sin interferencias coercitivas – con la sola restricción de respetar el mismo derecho de los demás. Para decirlo de manera más personal, creemos que tú eres libre y mereces vivir libre de agresión para hacer lo que te plazca, mientras no invadas físicamente la propiedad de los demás.

   El libertarismo es una combinación de libertad (vivir como escojas, sin temer que otros usen violencia agresiva de forma socialmente legitimada), responsabilidad (hacerte cargo de las consecuencias de tus actos, no demandando el uso de fuerza para obligar a otros a solventarlas), respeto (honrar y aceptar las elecciones pacíficas de los otros, aún estando en desacuerdo con ellas) y cooperación (asociarte voluntariamente con aquellos que te ayuden a promover tu vida y tu felicidad, y separarte de cualquier organización que en tu opinión no conduzca a tales fines).

Liberalismo

El libertarismo es heredero de la escuela económica y política más importante de los últimos siglos: el liberalismo clásico. Desde el siglo XVII, los liberales pelearon por libertades políticas, económicas y sociales contra los monarcas y los aristócratas. Los principios liberales están en las raíces de los sistemas legales de todas las democracias actuales. Dondequiera que se aplicaron estos principios, hubo un crecimiento económico extraordinario. Las sociedades que los adoptaron vieron aumentar su calidad y cantidad de vida a niveles sin precedente en la historia de la humanidad.

   El liberalismo es una corriente de pensamiento filosófico, económico y político que aspira a mejorar la vida de las personas, limitando al máximo el poder coactivo del Estado sobre los individuos y la sociedad civil. Sus ideas fundamentales son,

  • La libertad individual, el derecho de toda persona a no ser sujeta a coacción;
  • El respeto irrestricto por los proyectos de vida de los otros, y la tolerancia por las acciones que estos tomen–siempre que estas no violen el derecho a la vida, libertad y propiedad de los demás;
  • La propiedad de bienes legítimamente adquiridos mediante apropiación original (ocupación), transformación (de bienes propios) o intercambio voluntario;
  • La asociación voluntaria, que implica la no asociación o des-asociación voluntaria;
  • La legitimidad de todo acuerdo mutuo que no invada la propiedad de terceros;
  • La defensa de la economía de mercado o de libre empresa;
  • La libertad de comercio y, en general, la libre circulación de personas, capitales y bienes;
  • Un sistema monetario que no pueda ser manipulado inflacionariamente por los gobernantes;
  • Un estado de derecho, en el que todos los seres humanos -incluyendo aquellos que en cada momento formen parte del gobierno- estén sometidos al mismo marco legal;
  • La limitación del poder del gobierno al mínimo necesario para definir y defender adecuadamente el derecho a la vida y a la propiedad privada, a la posesión pacíficamente adquirida, y al cumplimiento de las promesas y contratos;
  • La limitación y control del gasto público, el equilibrio del presupuesto y un nivel reducido de impuestos;
  • Un sistema estricto de separación de poderes políticos (legislativo, ejecutivo y judicial) que evite cualquier atisbo de tiranía;
  • El principio de autodeterminación, en virtud del cual cualquier grupo social ha de poder elegir libremente qué organización política desea formar o a qué estado desea o no adscribirse;
  • La utilización de procedimientos democráticos para elegir a los gobernantes, sin que la democracia se utilice para justificar la violación del estado de derecho ni la coacción a las minorías;
  • El establecimiento de un orden mundial basado en la paz y en el libre comercio entre todas las naciones de la tierra.

   Todos estos principios liberales se derivan del derecho de propiedad. Forman una totalidad inseparable que sirve de pilar a la civilización. Su formación, articulación, desarrollo y perfeccionamiento son uno de los logros más importantes de la humanidad. Estos principios hacen posible la existencia de las siete mil millones de personas que vivimos en el mundo de hoy. En palabras de Mises, “El liberalismo logró transformar la faz de la tierra. Produjo un desarrollo económico sin precedentes en la historia del hombre. Al liberar las fuerzas productivas, multiplicó los medios de subsistencia como por encanto. Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, nuestro planeta tenía una población incomparablemente mayor que nunca antes y la inmensa mayoría gozaba de un nivel de vida incomparablemente superior. La prosperidad engendrada por el liberalismo redujo drásticamente el azote de la mortalidad infantil y elevó sustancialmente el promedio de vida”.

