Los críticos proféticos del Socialismo

 

Philip Vander

Artículo publicado originalmente en FEE.org con el título Socialism’s Prescient Critics. Traducido al español por Fernando Moreno, ex miembro del Consejo Ejecutivo de Estudiantes por la Libertad Latinoamérica
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revolución rusa

Existen fuertes argumentos para sostener que el nacimiento y la expansión del socialismo totalitario definieron al siglo XX más que cualquier otra cosa. Esto no es algo que se enseñe a la mayoría de niños en Occidente, ni es algo en lo que la mayoría de gente crea, pero es una conclusión justificable. El socialismo totalitario no sólo fue responsable de provocar la guerra más sangrienta de la historia, sino que también ha sido la mayor causa de represión interna y asesinatos masivos en los tiempos modernos.

El Libro Negro del Comunismo (1999)

El Libro Negro del Comunismo (1999)

   De acuerdo con Libro Negro del Comunismo (1999), al menos 94 millones de personas fueron asesinadas por regímenes comunistas durante el siglo XX. Ésta es una cifra realmente descomunal, y sin embargo, es el estimado más bajo. En su transcendental estudio de 1996, Death by Government, el Profesor R. J. Rummel coloca el total de víctimas del comunismo por encima de los 105 millones – y sus minuciosos cálculos no incluyen el costo humano del comunismo en la mayoría de Europa Oriental, ni en países del Tercer Mundo como Cuba y Mozambique. Aun así, su cifra duplica al número total de bajas (militares y civiles) sufridas por todos los bandos durante la Segunda Guerra Mundial.

   Por supuesto, todo el horror del holocausto socialista no puede ser expresado adecuadamente a través de estas sombrías estadísticas. Detrás de ellas hay un panorama desolador de colapso económico, pobreza masiva, tortura física y mental, y vidas y comunidades destruidas. De hecho, nada ilustra más claramente el impacto destructivo del socialismo totalitario que la ola de refugiados que ha generado en cada uno de los continentes donde ha echado raíces. Entre 1945 y 1990, más de 29 millones de hombres, mujeres, y niños votaron con sus pies en contra del comunismo en Asia, África, Europa, y América Latina (para más detalles y fuentes, revisen mi libro Idealism Without Illusions: A Foreign Policy for Freedom, 1989). De no haber sido por las minas de tierra, los guardias fronterizos, y el alambre de púas alineado en sus fronteras, los estados comunistas del mundo se hubiesen vaciado mucho antes de la caída del Muro de Berlín en 1989.

Lógica Totalitaria

¿Qué provocó esta gran ola de desesperanza humana? ¿Qué fue eso que hizo intolerable la vida para la mayoría de los habitantes de estos países socialistas? El más grande escritor ruso del siglo pasado nos ha dado la respuesta. Citando a Alexander Solzhenitsyn:

El socialismo empieza haciendo iguales a todos los hombres en términos materiales… Sin embargo la progresión lógica hacia la llamada igualdad “ideal” implica el uso de la fuerza. Además, significa que el elemento básico de la personalidad –aquellos elementos que exponen muchísima variedad en términos de educación, habilidad, pensamiento, y sentimiento– debe ser emparejado… Déjenme recordarles que el “trabajo forzoso” era parte del programa de todos los profetas del socialismo, incluyendo el Manifiesto Comunista [1848]. No hay necesidad de pensar en el Archipiélago Gulag como una distorsión asiática de un noble ideal. Es una ley irrevocable” (Warning to the West).

  Por lo tanto, fue siempre predecible que al requerir la abolición de la propiedad privada y la familia, y la posesión monopólica de la agricultura y la industria por parte del Estado, la búsqueda socialista de la igualdad generaría necesariamente el fruto maligno del totalitarismo. El gobierno de partido único, la policía secreta, el encarcelamiento y tortura de disidentes políticos, los campos de concentración, las ejecuciones masivas, el adoctrinamiento político de la juventud, y la persecución de las minorías religiosas, son todos horrores que han resultado inevitablemente de la concentración y monopolización de poder que invariablemente corrompe a las élites dirigentes y a la burocracia de toda sociedad socialista plena. Como escribió hace una generación el eminente politólogo ruso Tibor Szamuely en un panfleto que debería ser leído por los ciudadanos de toda democracia civilizada:

¿Cómo podría ser de otra manera?… ¿Cómo podría haber algo de libertad cuando la subsistencia de alguien depende totalmente –desde la cuna hasta la tumba– del Estado, que con una mano puede dar y con la otra quitar?” (Socialism and Liberty, 1977).