   El éxito del liberalismo se deriva directamente de la naturaleza del ser humano y la sociedad. Las diferencias entre las personas hacen que la acción cooperativa, mediante la especialización y el intercambio, genere un mayor producto que la suma de las acciones independientes. La sociedad humana es una asociación para el beneficio mutuo. La acción cooperativa basada en la división del trabajo genera una productividad inmensamente mayor a la acción aislada de los individuos. Si un grupo de personas trabajan en armonía, cada una especializándose en aquello en lo que es relativamente más eficiente e integrando su trabajo con el de sus colaboradores, el grupo producirá considerablemente más de lo que habrían producido los individuos de forma autosuficiente. Mises afirma que la civilización se basa en este hecho. “Es en virtud de la división del trabajo que el hombre se distingue de los animales. Es la división del trabajo que ha hecho al hombre, débil y muy inferior a la mayoría de los animales en la fuerza física, el señor de la tierra y el creador de las maravillas de la tecnología. En ausencia de la división del trabajo, no seríamos en ningún sentido hoy en día más avanzados que nuestros antepasados de mil o diez mil años atrás.”

   Los liberales sostienen que el único sistema viable de cooperación humana en una sociedad basada en la división del trabajo es la propiedad privada de los medios de producción. Según Mises, si el programa del liberalismo se condensara en una sola palabra, debería decir: “propiedad”, propiedad privada de los medios de producción (ya que con respecto a los productos de consumo, la propiedad privada no se discute, incluso por los socialistas). Todas las otras demandas de liberalismo resultan de esta demanda fundamental.

Material, social, espiritual

De acuerdo con Mises, el liberalismo se concentra en lo material. “El liberalismo es una teoría que se interesa exclusivamente por la actividad terrenal del hombre. Procura, en última instancia, el progreso externo, el bienestar material y no se ocupa directamente de sus necesidades espirituales. No promete al hombre felicidad y contento; simplemente la satisfacción de aquellos deseos que, a través del mundo externo, cabe atender. La política económica, cualquiera que sea, con los medios que tenga a su disposición, puede enriquecer o empobrecer a la gente; lo que está más allá de sus posibilidades es darle la felicidad. En ese terreno, ningún bien material es suficiente. Sin embargo, un ordenamiento social adecuado puede suprimir múltiples causas de dolor y de sufrimiento; puede dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y procurar habitación al que de ella carece.”

   El liberalismo propone asimismo un orden social. “El liberalismo es una doctrina sobre la relación mutua entre los miembros de la sociedad y, al mismo tiempo, la aplicación de esta doctrina a la conducta de los hombres en la sociedad real. No promete nada excepto lo que puede ser alcanzado en la sociedad y mediante la sociedad. Busca darle al hombre solo una cosa. El desarrollo pacífico del bienestar material para todos, en orden de que puedan estar resguardados de las causas externas de dolor y sufrimiento en tanto esto sea asequible mediante el poder de las instituciones sociales. Disminuir el sufrimiento, aumentar la felicidad: ese es su fin.”

   El liberalismo valora la libertad individual. De hecho, la ve como condición necesaria para la prosperidad. Rechaza la idea de que para alcanzar el desarrollo social haya que sacrificar el derecho de propiedad individual. Por el contrario, sólo en libertad es posible la cooperación voluntaria, fuente de las mayores riquezas. El liberalismo afirma, consecuentemente, la responsabilidad individual; no puede haber libertad sin responsabilidad. Los individuos son responsables de sus actos y deben hacerse cargo de su impacto en los derechos de los demás. Para regular los derechos y deberes del individuo en relación a los demás, el liberalismo propone un estado de derecho. Es decir, una sociedad regulada por leyes que no den ventaja a ninguna persona o grupo.

   El liberalismo apoya toda asociación voluntaria, pero proclama que cada individuo tiene el derecho de determinar libremente a qué grupos desea pertenecer y contribuir. También le corresponde al individuo definir bajo qué condiciones desea continuar o abandonar al grupo. Esas elecciones no le competen a ninguna institución coercitiva. Por ello, según el liberalismo el estado no tiene ningún rol en la organización de los vínculos sociales como el matrimonio, los sindicatos, las iglesias o los partidos políticos.

   El liberalismo tiene consecuencias espirituales. “No es que el liberalismo desprecie lo espiritual y, por eso, concentre su atención en el bienestar material de los pueblos. Es que sus aspiraciones son mucho más modestas. El liberalismo sólo aspira a procurar a los hombres las condiciones externas para el desarrollo de su vida interior. Es incuestionable que un hombre moderno de clase media puede atender mejor sus necesidades espirituales que, por ejemplo, un individuo del siglo x, que no podía abandonar por un instante la tarea de garantizar su simple subsistencia.”

   Los antiliberales atacan al liberalismo como frío, racional y despiadado. Nada más lejano de la realidad. Mises compara al liberal con un médico compasivo, inteligente y disciplinado que prohíbe al paciente ingerir determinados alimentos dañinos para su salud. “Nadie piensa que le tiene odio ni que, si de verdad le tuviera afecto, le permitiría disfrutar de los manjares prohibidos. Todo el mundo comprende que el doctor aconseja al enfermo apartarse de esos placeres simplemente porque desea que recupere la salud. Sin embargo, cuando se trata de política social, las cosas cambian extrañamente. En cuanto el liberal se pronuncia contra ciertas medidas demagógicas, porque conoce sus dañinas consecuencias sociales, inmediatamente lo acusan de enemigo del pueblo, mientras se vierten elogios y alabanzas sobre demagogos que abogan por medidas que a todos gustan sin comprender sus inevitables perjuicios.

   El demagogo acusa al liberal de sugerir sacrificios, mientras él se erige en el gran defensor de las masas. Sabe bien cómo tocar la fibra sensible del pueblo, cómo hacer llorar al auditorio describiendo tragedias y, de esa forma, justificar sus planes. Sin embargo, cualquier política antiliberal es simplemente una política de consumo de capital. Aumenta la provisión presente a costa de la futura. Es el ejemplo del enfermo. El precio a pagar por la gratificación instantánea es un grave daño posterior. Contrastar dureza de corazón con filantropía es deshonesto, cínico y cruel”.

Bienestar general

“Hay quienes alegan que el liberalismo procura beneficiar a determinada clase –la constituida por los terratenientes, los capitalistas y los grandes empresarios– en perjuicio del resto de la población. Esa suposición es completamente errónea”, responde Mises. “El liberalismo ha pugnado siempre por el bien de todos. Tal es el objetivo que los utilitaristas ingleses pretendían describir con su no muy acertada frase de ‘la máxima felicidad, para el mayor número posible’. Desde un punto de vista histórico, el liberalismo fue el primer movimiento político que quiso promover no el bienestar de grupos específicos sino el general. La diferencia entre el liberalismo y el socialismo –que igualmente proclama su deseo de beneficiar a todos– no radica en el objetivo perseguido, sino en los medios empleados”.

   El liberalismo no opera en favor de grupo alguno, sino en interés de la sociedad entera. Sin duda, le conviene al empresario o capitalista tanto como a cualquier otro, pero al mismo tiempo, impone sobre ellos severas restricciones. Una economía liberal sólo les deja un camino para enriquecerse: atender del mejor modo posible las necesidades de la gente. La propaganda antiliberal, comenta Mises, lejos de dar crédito al liberalismo por la prodigiosa elevación del nivel de vida de la humanidad, sólo lo cita cuando denuncia la pobreza existente. Pobreza que no se ha podido superar, según Mises, por las limitaciones impuestas a los principios liberales. “En el mundo hay pobreza y escasez, pero esto no constituye un argumento válido contra el liberalismo. Esa penuria y esa necesidad son precisamente las lacras que el liberalismo quiere suprimir, proponiendo al efecto, los únicos remedios realmente eficaces. Quien crea conocer otro camino, que lo demuestre. Lo inaceptable es eludir la demostración vociferando que a los liberales no les importa el bien común y que tan sólo les preocupa el bienestar de los ricos”.

Fundamentos

Suele fundamentarse al liberalismo desde dos puntos de vista: el utilitarista y el iusnaturalista o del derecho natural. El utilitarismo es un concepto económico, mientras que el iusnaturalismo es una idea moral. Estas dos perspectivas son complementarias, no alternativas excluyentes entre las cuales se debe elegir. El liberalismo es tan moral como utilitarista. La libertad individual, la justicia interpersonal y la eficiencia del mercado son inseparables.

   El utilitarismo, ejemplificado en el siglo XX principalmente por Mises y Hayek, habla de eficiencia referida a fines, medios, valoraciones y preferencias en la acción humana. El utilitarismo indica que el sistema económico liberal produce y distribuye más riqueza, optimiza la asignación y la utilización de recursos escasos y coordina de la forma más efectiva los deseos y las capacidades de los participantes en el mercado. La ciencia económica enseña que el mercado libre es la única forma racional de aprovechar el conocimiento disperso, práctico y tácito de los agentes económicos. El socialismo es incapaz de asignar recursos de manera eficiente debido a que la propiedad del estado de los medios de producción clausura la posibilidad de establecer un mercado que fije precios de intercambio para bienes de capital. Sin estos precios, es imposible el cálculo económico. Las soluciones intermedias o “intervencionistas” son inestables y siempre derivan hacia el totalitarismo mediante un inevitable “camino a la servidumbre”.