   Desafortunadamente, los intelectuales de izquierda y otros críticos de la libre empresa siempre se han mostrado reacios a reconocer la lógica totalitaria del socialismo, y se han mantenido aferrados a una visión benévola del Estado, y al sueño de usar su poder para crear una sociedad más justa. Consecuentemente, y a pesar de toda la evidencia existente hasta la fecha, muchos de ellos aún persiguen el fantasma del “socialismo democrático”, creyendo que se puede confiar en que las instituciones democráticas prevendrán que el socialismo degenere en tiranía. Los grandes pensadores liberales del siglo XIX, en cambio, no albergaban tales ilusiones. Cada uno de ellos discernía la incompatibilidad entre el socialismo estatal y el mantenimiento de las instituciones libres y democráticas. Es más, lo hicieron antes de la llegada de las tiranías socialistas del siglo XX.

John Stuart Mill (1806-1873)

John Stuart Mill (1806-1873)

   Una de las primeras advertencias fue expresada por John Stuart Mill (1806- 1873) más de 50 años antes de la Revolución Rusa. En un, ahora famoso, pasaje de su ensayo Sobre la Libertad (1859), Mill declaró:

Si las carreteras, los ferrocarriles, los bancos, las compañías de seguros, las grandes compañías por acciones, las universidades y los establecimientos de beneficencia fueran otras tantas ramas del Estado; si, además, las corporaciones municipales y los consejos locales, con todas sus atribuciones, llegaran a convertirse en otros tantos departamentos de la administración central; si los empleados de todas esas diversas empresas fueran nombrados y pagados por el gobierno y sólo de él esperasen las mejoras a las que aspiran, ni la más completa libertad de prensa, ni la más popular constitución de la legislatura podrían impedir que éste o cualquier país libre lo fuese más que en el nombre”.

   Como entendía Mill, no puedes tener libertad de expresión y de prensa, o libertad de reunión y de asociación, si todos los medios de comunicación – prensa, salas de junta, estaciones de radio y demás – están en manos del Estado. En esas condiciones, es igualmente imposible que la oposición gane elecciones, particularmente porque, en cualquier caso, una economía estatizada les impide conseguir capital para financiar sus campañas. Es por eso que el socialismo democrático es un término contradictorio en sí mismo. O bien el socialismo se diluye o abandona en nombre de la democracia, o la democracia (y la libertad) será sacrificada en el altar del socialismo.

La Verdad Sobre la Rusia Pre-Revolucionaria

Lo que es tan trágico sobre la Revolución Rusa es que el triunfo del comunismo en octubre de 1917 abortó el embrión de una sociedad liberal en desarrollo. Como señala Szamuely;

Pocas personas en Occidente están conscientes del alcance que tenía la libertad en la Rusia zarista previa a la Revolución en la primera parte de nuestro siglo. Disfrutaba de completa libertad de prensa – la censura había sido abolida, e incluso las publicaciones bolcheviques aparecían sin restricciones–, completa libertad de movimiento, sindicatos laborales independientes, cortes independientes, juicios con jurado, un parlamento, y una Duma con representantes de partidos de todas las tendencias políticas, incluyendo a los bolcheviques”.

   En cambio, para inicios de la década de 1920, todo eso había sido borrado del mapa. Citando el resumen de Szamuely sobre el primer periodo de mandato comunista, bajo Lenin:

Desbandó la Asamblea Constituyente (democráticamente elegida)… Introdujo la ejecución sin juicio previo. Aplastó las huelgas de trabajadores. Saqueó a los aldeanos, a tal punto que los campesinos se rebelaron, y cuando esto sucedió, los aplastó de la forma más sangrienta imaginable. Destrozó a la Iglesia. Redujo a la hambruna a veinte provincias de nuestro país”. (Solzhenitsyn: The Voice of Freedom, 1975).