   El iusnaturalismo, ejemplificado en el siglo XX principalmente por Rand y Rothbard, habla de justicia referida a derechos de propiedad, agresión, fuerza, violencia y voluntariedad de las relaciones humanas. El derecho natural indica que la única norma moral, basada en la igualdad esencial de los seres humanos, que puede ser universal y simétrica, es el respeto de los derechos de propiedad de cada persona sobre sí mismo y sobre aquellos bienes que coloniza, crea o intercambia libremente con los demás. Libertad y derechos de propiedad son equivalentes. La sociedad libre está basada en el principio de no agresión: sólo es legítimo utilizar la fuerza para defender los derechos de propiedad. El socialismo es la coacción sistemática contra la acción humana emprendedora, y el estado es la institucionalización de la violencia. La ley ilegítima del estado prohíbe acciones y relaciones pacíficas, voluntarias y beneficiosas, e impone acciones y relaciones no deseadas, agresivas y perjudiciales. En la sociedad libre cada individuo decide y elige por sí mismo; en una sociedad totalitarista los gobernantes escogen por cada uno.

   Rothbard (en Por una Nueva Libertad), afirma que “por su naturaleza esencial, cada ser humano debe elegir sus propios fines y emplear sus propios medios para alcanzarlos. Al no poseer instintos automáticos, cada individuo debe aprender acerca de sí mismo y el mundo, usar su mente para seleccionar valores, aprender sobre causas y efectos, y actuar deliberadamente para mantenerse y avanzar su vida. Dado que los hombres pueden pensar, sentir, evaluar y actuar sólo como individuos, se convierte en una necesidad vital para la supervivencia y la prosperidad de cada uno contar con la libertad de aprender, elegir, desarrollar sus facultades, y actuar sobre sus conocimientos y valores. Por lo tanto, interferir con este proceso mediante la violencia es profundamente anti-humano; es decir, va profundamente en contra de lo que es necesario por la naturaleza del hombre para su vida y su prosperidad.”

   Y Rand (en Los Derechos del Hombre) sostiene que “Si uno desea defender una sociedad libre—es decir, el capitalismo—uno debe darse cuenta de que su fundamento indispensable es el principio de los derechos individuales. Si uno desea sostener los derechos individuales, uno debe darse cuenta de que el capitalismo es el único sistema que puede sostenerlos y protegerlos. “Derechos” son un concepto moral—el concepto que provee una transición lógica entre los principios guiando las acciones de un individuo a los principios guiando su relación con los demás—el concepto que preserva y protege la moralidad individual en un contexto social—el eslabón entre el código moral de un hombre y el código legal de una sociedad, entre la ética y la política. Los derechos individuales son la manera de subordinar la sociedad a la ley moral. Todo sistema político se funda en algún código ético. La ética dominante en la historia de la humanidad subordinaba al individuo a alguna autoridad superior, sea esta mística o social.

   Consecuentemente, la mayoría de los sistemas políticos eran una variación de la misma tiranía estatista, difiriendo solo en grado, no en principio básico. El principio de los derechos individuales del hombre representaba la extensión de la moralidad al sistema social—como una limitación del poder del estado, como una protección del hombre en contra de la fuerza bruta de la colectividad, como la subordinación de la fuerza al derecho.”

   Existe una tercera línea de fundamentación basada en las condiciones de posibilidad de la comunicación humana. La “lógica de la argumentación”, desarrollada por Hoppe y explicada por Kinsella, propone que para deducir una ética no hay que referirse a la esencia más amplia del ser humano. Por el contrario, es necesario concentrarse en el más estrecho de los intercambios proposicionales: la argumentación. Hoppe critica al argumento iusnaturalista alegando que “El concepto de naturaleza humana es demasiado difuso y variado como para ofrecer una serie concreta de contenidos de derecho natural. Además, su descripción de la racionalidad es igualmente ambigua en que no parece distinguir entre el papel de la razón a la hora de establecer leyes empíricas de la naturaleza por un lado y leyes normativas de la conducta humana por el otro.”

   La solución es enfocarse en la naturaleza de la argumentación en lugar de en la naturaleza del ser humano. La argumentación es una forma respetuosa de interactuar, una conversación libre de conflictos. No en el sentido de que haya siempre acuerdo en las cosas dichas, sino en el sentido de que mientras la discusión está en progreso es necesario aceptar el hecho de que es legítimo estar en desacuerdo acerca de la validez de lo dicho. Y esto no es sino decir que debe presuponerse un mutuo reconocimiento del control exclusivo de cada persona de su propio ser. Esta afirmación es axiomática, o lógicamente innegable. Es imposible negarla y afirmar que esta negación es verdad sin contradecirse y admitir implícitamente su verdad. Si afirmo que no es legítimo estar en desacuerdo sobre la validez de lo dicho, cómo puedo afirmar que es legítimo que yo esté en desacuerdo con la validez de lo dicho –que es legítimo estar en desacuerdo con la validez de lo dicho. La argumentación asume la propiedad de uno mismo. Es imposible argumentar sin presuponer lógicamente que cada uno de los participantes de la conversación es dueño de sí mismo.

   Hoppe atribuye a Rothbard el origen de sus ideas. “Esta defensa de la propiedad privada es esencialmente la de Rothbard. A pesar de su lealtad a la tradición de los derechos naturales, Rothbard, en el que considero su argumento más importante en defensa de la ética de la propiedad privada, no solo elige esencialmente el mismo punto de partida (argumentación) sino asimismo da justificación por medio de un razonamiento a priori casi idéntico al que acabamos de desarrollar. Para probarlo no puedo hacer nada mejor que citarle: “Ahora, cualquier persona que participe en cualquier tipo de discusión, incluyendo una sobre valores, está, por el mero hecho de participar, vivo y afirmando vivir. Pues si realmente se opusiera a la vida no tendría sentido que continuara vivo. Por tanto, el supuesto oponente a la vida está realmente afirmándola en el mismo proceso de discusión y por tanto la presentación y promoción de la propia vida adopta el rango de un axioma incontestable”

Capitalismo

Hoy en día es lugar común criticar al capitalismo por su sesgo en beneficio de los poderosos. Parece ser que estos ataques provienen exclusivamente del campo socialista y apuntan al campo liberal. Pero esto no es así. Los liberales son enemigos acérrimos del “capitalismo compinche” (Crony Capitalism), en donde quienes controlan el aparato coercitivo estatal violan los principios fundamentales de la libertad para beneficiar a sus amigos. Estas prebendas crean una clase parasitaria, compuesta de los gobernantes y sus secuaces. De hecho, autores liberales han aceptado la premisa fundamental del análisis marxista, que la lucha de clases es el motor de la historia, pero con la modificación que la lucha es entre los productores (makers) y los expropiadores (takers).

Murray Rothbard escrevendo em um quadro

   De acuerdo con Rothbard, “Debemos distinguir entre “capitalismo de libre mercado” por un lado y “capitalismo de estado” por otro. Los dos son tan diferentes como la noche y el día en su naturaleza y consecuencias. El capitalismo de libre mercado es una red de intercambios libres y voluntarios en la que los productores trabajan, fabrican e intercambian sus productos por los productos de otros a través de precios voluntariamente acordados. El capitalismo de estado consiste en uno o más grupos haciendo uso del aparato coercitivo del gobierno (el Estado) para acumular capital para sí expropiando la producción de otros mediante la fuerza y la violencia.”

   Explica Rothbard que “El libre mercado es el método y la sociedad “natural” para el hombre: Aparece “naturalmente” sin un sistema intelectual para explicarlo y defenderlo. El campesino sin formación sabe por sí solo la diferencia entre trabajo duro y producción por un lado, y depredación y expropiación por otro. Así que si no se le molesta, tiende a generar una sociedad de agricultura y comercio donde cada hombre trabaja en la tarea par la que está mejor dotado en las condiciones de su tiempo y luego intercambia su producto con el de otros. Los campesinos cultivan trigo y los intercambian por la sal de otros productores o los zapatos del artesano local. Si aparecen disputas sobre propiedad o contratos, el campesino y los villanos llevan su problema a los hombres más respetables de la zona, a veces los viejos de la tribu, para resolver su disputa.”

   “Por otro lado, para hacer su gobierno permanente, los dirigentes del estado necesitan inducir a las masas sometidas a aceptar la legitimidad de su gobierno. Para este fin, el estado siempre cuenta con un cuerpo de intelectuales para hacer la apología de la inteligencia y la necesidad del sistema existente. La apología varía con los siglos, pero el propósito es siempre el mismo: justificar el sistema existente de explotación de la población. Y los medios son siempre los mismos: los dirigentes estatales comparten el poder y una porción del botín con sus intelectuales. En el siglo XIX los intelectuales, los “socialistas monárquicos” de la Universidad de Berlín, declaraban orgullosamente que su tarea principal era servir como “guardaespaldas intelectuales de la Casa de los Hohenzollern”. Es ésta la función de los intelectuales de la corte pasados y presentes, servir como guardaespaldas intelectuales de la clase dirigente.”