   En este punto, los socialistas democráticos podrían objetar señalando que la Rusia pre-revolucionaria no era tan libre ni democrática como Gran Bretaña o los Estados Unidos, y que la causa socialista fue comprometida por la violenta toma del poder por parte de los bolcheviques. Pero aún si Lenin hubiese triunfado en una elección pacífica, su subsecuente toma de la economía, y la nacionalización de todas las instituciones previamente independientes, hubiesen producido eventualmente el mismo resultado totalitario.

   La naturaleza intrínsecamente despótica del socialismo, tan vívidamente confirmada por la historia de la Revolución Rusa y de todas las revoluciones socialistas subsecuentes, fue claramente percibida por el gran liberal italiano –y contemporáneo de Mill–, Joseph Mazzini (1805–1872). En su ensayo “The Economic Question” escrito en 1858 y dirigido a los trabajadores de Italia, Mazzini no solo defendió a la propiedad privada como una institución esencial para el progreso y bienestar humano, sino que también denunció apasionadamente al socialismo:

La libertad, la dignidad, y la conciencia del individuo desaparecerían en una organización de máquinas productivas. La vida física podría ser satisfecha por ésta, pero la vida moral e intelectual perecería, y con ella lo harían también la emulación, la libre elección de trabajo, la libre asociación, los estímulos a la producción, el gozo de la propiedad, y todos los incentivos para progresar. Bajo un sistema así, la familia se convertiría en manada… ¿Quién de ustedes se sometería a tal sistema?” (The Duties of Man, 1961).

   Además, Mazzini señaló que el establecimiento de una sociedad socialista crearía, irónicamente, la peor forma de desigualdad, porque la propiedad estatal universal requeriría el establecimiento de una burocracia omnipotente. “Trabajadores, hermanos míos” –preguntó– “¿estarían dispuestos a aceptar la jerarquía de amos y señores de la propiedad colectiva?.. ¿No sería esto un retorno a la antigua esclavitud?”.

bastiat

Frédéric Bastiat (1801-1850)

   El discernimiento profético de los críticos liberales del socialismo del siglo XIX es nuevamente evidente en los escritos de Frédéric Bastiat (1801-1850), el más destacado economista –y activista del libre comercio– francés de su generación. Un crítico constante del estatismo en general, y del socialismo en particular, Bastiat resumió sus objeciones en La Ley, un corto pero lúcido panfleto publicado en 1850 –curiosamente la misma década en la que Mill y Mazzini levantaron sus voces de advertencia.

   En este completo análisis, Bastiat ofreció muchas percepciones valiosas, tres de las cuales merecen mención especial. La primera hace notar la contradicción fatal en la ideología del socialismo democrático, una que continúa caracterizando muchas de las actitudes de los izquierdistas europeos y “liberales” estadounidenses de hoy. Por un lado, se queja Bastiat, los socialistas están comprometidos apasionadamente con la causa de la democracia, insistiendo que todos los adultos son individuos responsables que deben tener un voto y una participación equitativa en la toma de decisiones políticas; pero por otro lado, consideran que esas mismas personas soberanas son incapaces de dirigir sus propias vidas sin la intervención y supervisión de agentes estatales omnipotentes. “Cuando es hora de votar”, escribió Bastiat;

nadie da a la sociedad garantía alguna. La voluntad y capacidad de elegir bien se suponen siempre… Pero, en un momento dado el legislador queda desligado de los comicios por medio de la elección; ¡oh! entonces el lenguaje cambia. La nación vuelve a la pasividad, a la inercia y a la nada, y el legislador toma posesión de la omnipotencia. Le corresponde a él la inventiva, la dirección, la impulsión y la organización”.

   Además de ser arrogantes, los socialistas también estaban profundamente equivocados, sostenía Bastiat, porque confundían a la sociedad con el Estado, y al altruismo con el colectivismo. Como resultado de esto, predecía, su programa económico socavaría el espíritu de fraternidad y empobrecería a la sociedad, ya que el progreso moral y social dependen de la creatividad individual y la cooperación voluntaria, y no de la planificación y la coerción estatal.