   A través de la historia, los estados han existido como instrumentos para la depredación y la explotación organizadas. No importa demasiado que grupo controle el Estado: déspotas orientales, reyes, terratenientes, comerciantes privilegiados, oficiales del ejército o partidos comunistas. El resultado es siempre y en todo lugar la privación coactiva de la masa de los productores por una clase de gobernantes y su burocracia profesional. Generalmente el Estado tiene su origen en el simple bandidaje y la conquista, después de la cual los conquistadores establecen a la población sometida un tributo permanente, exacto y continuo en forma de “impuestos” y a parcelar la tierra de los campesinos en grandes parcelas para los guerreros conquistadores, que luego proceden a cobrar sus “rentas”. Un paradigma moderno es la conquista española de Latinoamérica, cuando la conquista militar del campesinado indio nativo llevo a la parcelación de las tierras indias para entregarlas a las familias españolas y el establecimiento de los españoles como la clase dirigente permanente sobre el campesinado nativo.

   El liberalismo fue un movimiento para despojar a la clase dominante de su poder absoluto, para reducir el ámbito general del gobierno y para poner al gobierno bajo el control de elecciones democrática, de forma que los hombres pudieran trabajar, invertir, producir y comerciar dónde y cómo quisieran. El famoso reclamo era laissez-faire!: dejadnos hacer, dejadnos trabajar, producir, comerciar, movernos de una jurisdicción o país a otro. Dejadnos vivir y trabajar y producir sin trabas fiscales, controles, regulaciones o privilegios de monopolio. Dejadnos ser. Adam Smith y los economistas clásicos sólo fueron el grupo más especializado en economía de este amplio movimiento liberador.

   Pero lamentablemente, el liberalismo se quedó a mitad de camino. Rothbard alega que, “Aunque los antiguos liberales eran esencialmente revolucionarios, a demasiados de ellos les faltó el coraje intelectual para aplicar sus principios en los campos del dinero, la policía, los tribunales, el propio Estado. En vez de buscar la victoria total, se conformaron con éxitos parciales, deteniéndose antes de llegar a lo que debiera haber sido su meta final anti-estatista. Se convirtieron así estratégica y tácticamente en defensores del status quo. Con esta posición, los liberales, los primeros libertarios, perdieron su perspectiva radical y perdieron la oportunidad de desarrollar el libertarismo completamente.”

   El movimiento sucesor del liberalismo, es el libertarismo. Su objetivo es el triunfo del libre mercado, la libertad y los derechos de propiedad privada, la privatización del sector público, la disolución del estado en la sociedad civil. Su visión es una sociedad de hombres libres en el que ninguna persona o grupo de personas se arrogue el derecho de iniciar el uso de violencia contra otras personas o su propiedad.

Del liberalismo al libertarismo

¿Por qué cambiar la denominación “liberal” por “libertario”? Porque éste término tomó un sentido incompatible con la defensa de la libertad individual. En los Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, los partidos liberales son apenas distinguibles de los socialistas. No tienen ningún reparo en usar el poder estatal para regular la vida privada y redistribuir la riqueza sin respeto por los derechos individuales. El liberalismo anglosajón propone un gobierno que interfiere en la vida de la gente, que trata de resolver todos los problemas, reales o imaginarios, con impuestos y gastos, y que crea programas burocráticos para cualquier causa. Los libertarios llaman a este estado que coarta la libertad individual en aras de una utopía colectivista, “estado del bienestar y la guerra” (“welfare warfare state”).

   En los países hispanos el liberalismo se confunde con el conservadurismo, principalmente por alianzas históricas en contra del comunismo. Pero el liberalismo se opone al conservadurismo en puntos fundamentales. En temas sociales los conservadores tratan de imponer sus valores tradicionales sobre todos, usando el poder coercitivo del estado. Por ejemplo, en temas sociales reclaman la proscripción de las drogas, la prostitución, la pornografía o la homosexualidad. En temas relativos a la defensa y relaciones internacionales los conservadores suelen apoyar el militarismo y las intervenciones imperialistas. Los libertarios se oponen a utilizar la fuerza contra individuos que no hayan primeramente violado la persona o propiedad de otro. Los libertarios practican la tolerancia y el respeto a ultranza. Si juzgan negativo un comportamiento se reservan el derecho de reprenderlo y distanciarse de quienes lo practican, pero sin agredirlos. Se oponen a la punición de comportamientos como los mencionados que no agreden a ninguna persona o su propiedad, al igual que a la conscripción obligatoria y a la intervención en conflictos bélicos que no sean estrictamente defensivos.

   El libertarismo rechaza cualquier forma de intervención gubernamental, tanto de derecha como de izquierda. Para clasificar más lógicamente a las ideologías, el espectro político derecha-izquierda debería ser reemplazado por otra que coloque a estatistas y autoritarios de izquierda y derecha en un lado y a los libertarios del otro. Los libertarios se oponen a las ideologías totalitarias de todo tipo, ya sean fascistas o comunistas, ideologías que afirman el derecho de alguna persona (rey, comandante, líder supremo, etc.) o grupo (nación, clase social, raza, comunidad religiosa, o mayoría de votantes) de reglamentar la vida de los otros mediante leyes intrusivas.

   El libertarismo se inspira en los primeros tiempos del liberalismo clásico, pero considera que falló en su misión. Con solo echar una hojeada al mundo de hoy es evidente que el liberalismo clásico no fue lo suficientemente firme como para detener la ola del estatismo. El libertarismo es más coherente y radical que el liberalismo en su defensa de la libertad personal y la libertad de mercado y en su oposición al inicio de violencia. Dado que el estado, según la definición de Max Weber, es una organización política compulsiva con un gobierno central que se arroga el monopolio del uso legítimo de la fuerza agresiva dentro de cierto territorio. Y dado que los libertarios sostienen que no existe ningún uso legítimo de la fuerza agresiva, el orden voluntario y pacífico libertario excluye al estado.

Libertarismo

El libertarismo es una filosofía política. Se ocupa solo del uso legítimo de la fuerza, no de lo que es bueno o malo, moral o inmoral. Su premisa fundamental es que el único uso legítimo de la fuerza es defensivo—en contraposición a agresivo. Sostiene que es ilegítimo iniciar el uso de violencia en contra de una persona o su propiedad sin su consentimiento. Para el libertarismo el derecho humano fundamental es el del uso irrestricto que cada individuo puede hacer de su propiedad; y consecuentemente, el de utilizar la fuerza para evitar agresiones. De esto se deriva la libertad de acción y de asociación de las personas.

   Los libertarios respetan, o toleran, –en el sentido de no utilizar violencia para impedirlo— todo lo que sea voluntario, es decir, acordado por aquellos cuyos cuerpos o propiedades se vean afectados físicamente.

   El principio de no agresión solo descalifica a la iniciación no invitada de violencia física, no necesariamente el lastimar, herir o dañar. Esto es porque es posible invitar un ataque, por ejemplo, entrando en un combate de boxeo. Es también porque existen maneras libertariamente legítimas de causar perjuicios a otros. Al casarme con mi mujer herí a sus otros pretendientes, al bajar los precios de mis productos reduje la renta de mis competidores, y al inventar un mejor sustituto perjudiqué a quienes vendían un producto ahora obsoleto. Ninguna de estas acciones constituye una invasión física de las personas o su propiedad. Por lo tanto, no constituye agresión de acuerdo al libertarismo.

   El libertarismo no es una teoría sobre cómo las personas deberían comportarse. No prescribe ni proscribe nada; sostiene únicamente que solo es justo utilizar la fuerza en contra de quienes violan su principio de no agresión. Explica Rothbard, “El libertarismo no es una guía moral. La teoría política se refiere a aquello que debe acometer o no un gobierno, y el gobierno es distinguido de cualquier otro grupo social y caracterizado como la institución que organiza y alega utilizar legítimamente la violencia. El libertarismo sostiene que el único papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y criminal. El libertarismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad ajena.”

   Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el libertarismo. Según Rothbard “no debe sorprender que haya libertarios que sean hedonistas y devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también libertarios que sean firmes adherentes de la moralidad religiosa. Hay libertarios libertinos y hay libertarios conservadores. Hay otros libertarios que no tienen ninguna teoría moral. Esto es así porque el libertarismo per se no pregona ninguna teoría moral general o personal. El libertarismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y principios morales mientras respete el principio de no agresión.”

   Como dijimos anteriormente, el principio de no agresión depende del derecho de propiedad. Si alguien me golpea es agresión porque soy dueño de mi cuerpo. Si le quito una a alguien una manzana es agresión porque él era dueño de ella. No se puede calificar un acto como agresión sin implícitamente asignar el correspondiente derecho de propiedad a la víctima. El derecho de propiedad especifica quién posee qué, es decir, qué personas tienen el derecho de controlar qué recursos escasos.

   Stefan Kinsella explica que “toda teoría política propone alguna teoría de la propiedad, cada una especifica un propietario para cada recurso escaso. Ni siquiera el socialismo niega los derechos de propiedad. Si el estado nacionaliza una industria, asume la propiedad de esos medios de producción. Si el estado decreta impuestos, afirma la propiedad de los fondos transferidos. Si el estado expropia mis tierras, él se convierte en el nuevo propietario. El respeto por los derechos de propiedad no es exclusivo del libertarismo. Lo que distingue al libertarismo son las normas de asignación de propiedad: su punto de vista respecto a quién es el propietario legítimo de cada recurso en cuestión y por qué”.