   Finalmente, señalaba Bastiat, al concentrar todos los recursos y la toma decisiones en el Estado, el socialismo no ofrecía más que una receta para la revolución y el conflicto social constante, ya que crearía expectativas que nunca sería capaz de satisfacer, y alentaría a que todos vivan a expensas de los demás, a través del sistema de impuestos y beneficios.

La Segunda Generación de Críticos Anti-Socialistas

Charles Bradlaugh (1833–1891)

Charles Bradlaugh (1833–1891)

El ataque intelectual montado por Bastiat, Mazzini, y Mill en la mitad del siglo XIX fue renovado por la siguiente generación de pensadores liberales, en respuesta al rápido crecimiento de la militancia socialista a través de Europa en las décadas de 1880 y 1890. Durante este periodo, sus cuatro figuras más relevantes en Gran Bretaña –Herbert Spencer (1820–1903), Charles Bradlaugh (1833–1891), Auberon Herbert (1838–1906), y William E. H. Lecky (1838–1903) – condenaron al socialismo con una severidad implacable y con una percepción profética.

Nos oponemos a que la organización estatal de toda la industria paralice el impulso industrial, y desaliente y neutralice el esfuerzo individual”, escribió Bradlaugh en 1884 (A Selection of the Political Pamphlets of Charles Bradlaugh, 1970). Lecky concordó con él. “El deseo de cada hombre de mejorar sus circunstancias, de cosechar los frutos completos del talento, de la energía, o del ahorro superior”, escribió en 1896, “es el verdadero impulso detrás de la producción del mundo. Quiten esos incentivos…remuevan todos los deseos que estimulan entre los hombres ordinarios la ambición, el emprendimiento, la invención, y el sacrificio, y la producción caerá rápida e inevitablemente” (Democracy and Liberty).

   Y así se ha probado en el siglo XX, como lo puede ver cualquiera que lea “Socialism and Incentives” de David Osterfeld (The Freeman, Noviembre de 1986) o el libro The Politically Incorrect Guide to Socialism (2011), de Kevin Williamson.

   Las objeciones de Bradlaugh y Lecky frente al socialismo no se limitaban, por supuesto, a su destructividad material. Ellos, como muchos de sus predecesores liberales, también percibían su hostilidad hacia la libertad y la familia. Bradlaugh incluso predijo que la imposición del socialismo requeriría el reacondicionamiento ideológico de toda la población – un fenómeno que ha demostrado ser característico de todos los regímenes comunistas, notablemente del de China antes y durante la Revolución Cultural, y del de Corea del Norte en el presente.

   Herbert Spencer y Auberon Herbert mostraron la misma clarividencia en sus amplias críticas del socialismo. No solo enfatizaron su incompatibilidad con la libertad, como lo hicieron elocuentemente todos sus compañeros de armas, sino que también anticiparon la terrible violencia y crueldad que traería. En un pasaje revindicado horriblemente por el interminable patrón de revoluciones socialistas, dictaduras, y guerras civiles en gran parte del Tercer Mundo, Herbert declaró en 1885:

En presencia del poder ilimitado entregado en las manos de los que gobiernan…los intereses por los que actuarían los hombres serían tan terriblemente grandes, que harían lo que fuese para mantener el poder fuera de las manos de sus oponentes” (The Right and Wrong of Compulsion by the State).

   Con similar clarividencia, Spencer escribió en 1891:

Los fanáticos adherentes de una teoría social son capaces de tomar cualquier medida, sin importar cuan extrema sea, para llevar a cabo sus visiones: sosteniendo… que el fin justifica los medios. Y cuando una organización general de carácter socialista haya sido establecida, el vasto, ramificado, y consolidado cuerpo de aquellos que dirigen sus actividades ejercerá una tiranía más grande y más terrible que cualquiera que el mundo haya visto, usando sin límite alguno cuanta coerción le parezca necesaria” (The Man versus the State).

   Es una tragedia histórica que todas estas advertencias hayan caído en oídos sordos. ¿Serán tomadas en cuenta por aquellos que presionan por un gobierno mundial en el siglo XXI?

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