   Mises sostuvo en toda su obra que el derecho de propiedad es la base de la sociedad y la economía. Un sistema político racional, es decir, uno que propugne el mayor bienestar posible para los miembros de una sociedad, debe apuntar a maximizar las interacciones cooperativas y reducir las conflictivas. Para esto, el sistema político debe preguntar quién es el propietario de un recurso, haciendo una distinción entre propiedad y posesión, entre el derecho de control y el control efectivo. La respuesta debe considerar los objetivos de la pregunta: encontrar reglas que minimicen conflictos interpersonales. Por esta razón, según Kinsella, la respuesta no puede ser el que domina el cuerpo u objeto en cuestión es su propietario. Esto significaría que la fuerza hace al derecho, que la propiedad no se diferencia de la posesión. Este sistema hace inevitable el conflicto.

   En el caso del cuerpo humano, agresión es invadir, o más generalmente, utilizar el cuerpo de alguien sin su consentimiento. La noción misma de agresión supone que cada persona es dueña de su cuerpo. Las filosofías políticas no libertarias sostienen que cada persona tiene ciertos derechos limitados sobre su cuerpo, pero el estado también tiene ciertos derechos sobre el cuerpo de cada uno de los ciudadanos. Esta “esclavitud parcial”, como dice Kinsella, está implícita en las acciones del estado y las leyes tales como la imposición, servicio militar obligatorio y la prohibición al consumo de drogas. El libertario dice que cada persona es dueña absoluta de su cuerpo: tiene derecho a decidir si quiere donar el producto de su trabajo al fisco, unirse a un ejército o ingerir drogas. Los no libertarios que apoyan estas prohibiciones, necesariamente sostienen que el estado es propietario parcial del cuerpo de las personas sujetas a sus leyes. Los estatistas de todo tipo abogan por alguna forma de esclavitud. Los libertarios creen en la propiedad irrestricta de uno mismo.

   En el caso de los objetos externos, se precisa identificar quién es el propietario antes de poder determinar qué constituye una agresión. Los libertarios asignan la propiedad a la persona con el mejor reclamo de acuerdo a la norma que mejor permita interacciones pacíficas. A diferencia del cuerpo, los objetos externos no son parte de la persona, no son controlados directamente por la voluntad. El libertario considera que el vínculo objetivo relevante es la apropiación u ocupación original, el primer uso o posesión de la cosa, su transformación inicial o primera distinción con su entorno. El primer usuario de una cosa sin dueño es su propietario legítimo. Tiene un mejor reclamo que cualquier reclamante posterior por el mero hecho de ser anterior.

   Ante la necesidad de recurrir a la violencia para defender vida o propiedad, el hombre civilizado requiere justificación. Puesto que el hombre civilizado se inclina a la razón y la paz, él busca reglas que permitan el uso de no conflictivo de recursos que sean justas, aceptables para todos, basadas en la naturaleza de las cosas. Los principios de propiedad libertarios son los únicos que satisfacen estos criterios. El hombre civilizado es el que busca la justificación para el uso de la violencia; el libertario es aquel que se toma en serio esta tarea. Él tiene una profunda oposición a la violencia, y un compromiso igualmente profundo con la paz y la cooperación. De acuerdo a Kinsella, el libertarismo es la única filosofía política que consistentemente favorece a las normas destinadas a promover la paz, la prosperidad y la cooperación.

Conclusión

Nadie, nunca, puede agredir a nadie. Aunque esta premisa parece obvia a nivel personal, jamás ha existido un sistema político totalmente coherente con ella. La historia de la humanidad está colmada de ejemplos contrarios, pero se pueden contar con los dedos de una mano los casos de sociedades que siquiera se le acerquen. Por esto, los detractores del libertarismo alegan que una sociedad basada en el principio de no agresión es una utopía incompatible con la naturaleza humana. Vale la pena recordarles a estos cínicos que lo mismo podría haber alegado cualquier habitante del siglo XVIII con respecto a la esclavitud. En efecto, esta maligna institución existió en todos los pueblos y en todas las épocas. Hasta que un grupo de personas, un grupo que no aceptó que una sociedad sin esclavos era una utopía incompatible con la naturaleza humana, dijo “basta” e inició el movimiento que culminó con su abolición. De la misma manera, los libertarios queremos abolir la agresión legitimada, llevando la libertad de los seres humanos hasta su más alta expresión.

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Este artículo expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente la de la organización en su totalidad. Students For Liberty está comprometida con facilitar un diálogo amplio por la libertad, representando opiniones diversas. Si eres un estudiante interesado en presentar tu perspectiva en este blog, escríbele a la Editora en Jefe, de EsLibertad, Alejandra González, a [email protected].

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